martes, 8 de marzo de 2016

Un libro de mierda


Dormía todo el mundo. Bueno, tampoco hace falta exagerar; había algunos pasajeros que veían alguna película y, otros, los menos, leían. Uno de los que leía miraba constantemente a su alrededor, con desconfianza, como el que está intentando robar algo en unos grandes almacenes. Delante de mí, un tipo que se había comido lo menos diez pastillas de las de "colores" desde que despegáramos de Madrid, y que tenía los ojos saltones y vidriosos, se entretenía viendo una película que protagonizaba el actor gallego Luís Tosar. Por un momento, el extraño lector se levantó para ir al baño y depositó sobre su asiento el libro que estaba leyendo de manera minuciosa desde hacía varias horas. Mi habitual exceso de curiosidad hizo que me levantara para cotillear el título del libro: "Cómo hacer nuevas amistades e influir en las personas". Ojiplático ante lo revelador de su lectura, me di cuenta de que el tipo, que salía del aseo terminando de acomodarse la bragueta, pareció percatarse de mi interés por su lectura. Al pasar por mi lado no me dijo nada pero me regaló una mirada inquisidora más propia de un policía en un interrogatorio que de un turista de camino a las playas del Caribe mexicano.
En mi pantalla multifunción se especificaba que volábamos a 725 km/h y a una altitud de 11.000 m. Hora local en España: 08:36. Hora estimada de llegada a México: 05:28 de la mañana. Escuchaba a Duran Duran, en el canal de música. Minutos antes de ponerme a escribir sobre ese tipo tan peculiar que intentaba aprender, mediante un libro, la forma ideal, y científicamente correcta, para hacer amigos, estuve leyendo a Sara Mesa en su opera prima: Cicatriz.
Me levanté al baño. Sin tener muy claro el motivo, me vi repitiendo los mismos gestos del tipo al que no podía parar de observar. Dejé sobre mi asiento el libro abierto por la página que estaba leyendo. Al quitarme los auriculares, que me mantenían conectado con la legendaria banda británica, me sorprendieron los descomunales ronquidos de un señor barbudo, del tamaño de un oso siberiano, que inundaban estrepitosamente toda la cabina del pasaje.
Al regresar a mi asiento, sorprendí al hombre de mis elucubraciones cotilleando mi libro, tal vez con la intención de pagarme con la misma moneda mi anterior intromisión en su intimidad.
-De qué va ese libro -me preguntó el tipo, sin que mediara entre nosotros ni el más mínimo saludo protocolario.
-De una mujer acuciada por la monotonía y la atracción fatal que le provoca un tío muy extraño- le respondí usando un tono de voz que evidenciaba mi escaso interés por mantener con él una conversación literaria.
-¿Qué entiende usted por un tío muy extraño? -me solicitó el inquietante aficionado a las lecturas de autoayuda.
-Para mí, extraño es todo aquel individuo que no se comparta de manera normal -le aclaré.
-Pero, por ejemplo, un científico que vive absorto en una investigación, apartado del mundo, inmerso en su propia burbuja mental, también podría catalogarse como un tipo raro, ¿o no lo ve usted así? -preguntó nuevamente.
-En cierto modo sí. Pero su comportamiento estaría acorde a su perfil profesional, que sería muy distinto, por ejemplo, al de una peluquera. El comportamiento de un investigador es extraño para una peluquera y viceversa, pero no me refería a eso. Me quería referir a comportamientos atípicos, no a los que hacen referencia a patrones laborales o socioculturales- puntualicé.
-Describa atípico -me solicitó.
-Disculpe, pero no tengo muchas ganas de charlar. No lo tome como algo personal, es que me encuentro muy cansado y padezco de colon irritable -le expliqué para mi descargo.
-Descríbame a alguien atípico. Sólo eso, por favor -insistió el señor con bastante impertinencia.
-Bien -dije harto de tan absurda situación- vaya usted al baño y mírese fijamente en el espejo del tocador, delante de usted aparecerá alguien atípico por naturaleza. ¡Buenas noches! -le respondí airadamente recuperando mi asiento y dando por concluida aquella tertulia sin sentido.
El tipo, arrojándome una mirada como si estuviera perdonándome la vida, tomó asiento y no me volvió a molestar durante el resto del vuelo.
A la salida -él estaba sentado unas pocas filas por delante de mí- pasé por el que hasta minutos antes había sido su asiento, y me sorprendió que hubiera dejado allí depositado el libro en cuestión. Así que, sin pensarlo dos veces, agarré el libro y adelantando pasajeros como buenamente pude, le dí alcance para devolvérselo:
-Caballero, disculpe -le dije agarrándole por el hombro- creo que se ha dejado olvidado su libro...
-No, para nada, ese libro no es mio, lo encontré en el bolsillo de la butaca, entre las revistas de entretenimiento; alguien se lo debió dejar ahí. Así que, si gusta, caballero, se lo regalo -me explicó sonriente.
Y diciendo eso, el hombre dio media vuelta y se difuminó entre la multitud. Por cierto, el libro, después de todo: ¡una mierda!.

4 comentarios:

  1. Jajaja eso le pasa a los cotillas y alcahuetes. Vaya cosas tan raras la que a ti te ocurren también, jajaja. Lo del colon irritable, jode un montón, y te lo digo yo.

    Un abrazo.

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  2. En los viajes suceden a veces cosas peculiares. Recuerdo hace años que en una ocasión la persona que estaba a mi lado en un viaje, no paró de hacerme preguntas...y era desde Madrid a La Coruña!!

    Un abrazo

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