domingo, 26 de febrero de 2017

Sueño con manos


De un tiempo a esta parte, al levantarme, recuerdo todo lo que he soñado. Supongo que esto no será una novedad para muchos de ustedes, pero para mí sí que lo es. Hasta ese momento, al despertar, no recordaba nada de mis sueños. De hecho, ni podría asegurarles si por ese tiempo soñaba o no. De pequeño sí que sufría pesadillas; todas ellas la mar de recurrentes: qué si me caía por un balcón, qué si el Cristo se bajaba de su crucifijo y me perseguía por la casa, o si la Virgen me miraba con mala cara, cosas así. En mi etapa de futbolista el sueño recurrente era que siempre fallaba un remate, o que no llegaba a un balón. Muchas eran las veces en las que me despertaba dando patadas intentando alcanzar una pelota y ésta se marchaba, expedita, para regocijo del contrario y engrosamiento de mis frustraciones.
Cuando era camarero soñaba que estaba sólo y el bar se llenaba de clientes, todos pidiendo cafés con tostadas, que era lo que más aborrecíamos: ¡las dichosas tostadas! ¿No podría esa gente tomarse un croasán o un bollo? ¡Pues no! Todos tostadas...y a la misma hora. Unos con tomate y aceite. Otros con mantequilla y mermelada. Otros tan sólo con aceite y sal. Me despertaba muerto de ansiedad y odiando a las malditas tostadas. En ocasiones, para vengarme, llegué a decirle a algún cliente que se había roto el tostador.
Ahora, como les decía, tras un lapso de tiempo en el que no recordaba los sueños, para mi desgracia, vuelvo a recordarlos. 
Y lo más jodido de todo esto es que sueño con las manos de mi hija pequeña. La primera vez soñé que mi hija tenía las manos de mi madre. Recuerdo las manos de mi madre en el hospital, con el gotero, arrugadas, con su manchas, sus lunares, sus uñas con falta de manicura. Pues mi hija tenía esas manos. Las manos de su difunta abuela a la que no llegó a conocer. El del otro día fue aún peor, soñé que a mi pequeña le habían desaparecido varios dedos de una mano. 
Así que, ya saben, si me ven mala cara, no es por nada, es por culpa de estas malditas pesadillas. Estoy por meterle mano a los lexatines.

sábado, 25 de febrero de 2017

Esto me suena


Han aparecido, no lejos de aquí, cien cerdos muertos tirados en una cuneta. En muchas cunetas resplandece el hormigón sobrante de las edificaciones ilegales, recubierto de basura que arrojan los desaprensivos que tratan a la naturaleza como a una mierda porque sus vidas son, en si mismas, una gran mierda, y, por consiguiente, todo les importa una mierda.
La vida, convertida en detritus, es una vida sin límites de ningún tipo. Es la vida del todo vale y el sálvese quién pueda. Es la vida del todo el mundo lo hace, todo el mundo roba, todo el mundo defrauda, y todo es una puta mierda. En este contexto de retrete todo da igual.
Mucha gente, cada vez más, piensa que el fin justifica los medios, como un programa que ponían hace años en televisión y que llevaba por título: "Todo por la pasta". Que el respeto es algo de otra época, que la educación no es necesaria, que si le ha pasado eso es porque algo habrá hecho, los españoles primero, me cago en lo políticamente correcto, yo digo lo que pienso y punto...¿les suena este tole tole?
Ya hemos visto lo que ha pasado en el país de la devaluada Estatua de la Libertad. Ya hemos visto el Brexit. Ya estamos contemplando el avance de la ultraderecha en muchos países de la empequeñecida Comunidad Europea.
Se habla de muros, extradiciones masivas, de puros e impuros, de guetos, de repudiar a los homosexuales, de acallar a los medios de comunicación y a los jueces. En serio les pregunto: ¿Todo esto no les suena de algo?
Si las cunetas hablaran...

viernes, 17 de febrero de 2017

La bochornosa historia de un tal Poncio Pilates


Ni soñando se me había pasado nunca por la cabeza entrar a un gimnasio. Un gimnasio había sido siempre para mí algo así como un matadero para una vaca. Pero la cuestión es que esa vecinita me traía de cabeza, y aquella tarde, sin poder contenerme, salí tras ella. Estoy seguro de que la chica, hasta ese momento, no había reparado demasiado en mí, ni en mí nombre: Poncio, con el que mi padre, gran aficionado a la cosa bíblica, me condenó de por vida el muy cabrón, antes de que lo atropellara un autobús de línea y me dejará huérfano de por vida. Mi progenitor se llamada Herodes por obra y gracia de su padre que, según pude averiguar, había fallecido víctima de una coz que le había soltado el burro de su suegro.
Pero a lo que iba. Aquella diosa Afrodita se contoneaba delante de mí, como una mulata en un carnaval, sin percatarse en lo más mínimo de lo obsesivo de mi persecución. Yo miraba su trasero como un pirómano mira un bosque relicto, o un bebé hambriento a su biberón. Caminamos un buen rato. Durante el trayecto, no era capaz de discernir si caminaba sobre la tierra o sobre las nubes. Aquel culo superlativo se había apoderado de mi mente y llegué a sentir que mi futuro pendía de la goma de aquel tanga; porque ese culo, ese apoteósico trasero, debía lucir un tanga como el Reina Sofía luce al Guernica, aunque, de exhibirse públicamente como aquel, yo creo que le hubiese ganado la partida.
Cuando pude reponerme un poco de aquel hipnótico paseo, me encontré en la puerta de un gimnasio. Me quedé meditabundo sin saber muy bien qué hacer. A mi derecha un cartel anunciaba que hoy, precisamente hoy, no ayer, ni anteayer, ni mañana, sino precisamente hoy, para ser más exactos media hora más tarde, se celebraba una jornada de puertas abiertas para disfrutar de una clase de pilates. Me quedé pensativo, ese nombre me recordaba a algo pero no sabía muy bien a qué. Leí de nuevo el cartel y la única condición para poder disfrutar de esa clase iniciática era realizar una inscripción previa, con la que avasallarte a publicidad, y la propia capacidad del aforo. Sin más dilación, me abalancé sobre la recepcionista y le pregunté si todavía podía inscribirme a esa jornada de piernas abiertas. A lo que la buena señora me respondió que no me entendía. De inmediato, dándome cuenta de que el subconsciente me había jugado un mala pasada, rectifiqué. Aquella Venus de Urbino, haciéndose la interesante, me dijo que tenía que revisar, ante lo que yo, insinuante, me ofrecí a invitarla a un Big Mac con doble queso en el engordadero de la esquina. De ipso facto, me guiñó un ojo y me aseguró que contara con una plaza y con todo cuanto fuera menester.
Salí corriendo de allí como el que se quita avispas del culo. ¿He dicho culo? Justo al otro lado de la calle se encontraba una tienda de deportes. Por poco más de cien euros, me hice con todo lo necesario para meterme en esa clase de pilates, con la ilusión de que me abriría las puertas del paraíso.
Al regresar, la Venus se había pintado los labios de rojo pasión. Tomó mis datos, sin sorprenderse de mi nombre de pila, mi número de teléfono y mi correo electrónico, y me volvió a guiñar un ojo pero esta vez acompañado de un beso al aire que me arrojó un tufillo a chorizo de Cantimpalos.
Y allí estaba ella. Pletórica. Radiante. Luciendo el culo más grandioso del globo terráqueo embutido en unas mallas de lycra. Me coloqué de tras de ella para disfrutar de su proximidad. Creo que en ese momento me reconoció, pero se hizo la sueca. La monitora iba vestida como la protagonista de Flashdance pero tenía la cara de haber liquidado el IVA. Todo comenzó bien. Los ejercicios era suaves y yo me sentí el rey del mambo. El ritmo de los ejercicios iba avanzando progresivamente exigiendo cada vez de más flexibilidad. Yo que siempre fui un holgazán, y no me doblo ni al dominó, empecé a pasar las de Caín. Y fue al hacer el arco cuando se me soltó aquella ristra de pedos en la cara de mi vecina, cuando me sentí morir. Todo el mundo se me quedó mirando con la misma cara de asco con la que mirarían al vómito de un borracho en la puerta de un after a las siete de la mañana.
De hecho pude observar como a mi culo, digo a mi vecina, le daban arcadas.
Así que, sin mediar palabra desaparecí de ahí, como desapareció la Atlántida.
Estuve varios días en los que no me atrevía ni a poner un pie en la puerta de casa, pero tuve que salir porque se me acabó el papel higiénico.
Bajé sigiloso por la escalera y al llegar al portal me tropecé con ella que se encontraba olismeando en los buzones, juraría que más concretamente en el mio. 
Así que, armándome de valor, o tal vez porque me cagaba encima, pasé a su lado. Entonces fue cuando me gritó aquello de: ¡Poncio, Pilates!, soltando una sonora carcajada, que se me ha quedado grabada en el alma. 
Y ahí se me escapó el punto. Lo único bueno de todo esto que les he contado, es que la Venus de Urbino viene todas las noches a quitarme las penas. No hay mal que por bien no venga.

sábado, 11 de febrero de 2017

Pobres daneses...


Reconozco que me quedé muy sensibilizado tras haber leído un artículo en la prensa y más aún cuando, horas después, vi el vídeo de la campaña promovida por el gobierno danés contra el cáncer de piel. Si ustedes lo vieran, cosa que recomiendo, verían como en él se pide, de manera explícita a los españoles, ayuda para evitar que sus nacionales se achicharren al sol y con ello evitar la alta incidencia que ese tipo de cáncer está teniendo entre los daneses que vienen al sur ávidos del sol que anhelan en su país durante el resto del año.
La cuestión es que, para orearme y rebajar mi habitual nivel de estrés, me escapé de mis quehaceres y me largué a la playa en solitario sin decir ni mu.
Yo, como en esos casos, iba pensando en las musarañas y disfrutando de algún que otro topless, cuando, de pronto, delante de mí, aparecieron dos guiris, más rojos que dos tomates maduros, que estaban tumbados bocabajo sin sombrilla ni nada.
En seguida mis débiles circuitos neuronales conectaron esa imagen con la súplica del gobierno danés, y ya mi vi condecorado con la Gran Cruz Danesa al Mérito Civil. Así que, con ese ímpetu, eché mano de un protector solar con pantalla total, de la prestigiosa marca Tahe, y les arrojé, de manera preventiva, dos chufletazos de tan magistral ungüento en la espalda, tras lo cual me lancé sobre ellos en plancha para poder distribuir bien el producto y que así la profilaxis quedara plenamente asegurada.
Y eso fue lo peor. No recuerdo muy bien lo que sucedió, pero lo que sí recuerdo es que aquellos dos mastodontes no hablaban danés, ni ruso, ni ningún otro idioma de más allá de los Pirineos, eran dos tipos de Alpedrete con una mala hostia tremenda y que me dieron una somanta de palos que de tan sólo recordarlo se me descomponen los intestinos. 
Don Quijote vio gigantes donde yo vi a dos daneses en apuros. Y lo dos, por ilusos, acabamos que ni te cuento...


miércoles, 8 de febrero de 2017

Cámara Café: La dichosa foto


-Salvador: ¿lo tomas solo o cortado?
-Cortado, por favor.
-Tienes mala cara Salvador...
-¿Te has visto la tuya en el espejo, Manolo?
-¿Qué le pasa a la mía?
-No sé...te veo algo pálido y ojeroso.
-Es que desde hace varios días duermo en el cuarto de los invitados...
-¿Y eso por qué, Manolo?
-Mi mujer me tiene castigado.
-¡Algo habrás hecho, pillín!
-Eso es lo peor, que soy inocente de toda culpa. Mientras estaba en la ducha, ella agarró el teléfono y me miró el wasap...
-¿Y qué tenías en el wasap?
-Pues una foto que me envío mi primo Alberto, en la que aparecemos con dos chicas en su despedida de soltero.
-¿Dos chicas? 
-Sí, coño, ¡dos putas!, que hay que decirlo todo...
-Pero si eso ya está pasado de moda, tío.
-Ya lo sé, gilipollas. Eso mismo les dije yo, pero me hicieron caso omiso.
-Pero le habrás dicho que no hiciste nada con ellas.
-Claro, se lo juré y perjuré hasta de rodillas, pero ni con esas me levanta el arresto.
-¿Y cuántos días te ha impuesto como penitencia?
-De momento cuarenta días con sus cuarenta noches.
-Si te ha puesto en cuarentena es porque está convencida de que hiciste algo más que tomarte esa foto.
-¿Tú crees?
-Está clarísimo.
-¿Y qué me aconsejas?
-Envíale flores al trabajo, invítala a cenar a un japonés, haz una declaración jurada ante un notario en la que asegures que saliste indemne de ese antro de perversión. ¡Haz algo!
-Lo haré, estoy desesperado. Llevo varios días sin pegar ojo, de tanto darle vueltas al asunto.
-Por cierto, lo que te quería decir antes es que el próximo jueves salimos todos los de la oficina a celebrar el cumpleaños de Juan Carlos.
-¡Pues no contéis conmigo! 
-¡Eres un flojeras, Manolo!
-Pensad lo que queráis, pero lo primero es lo primero...


sábado, 4 de febrero de 2017

Isabela Lövin


Isabela Lövin, vice primera ministra sueca, me ha dejado alucinado. Y no porque sea sueca y cumpla el topicazo que nos viene enseguida a la cabeza a los españoles nada más pronunciar semejante gentilicio, no. Esta gran señora me ha dejado alucinado por su elegancia y valentía para darle respuesta a semejante personaje que gobierna, desde hace unos días y para desgracia del resto de los mortales, al país más poderoso del mundo.
Suecia no es que sea una gran potencia mundial, ni militar, pero en su haber cuenta con una gran trayectoria democrática y con un gobierno que apuesta, en resumidas cuentas, por cosas tan devaluadas como la cultura, los Derechos Humanos, la protección del medio ambiente y la igualdad entre las personas con independencia de su condición sexual, racial, religiosa, o de cualquier otra índole.
Sumo, desde este mismo instante, a Isabela Lövin en mi lista de mujeres capaces de cambiar el mundo. Mujeres de armas tomar. Mujeres cuya inteligencia supera con creces a la media del prototipo de mendrugo machote metido en política para robarnos hasta la calderilla.
Si me permiten, también sumo, en esta improvisada lista, a la franco-marroquí Muriel Barbery cuyo libro "La elegancia del erizo" estoy leyendo ahora por obra y gracia de mi amigo Nico de Barcelona.
Tal vez lo que les voy a decir sea consecuencia, entre otras cosas, de vivir rodeado de grandes mujeres, pero si ellas gobernasen el planeta estoy seguro de que otro gallo nos cantaría.