martes, 3 de abril de 2018

El niño que quería volar


Aquel niño, que ya no lo era, habitaba sin vivir en una casa de juegos en lo alto del viejo tronco de un árbol. Un árbol que en su día fue una morera centenaria de la que se nutrían los gusanos de seda de una antigua sericícola. Una casa de juegos que le hizo su padre, en contra de la opinión de su madre. A ella no le compensaba el riesgo que suponía tener a su pequeño jugando a más de seis metros de altura. Pero su esposo, que en el fondo era más niño que su propio hijo, hizo caso omiso de sus quejas y construyó la casa. El niño, alentado por el padre que por lo visto siempre había soñado con tener una casa así, pronto la convirtió en su reino. 
Nada más salir del colegio, el niño agarraba la merienda y se encaramaba a la copa de aquella morera desde la que contemplaba la espesura de una huerta, que presumía de ser la Huerta de Europa. 
Rodri—el niño se llamaba Rodrigo pero le llamaban cariñosamente Rodri—decían que nació con la facultad de hablar con los pájaros; emitía unos trinos con una variedad tan grande de notas musicales que dejaba boquiabiertos a todos los vecinos. Los domingos, en el atrio de la iglesia, después de misa, solía cantarles en una especie de concierto que fue adquiriendo fama y relevancia en toda la comarca.
Al parecer, en un momento dado, Rodri recuperó un polluelo de mirlo de los muchos que se suelen caer de los nidos todas las primaveras. Pero ese mirlo no era un mirlo cualquiera, se trataba, al parecer, de un mirlo blanco. Un mirlo blanco que pronto entabló una relación de hermandad con Rodri fuera de toda lógica. Se habla incluso de que se lo llevó varias veces al colegio, hasta que los profesores le obligaron a dejarlo en casa. Ave y niño se hicieron inseparables. Dicen que el mirlo comía de la boca de Rodri, que lo llevaba siempre subido a su hombro, y que cuando el pájaro sintió el impulso natural por volar, del mismo modo que les sucede a los niños cuando rompen a andar, este le contagio a Rodrigo esa misma inquietud. 
—Mamá, Milo me va ha enseñar a volar —le decía el pequeño a su madre.
—Rodri, tesoro, los niños no vuelan, eso tan sólo es cosa de las aves —le aclaraba su madre ante la mirada incrédula del pequeño.
Pero aquel niño quería volar. Y justo en el día en el que Milo —así llamaba Rodri a su plumífero amigo— saltó desde la barandilla de la casa-árbol para dar comienzo a sus primeros vuelos, Rodri cayó al suelo y ahí quedó inmóvil e inerte hasta que su madre fue a buscarlo para la cena.
Como les intentaba contar al principio, después de la muerte de su hijo, los padres decidieron venderlo todo y se marcharon a vivir a la ciudad.
Los nuevos propietarios inutilizaron la casa-árbol pero no la desmotaron. Y no pasó mucho tiempo hasta que, estupefactos, varios vecinos comenzamos a ver a ese niño, que ya no lo era, sobre todo en las noches de luna llena, encaramado a aquella casa en la que tanto disfrutó durante sus últimos días.
Debido a los rumores, cada vez acudía más gente, sobre todo en las noches más claras, a merodear por los alrededores de la finca. Cada vez eran más, también, las personas que aseguraban haberlo visto jugar y otras las que juraban haberlo escuchado cantar como si nada hubiera pasado.
Hasta que un día, los nuevos propietarios de la casa, hartos de convivir con semejante acoso, trajeron a una conocida médium para que les librara de aquel espíritu infantil y arbóreo, que tanto les andaba incordiando en su nuevo proyecto de vida. 
La médium, a la que ya habían puesto en antecedentes, y que conocía bien su cometido, vino acompañada de un joven que portaba una cigüeña. Una cigüeña que habían capturado con un lazo mientras construía su nido. Una cigüeña que subieron a la casa-árbol y que ataron a la barandilla desde la que se había arrojado el pequeño Rodri, y allí la tuvieron durante dos largas jornadas. Al tercer día, la médium ordenó soltar la liga con la que mantenían sujeta a la cigüeña y está salió volando hasta posarse de nuevo sobre el tejado de la iglesia en la que, antes de su captura, estaba construyendo plácidamente su nido.
Desde aquel día, ya nadie volvió a ver nunca más a aquel niño que ya no vivía. Algunos dicen que se fue con la cigüeña. Otros, los más fantasiosos, cuentan que Rodri se reencarnó en el único pollo que ese año voló de ese nido. El cura, y un vecino que vivía enfrente de la iglesia, cuentan que un mirlo blanco acudía a traerle comida al pollo de cigüeña como si de su propio polluelo se tratara. Es algo inaudito —decían—pero por aquí últimamente andan pasando demasiadas cosas que no tienen fácil explicación. 
Al año siguiente, y hasta la fecha, una cigüeña, quién sabe si se trate de la misma zancuda, hace su nido en lo alto de la casa-árbol. Los vecinos más próximos a la propiedad no han querido airear demasiado la noticia para evitar, en la medida de lo posible, que se vuelvan ha repetir las enormes aglomeraciones de gente que tanto les molestaban en su devenir diario. Aunque ya se sabe, antes o después, esas cosas, por mucho que se intenten ocultar, siempre acaban saliendo a la luz. La opinión pública siempre anda ávida de noticias de muertos que cobran vida o de vivos que dejan de estarlo.

13 comentarios:

  1. En ocasiones las fantasías traen graves consecuencias.
    Podemos volar pero de otra forma.
    Saludos

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  2. Interesante entrada. La imaginación tiene alas, muy apropiada la imagen.
    Desde Sevilla te envio saludos.

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  3. Yo aún sigo soñando que vuelo. Y me despierto con la sensación de que si me lo terminara de creer y empezara a mover los brazos, lo conseguiría.
    Un abrazo.

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  4. La imaginación siempre nos lleva a historias sorprendentes.
    Es algo que no deberíamos perder.

    Besitos :)

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  5. Me has dejado embobada con esta historia.
    Ha empezado tan bonita! Luego la muerte de Rodri no me la esperaba.
    Da mucha pena a pesar de que su alma, quizás, quedara aún entre vuelos.

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  6. muchas gracias POR COMENTAR! BELLO RELATO!
    un abrazo
    lidia-la escriba
    www.nuncajamashablamos.blogspot.com.ar

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  7. Un relato muy bonito, pero triste a la vez. Besitos.

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  8. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  9. Yo me quedo con la fantasía que Rodri se reencarnó en el único pollo que ese año y que voló de aquel nido, con lo cual seguirá volando como él quería.
    Un abrazo.

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  10. Y creaste la leyenda de Rodri el niño que aprendió a ser ave después de morir.
    Besos con alas de anís.

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  11. Una bella historia, aunque triste.

    Un abrazo.

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  12. Tu historia es maravillosa Ha reconfortado a mi corazón
    Un brindis por vos y
    Tu Blog

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  13. Interesante historia, entrtenida y misteriosa...

    Abrazo.

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