jueves, 18 de junio de 2015

Indentidad


Starbucks. Siempre que ando tirado por los aeropuertos les escribo desde Starbucks porque tiene muchos enchufes y siempre tengo falta de enchufar algo. Y mientras estoy enchufado escribo y tomo un café que nunca termina de gustarme pero me facilita el suministro eléctrico y una plácida evacuación intestinal.
Yo andaba merodeando en busca de la mejor ubicación para enchufarme cuando, supuestamente, me llamaron por mi nombre para que recogiera el pedido. Como todos ustedes sabrán, y sino aquí estoy yo para explicárselo, en esas modernas y carísimas cafeterías no dan servicio a las mesas y escriben tu nombre en el vaso para, de ese modo, llevar un escrupuloso control de la trazabilidad. Eso no sirve de gran ayuda, pero si ustedes reclaman porque dentro de su vaso, por poner un ejemplo, se encuentran un moscardón, podríamos saber que la empleada que tomó su orden se llamaba Gertrudis, la que lo hizo se llamaba Jessica, y la que voceó su nombre era conocida como Samantha, con hache intercalada entre la te y la a.
Y yo, al parecer, ensimismado en mis martingalas, no me enteraba de las voces que me estaba propinando la joven y agraciada Samantha desde el otro lado de la cafetera, poniendo en peligro sus delicadas amígdalas, y que, dicho sea de paso, era mucho más alta que la empleada. Lo único físico que afloraba de ella era una prominente cola de caballo que la superaba en altura, y asomaba como un periscopio por encima de aquella moderna expendedora de café, tan enemiga de mis intestinos como de mi economía doméstica.
Pepe -me dijo un tipo mirándome fijamente a los ojos, le están llamando desde hace rato para que recoja su café.
Lo curioso del asunto es que yo no conocía absolutamente de nada a ese señor, aunque he de reconocer que instantes antes le había visto ojear al personal, como si buscase a alguien, y había reparado, por un instante, en el desmesurado tamaño de su nariz. Sé que no está bien ir por ahí de señalón, pero, en ocasiones, todos nos fijamos en ese tipo de detalles. El hombre en cuestión se dirigió a mí sin titubear y con tal familiaridad que me dejó aturdido.
Tras recoger el café, que siempre tiene el doble de tamaño del que yo pido, me quedé pensando en lo que me acababa de acontecer.
Pensé en ese hombre. Pensé en su nariz. Pensé en la importancia de mi viaje de negocios. Pensé en Samantha y en su cola de caballo. Pensé en el embarazo de mi esposa. Pensé en otro aluvión de cosas de poca monta. Pero, sobre todo, pensé, con gran confusión, en la manera tan segura con la que, ese hombre, había relacionado mi nombre con mi fisonomía.
Mi nombre y yo, de manera evidente y palpable, debemos tener una relación causa efecto que, hasta este momento, me era desconocida. Yo soy a Pepe lo que Pepe es a mí. Ese hombre desconocido, y con un gran "olfato" para la psicología aplicada, haciendo alarde de un incomparable potencial deductivo, mirándome un par de veces en un lapso de veinte segundos, había llegado a la conclusión de que ese tipejo merodeador y ensimismado, medio calvo, bajito y regordete, con menos sexapil que Mariano Rajoy vestido de lagarterana, era el Pepe que estaba obstaculizando el tráfico natural de lavativas marca Starbucks.
Por razones obvias, aún un poco apabullado por la situación, fui al baño. Me miré en el espejo y vi a un Pepe. ¡Pepe!. Me di la vuelta, me miré de perfil y me dije: ¡Un Pepe, sí señor!. Di otra vuelta, y, girando el cuello como un búho, me contemplé en semejante pose sobre el espejo, y me volví a reafirmar en mi identidad: ¡Pepe!.
Y, qué más contarles... pues que mientras caminaba hacia la puerta de embarque C41, y miraba como hipnotizado el trasero de una inglesa, sin otra razón aparente que la de realizar un somero cubicaje de sus posaderas, me di cuenta de que, en cada viaje, en cada café que tomamos para purgarnos o no dormirnos, o en cada culo que miramos dejándonos llevar por el macho ibérico que todos los españolitos de a pie llevamos dentro, hay un ejercicio inconsciente de reafirmación identitaria. Viajamos y vivimos para ser lo que somos, y que se sepa lo que somos. Yo soy Pepe. Lo sé porque se me nota hasta en los andares.

5 comentarios:

  1. YO, soy katherine un nombre impronunciable a veces pero no soy mas que katherine jeje, Perdona Pepe pero si un café en Starbucks te confirmo al identidad que ya sabias que era tuya yo trato de confirmar la mía jejejeje genial Pepe sencillamente genial lo que un café lastimosamente no colombiano puede hacer.

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  2. No,no,a mi no me engañas ,tu eres jose...........,jajajjaaj

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  3. Graciosa lectura Pepe, porque eres Pepe, no?. Después de tanto café, tanto culo, tanta posadera y tanta cola de caballo, no se yo. Pero si eres el Gran Pepe Fernandez.....un saludo y buen finde...

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  4. Es que eres un Pepe genial. Y lo mismo el hombre pegado a la nariz, te ha leído y reconocido..
    Los '' cafeles'' de dicha cafetería son bastante atraco al bolsillo, pero siempre están llenisimos... Y lo de los enchufes para mi, que estan hechos aposta, para la consumición...
    Besos

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  5. Me encanta leerte, imagino todo lo que describes, ahora mismo estoy imaginando como es ese ¡Pepe!....cuando en un strabucks me preguntan mi nombre yo siempre invento uno, les dijo que soy Casimira o Adelaida o Gertrudiz pero que por favor lo escriban bien, con "z" jeje, es que si no lo hago así, me parece insoportable ese café.
    ¡Un abrazo!

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