miércoles, 28 de junio de 2017

Medio siglo de ideas


Me ocurre últimamente con demasiada frecuencia y esto me preocupa. Les pongo en antecedentes. Estoy leyendo, cocinando, caminando, o simplemente haciendo nada, cuando de pronto, en mi mente se forja una idea extraordinaria. Hasta ahí todo bien. Entonces, inquieto por la magnitud de la inspiración divina que acaba de surgir dentro de mi cabeza, intento abandonar lo que estoy haciendo para, sin demora, ir a depositar sobre el papel, o la pantalla, tan colosal alumbramiento. Y es ahí, en ese lapso de tiempo, entre que concibo la idea y la intento plasmar, cuando surge el problema que les quiero contar a modo, claro está, de confidencia: cada vez son más las veces en las que llego tarde y la idea se difumina en mi mente sin que pueda quedar registrada de ningún modo; sin poder hacerse materia, letras, números, signos, esquemas, o meros dibujos. El problema, y no pequeño, que me acontece, es que muchas de esas ideas se me olvidan por completo.
Temo que mi creatividad se haya visto afectada por alguna especie de incontinencia de origen vírico. Los esfínteres de mi cerebro se ven ahora incapaces de retener el milagroso flujo con el que siempre me han bendecido las ideas, y estás, incontroladas, se desbordan y desaparecen en el abismo de la nada en menos de un abrir y cerrar de ojos.
Y esta situación me hace dudar. Dudo incluso sobre si la idea se había madurado lo suficiente, o simplemente era el resquicio de una idea a medio formar, o era tan sólo una mierda como un piano de cola.
Antes las ideas me venían servidas en bandeja de plata, y ahora, desconozco el motivo, ya no es lo mismo. Para bien, o para mal, el medio siglo que arrastran mis costillas no es moco de pavo.

viernes, 23 de junio de 2017

El sombrero de mi abuelo


Lo reconozco: aquella tarde hacía un calor horrible. Hasta el punto de que no sería nada aconsejable salir a caminar, pero yo salí. Salí con ganas de ir consolidando el hábito de salir. Urgía para mi subsistencia no quedarme absorto tanto tiempo tras la pantalla del ordenador. Enfrentarme con valentía al pernicioso sedentarismo, que tanto me estaba perjudicando, era mi única salida. Por eso, pese a lo adverso de la climatología, decidí ponerme en marcha.
El camino estaba reseco, polvoriento, como desértico. La maleza amarilleaba el paisaje otorgándole un colorido aún más inhóspito y deshumanizado. Mi voluntad, sin embargo, se mantenía firme. Mis pasos avanzaban a un ritmo medianamente aceptable. No me importaba tanto el reto atlético como la lucha que se libraba en mi interior. Esa lucha se había convertido en la más importante de mis luchas. Mi nuevo yo, que acababa de nacer, frente a mi yo caducado que se negaba a abandonarme. Mi enfermedad frente a mi salud. Paso a paso, metro a metro, minuto a minuto, bajo un sol injusto al que, contradictoriamente, solemos llamar de justicia. 
Las moscas tampoco mostraban ninguna benevolencia conmigo. Normal, si ni tan siquiera yo había sido capaz de mostrar justicia conmigo como lo iban a ser esos bichos chupamierdas tan asquerosos. Me perseguían con la perseverancia de un cobrador profesional ávido de comisiones. Mientras intentaba quitármelas de encima como podía, vi como una tierna mariposa era engullida, en pleno vuelo, por una romántica golondrina, hecho este que no le restó un ápice de ternura a la improvisada merienda del ave migrante.
El objetivo estaba ante mi vista. Media hora de ida, hasta esa casa roja que siempre estaba cerrada, y media hora para el regreso, era la dinámica redentora que me había planificado para esa tarde. 
Al llegar a la casa, me agaché para atarme una de mis cordoneras. En ese preciso momento fue cuando me percaté de que la puerta de la casa estaba literalmente reventada. La curiosidad del niño que todos llevamos dentro hizo que me asomara al interior de aquella casa que durante tantos años había servido como decorado y como referencia a mis bucólicos paseos.
La casa estaba vacía, con la salvedad de que en una de sus más grandes dependencias, que en su momento habría sido el salón de la vivienda, había volcado un gran baúl. A su alrededor, lucían desperdigadas numerosas prendas, revistas y algún que otro libro de texto que perteneció, según pude leer, a Juanito Peñalver, un niño que, de seguir vivo, ya no sería tan niño.
Sin embargo, mi atención se centró en una vieja guía telefónica. Compañía Telefónica Nacional. Murcia, 1961. Por esas fechas, yo aún no había nacido. La guía se encontraba tan amarilla y descolorida como el paisaje por el que acababa de transitar. Entonces, mientras ojeaba ese desfasado listado me dio por buscar el nombre de mi abuelo: Antonio Fernández Carrión. Por suerte, la parte de la guía que incluía a los apellidos que empezaban por la letra efe se encontraba aún bastante legible, ya que muchas otras, anteriores y posteriores, estaban roídas por las polillas u otros insectos aficionados al papel aderezado con tinta de imprenta.
Comencé a buscar. Me sorprendió gratamente ver a tantos Fernández juntos. Inocentemente, me sentí importante al ver que había más Fernández que Peréz o Gutiérrez. Pensé qué, tal vez, algunos de esos Fernández podrían ser familiares míos. En el listín, primero figuraba el primer apellido, posteriormente el segundo, y después el nombre de pila. Tras esa primera información, aparecía la dirección en la que se encontraba el teléfono. Eso me hizo recordar el nombre de la calle en la que se había criado mi padre: calle Madrid, y, al mismo tiempo, hizo que me diera cuenta de que desconocía el número en el que se ubicaba la vivienda.
Según avanzaba, deslizando mi dedo índice sobre el listado de los Fernández, mi nerviosismo fue en aumento. Me embargaba una sensación extraña, como si me encontrase a punto de realizar un hallazgo capaz de cambiar mi destino. Como si el hecho de tropezarme con el nombre de mi abuelo en ese listín olvidado y polvoriento pudiera ejercer en mí algún efecto milagroso que me ayudara a recobrar mi deteriorada salud. Tal vez esa casa roja, en la que tanto había reparado mi mirada en las últimas décadas, guardara en su interior algún mensaje secreto para mí. 
Cuando leí los dos apellidos de mi abuelo, junto a su nombre, sentí un tremendo escalofrío. Mis vellos se pusieron como escarpias, las manos comenzaron a sudarme y mi boca se quedó más seca que un esparto en pleno agosto. Cuando conseguí reponerme de tan inaudita sensación, proseguí con la escueta lectura que me atenazaba: calle Madrid, 2. No había duda, estaba ante los datos telefónicos de mi abuelo Antonio. Sé que es absurdo, pero sentí algo especial, fue como si, en ese preciso momento, mi abuelo Antonio y yo hubiésemos vuelto a contactar después de más de cuarenta y cinco años. Vinieron a mi mente momentos que, con toda seguridad, recuerdo más gracias a las fotografías que a la capacidad de mi propia memoria. En una de ellas, aparece mi abuelo Antonio, con un sombrero muy elegante, llevándome de la mano al colegio Andrés Baquero. Lo que más me gusta de esa fotografía es la sonrisa congelada de mi abuelo. Bueno, no sólo la sonrisa, más bien toda la expresión facial de felicidad y ternura que captó la cámara para la eternidad. Para mí, el abuelo Antonio siempre fue esa mirada, esa mano arrugada, esa mueca congelada de ternura bajo la sombra que proyectaba un sombrero al más puro estilo de las películas americanas en blanco y negro que marcó toda una época.
Y por último un número. Un número que no se diferenciaba mucho de los números telefónicos de los actuales teléfonos fijos. Lo leí varias veces como si me sonara de algo. El ocho se repetía en varias ocasiones. También el dos. Sin pensarlo dos veces, agarré mi teléfono móvil de última generación y marqué, sin saber muy bien para qué, aquel número. Sabía, perfectamente, que esa llamada en el tiempo era misión imposible; una especie de homenaje al humor absurdo o, tal vez, un primer síntoma de confusión ante una más que inminente insolación que me acuciaba.
Marqué, como les digo, y el teléfono sonó. Sonó, como diría Joaquín Sabina, como un signo de interrogación. Sonó como deben sonar los gritos de los inmigrantes minutos antes de ser tragados por el Mediterráneo y perderse en la negrura de las profundidades. Sonó hasta que se desvió la llamada a una máquina y una voz femenina en conserva dijo que el número que estaba marcando no pertenecía a ningún abonado. Evidentemente, mi abuelo Antonio ya no estaba abonado. Él hacia mucho tiempo que había dejado de ser abonado para ser abono. O, tal vez, ni eso.

domingo, 18 de junio de 2017

Seyran Ates y el nuevo islam europeo



Si días atrás, tras regresar de mi reciente viaje de trabajo a Kazajistán, les hablaba de la pintora kazaja de origen uigur Munisa Gulieva, y de su artística lucha para dar visibilidad a la realidad de las mujeres musulmanes; hoy les quiero hablar de otra mujer: Seyran Ates, escritora feminista de origen turco que, con admirable valentía, está exigiendo una profunda renovación dentro del mundo y el pensamiento islámicos. 
Seyran Ates, aún a riesgo de poner en peligro su vida, está proponiendo, desde Berlín, un "renacimiento" ideológico para adaptar el islam a los nuevos tiempos y a la nueva realidad de sus fieles. Entre otras muchas cosas, Seyran Ates propone una nueva forma de participar en la mezquita en la que hombres, mujeres y niños puedan disfrutar conjuntamente de la oración. Propugna la igualdad de género como piedra angular de esa renovación y la adaptación lingüística a cada país, de tal manera que se pueda predicar en español, inglés, francés, o en arameo si fuera el caso.
También propugna Seyran Ates, en ese renacimiento musulmán, la libertad sexual y la abolición del uso del burka, niqab, o de cualquier otro elemento o indumentaria que limite o condicione la necesaria igualdad entre hombres y mujeres. 
Que la renovación del mundo musulmán venga de la mano de las mujeres, y más en concreto de las mujeres musulmanas arraigadas en Europa, levantará ampollas en un mundo machista, radicalizado por culpa de intereses económicos y geoestratégicos, que ha dado lugar, en las últimas décadas, a un conflicto internacional que poco o nada tiene que ver con la religión.
La mezquita Ibn-Rushd-Goethe de Berlín es, ante todo, un espacio de tolerancia e integración, y su impulsora, Seyran Ates, una mujer que pasará a la historia por atreverse a promover un cambio que, a buen seguro, millones de musulmanes, hombres y mujeres de todo el mundo, estaban deseando calladamente que se planteara.
Aunque el primer paso ya está dado, mucho me temo que no se lo pondrán nada fácil. 
Muchos ánimos Seyran. Enhorabuena por tan encomiable iniciativa.

jueves, 15 de junio de 2017

La flor de la berenjena


La vida avanza desbocada bajo la bóveda celeste mientras mi berenjena me regala unas preciosas flores de color violeta. La naturaleza no entiende de aritmética, adonde antes tenía tres huevos ahora tengo sólo dos pollitos. Rajoy, pese al rosario interminable de corrupción que le rodea, continúa tan campante en el gobierno. Amélie Nothomb, mi escritora favorita, ha publicado un nuevo libro en España. Y mientras todo eso sucede, un día atropella al siguiente como si no hubiese guerra en Siria ni hambre en el mundo. Igual que hace un mes con otro mes y un año con otro año. 
Hay gente que se cruza en nuestro camino para aportarnos luz, mientras otros, por el contrario, se nos acercan de manera sibilina para eclipsarnos, o para robarnos las berenjenas. Unos y otros nos influyen alterándonos el ritmo y el rumbo. 
Algunos, en paralelo, nos acompañan durante un trecho de nuestra existencia mientras el calendario avanza inexorablemente sin reparar en nosotros, ni en nuestras intenciones, ni en la sutíl floración de las berenjenas. Sin saber ni cómo ni por qué, muchas de esas personas, de un día para otro, dejan de tener influencia en nuestras vidas. Desvaneciéndose, salen de nuestra órbita gravitacional y nuestro camino prosigue expedito, invariable, constante, tal y como gira la tierra en torno al sol. Pese a lo que pensamos, avanzamos de manera inconsciente alardeando de controlar nuestro destino. La luna aparece y desaparece de nuestras noches. De vez en cuando, por desgracia las menos, reparamos en la Estrella Polar que habita en la cola de la Osa Menor. Nuevas personas-planeta entran en nuestra órbita vital y nos vuelven a condicionar nuestra marcha. Meteoros. Cometas. Estrella fugaces que se acercan y se van. Sale el sol. Se hace la oscuridad. Seguimos avanzando mecánicamente mientras pensamos, ilusos, que nosotros trazamos el rumbo. Tan grandes y ostentosos en nuestra insignificancia. Lo que hoy es una preciosa flor violácea mañana será una jugosa berenjena y poco después un detritus. Todo es lo mismo. Absolutamente todo.

sábado, 10 de junio de 2017

Catorce noticias de aupa


Una monja pierde la fe en la sección de lencería de unos grandes almacenes y la cajera ingresa en un convento de clausura. Todo fue visto y no visto -declaró la ilusionada novicia. Se sigue buscando a la religiosa tránsfuga.
Pintor, sin inspiración desde la Guerra Civil, deja de pagar el autónomo de artista y le embargan el caballete. Total para lo que me queda en el convento -exclamó ante los circunspectos agentes de la Agencia Tributaria.
3º Científicos estadounidenses, tras un ataque alienígena, acuden a la Universidad de Harvard disfrazados de mariachis, y cantando la Internacional, alegando haber conseguido la vacuna contra la intolerancia. A día de hoy se desconoce su paradero.
Le toca la lotería y desaparece sin dejar rastro. Su mujer, sus diez hijos, una cuñada embarazada de mellizos, la suegra que había ligado con un joven surfero noruego y lo había acogido también en la casa que todos compartían, lanzan un llamamiento a través de Interpol para localizarlo.  Según las últimas pesquisas de la policía, el afortunado ha pedido asilo político en Cuba alegando persecución religiosa. Según unas declaraciones efectuadas a la televisión cubana, y a las que ha tenido acceso la agencia de noticias EPE, el español declaró que lo habían obligado a integrarse en una secta religiosa y a reproducirse intensamente sin su consentimiento, con nocturnidad y alevosía. Mientras espera la resolución de su expediente de asilo, el afortunado prófugo, haciendo gala de su afortunado infortunio, descansa en Varadero rodeado de un séquito de ex-bailarinas del Tropicana. 
Aldo Chaparro, jugador del Club Deportivo Malpiernense se rompió la tibia y el peroné al lanzar un penalti. Lo peor del asunto es que no llegó ni a golpear al balón. ¡Se me fue la pierna! ¡Se me fue la pierna! -gritaba desesperado el pelotero desde la camilla mientras lo sacaban de la cancha ante la carcajada general del graderío.
Un repartidor de Cocacola despedido tras ser sorprendido en su camión bebiendo tinto de verano Don Simón. En el acto de reconciliación el conductor alegó: ¡Soy murciano, joder!.
Sorprenden, en las duchas de un gimnasio low cost, a rubia de bote con el chochete morenote. Al ver todo aquello me dio mucha impresión -declaró el fontanero de mantenimiento a Radio Nacional antes de entrar a la consulta de su psicólogo.
Adolescente ingresado en cuidados intensivos tras sufrir un brote alérgico al agarrar el libro que algún malintencionado había depositado sobre el asiento de su moto. Sentí como un calambrazo -confesó el joven.
En Hollywood, rechazan un guión para la próxima película de Sylvestre Hastalostallones porque en él moría hasta el apuntador. 
10º Zombie se muere de susto al tropezarse en un parque infantil con un globo de Bob Esponja sin que la Patrulla Canina pueda hacer nada por su vida. Ryder ha declarado: lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir.
11º Belén Esteban Post anuncia una nueva operación para parecerse a Belén Esteban Pre. Según fuentes cercanas a la ex del torero, y madre de su hija, ésta declaró en petit comité: cuando consiga de nuevo parecerme a mí misma me presentaré a las próximas elecciones generales. Las encuestas me son favorables -matizó. ¿A la Pre o a la Post? -le preguntarón. No me líes, no me líes, que yo por mi hija ¡MA-TOO!. No sé si lo sabes...-amenazó la tertuliana.
12º Camisa de fuerza, por falta de uso, se queda sin fuerza.
13º Peppa Pig sorprendida en Walmart comprando cuarto y mitad de jamón de Jabugo. Caí en la tentación, lo reconozco -declaró la famosa gorrina ante los cegadores flases de los reporteros.
14º Se descubre que el titular de estos titulares carece de título.

viernes, 9 de junio de 2017

Cámara café: La vecinita


-Hola Onofre, hoy pago yo el café que te veo un poco desmejorado. ¿Lo tomas solo o cortado?
-Mejor cortado, Eleuterio, pero descafeinado, que ando atacado de los nervios.
-Y eso por qué, si tú siempre has sido un hombre muy tranquilo.
-Por culpa de mi vecina de arriba.
-¿Qué le pasa a tu vecina?
-Esa mujer me quiere buscar la ruina.
-Explícate, Onofre: ¿qué te está pasando con esa vecina?.
-Pues Eleuterio, está muy claro. Como tú bien sabes, la carne es débil. 
-¿Y?
-Consiguió mi número de móvil, al ostentar este mes la presidencia de la comunidad, y desde ese mismo momento comenzó a enviarme mensajitos....
-¿Qué tipo de mensajes te envía, Onofre? ¿Tienes por ahí alguno para verlo?
-Tú estás loco o qué. Los borro al instante. ¿Te imaginas que mi mujer los leyera? No quiero ni imaginármelo.
-Pues tú no le hagas ni caso y terminará por aburrirse.
-Eleuterio, el otro día, su marido, que es forense, fue a una convención organizada por Funerarias La Eternidad, y me invitó a subir a su casa para verificar unos apuntes de la contabilidad de la comunidad, ya que yo hacia las tareas de secretario en la directiva saliente.
-¿Y qué pasó?
-Me contó que su marido estaba muerto de cintura para abajo y que ella sufría en silencio sus ansiedades, pero que no aguantaba más...
-¿Entonces?
-Pues entonces, se abalanzó sobre mí y se quitó de un plumazo varios meses de ansiedades.
-Estás hecho un campeón, Onofre. Lo que daría yo por tener una vecina así como la tuya.
-No digas tonterías, Eleuterio. Yo amo a mi esposa. Estoy loco por juntar el valor para contárselo todo y pedirle disculpas.
-¿En serio qué se lo vas a contar?
-¿Acaso no es lo mejor que puedo hacer?
-Yo tengo una idea mejor...¿Me pasas el teléfono de tu vecina? Creo que le voy a tener que revisar las cuentas de la comunidad en una especie de auditoria express.
-¿En serio que harías eso por mí?
-Por un amigo como tú hago yo eso y mucho más...Por cierto, ¿qué edad tiene tu vecinita? 
-Sesenta y tantos años, o por ahí.
-¡Me cago en la leche, Onofre! No cuentes conmigo, tío. Apáñate como puedas, que ya eres mayorcito.
-¿Adónde vas Eleuterio, con tanta prisa?
-Llego tarde a una reunión...Ya me irás contando cómo te va, amigo. ¡Suerte y al toro!