sábado, 30 de mayo de 2015

Junio


Arranco, con nostalgía supina, otra hoja de mi calendario Pirelli. Acaba mayo. Se va como vino, sin querer. La vida sucede del mismo modo; sin querer, aunque a veces lo hace queriendo, y otras a mala leche. Las elecciones se anunciaron, se hicieron, y se pasaron. Mi abuela se marchó. Mi madre se marchó. Todo es efímero. Fugaz. Impredecible. Aunque nosotros lo vivamos con el corazón en la boca, nada dura. Ni malo, ni bueno. Por mucho que nos empeñemos en desafiar al destino, al calendario, o al mes de mayo. ¡Vaya usted con Dios! Otros vendrán. Y vaya que sí vienen...
Estoy deseando abrazar a este junio. Lo espero, con premeditación y alevosía, escribiendo en calzoncillos. Todo junio trae un verano debajo del brazo. Junio es el ecuador del año, el mes más centrado, un mes que marca el comienzo del declinar de un nuevo ciclo. Junio es mucho junio. Treinta días inigualables para comenzar cualquier comienzo, para dar el do de pecho, para enmendar la plana, para la operación bikini, para dejar de fumar, para leer cuatro libros sin pestañear, para el primer baño de la temporada en el Mare Nostrum. Junio es la bomba: trae brevas, melocotones, albaricoques, ciruelas, melones, sandías, qué sé yo de cosas con hueso que trae este junio que comienza mañana y que ojalá qué no acabará nunca. Llega cargado de vida, de orgasmos intensos, de besos con lengua y sal, de relatos de risa por escribir, de bocatas de jamón serrano sin comer, de nudos mentales por apretar y por desliar. 
Me encanta psicoanalizar cada mes, tumbarlo en el diván, auditarlo, programarlo, estructurarlo, definirlo, conquistarlo. Y cuando hago todo eso, luego es que me cunden una barbaridad. Bueno, aunque veces no tanto. Hay meses que se dejan querer más que otros. Algunos vienen muy contestarios. 
Hay meses muy carpentovetónicos y otros que no lo son tanto. Es lo bonito que tiene la democracia. ¿O no?.

miércoles, 27 de mayo de 2015

Tiempo después, de José Luis Cuerda


Mi obsesión por leer nuevos registros hace que descubra, de vez en cuando, libros singulares. Casi nunca compro respondiendo a la llamada de una campaña mediática de las grandes editoriales. Por el contrario, me dejo engatusar en los pasillos de las librerías por la pericia de un autor, o de un editor, o de un ilustrador, en definitiva, compro por seducción y de manera anárquica, con unos comportamientos consumistas fuera de cualquier patrón preestablecido por las visionarias mentes del marketing.
El último libro "singular" que he leído ha sido Tiempo Después, del conocido director de cine José Luis Cuerda, y editado por Pepitas de Calabaza, una auténtica obra surrealista ambientada en el año 9.177, en el que el mundo se reduce a un gran edificio dónde vive un Rey, un Alcalde con una secretaría muy bien mandada y de muy buen ver, un Almirante con varios marineros de secano, un General de la Guardia Civil que hace rondas para no aburrirse, un barbero duplicado, y otro que nunca abre su barbería porque es un apasionado a la cría de galgos y no lo dejan criarlos, un conserje, un pastor con un rebaño de ovejas que transita por el edificio, de arriba abajo, haciendo uso de los ascensores, también hay un cura, y un fraile, y una monja fogosa. Por otro lado, en ese mundo del futuro, hay un barrio a las afueras dónde viven hacinados los parias del mundo. Y, entre esos dos mundos de ficción, surge irremediablemente la fricción. Una guerra al mejor estilo del irrepetible maestro Gila o de mis admirados Monty Python.
Todos los personajes tienen una gracia tremenda. Las conversaciones no tienen desperdicio. En esta pequeña novela, queda patente el dominio del lenguaje visual que tan bien suelen desplegar aquellos autores que lo mismo escriben un guión que agarran una cámara y hacen cine. Todo es muy plástico y todo guarda una cosmovisión alocadamente futurista con un lenguaje tan correcto como tremendamente alocado.
Muy recomendable para todos aquellos lectores que gustan de sorprenderse. 

martes, 26 de mayo de 2015

Tatuajes


-¿Qué quiere que le dibuje, señor? -Dijo aquel hombre tatuado hasta las orejas, la cabeza totalmente rapada, el rostro lleno de piercing, y que al mirarle a los ojos me produjo un escalofrío.
-Voy a querer un colibrí -dije con cierto temor.
-¿Un colibrí? -preguntó con sorpresa el artista, poniendo cara de angustia.
-Sí, ¿algún problema?.
-No, nada que ver. Tan sólo que no le veía a usted mucho de colibrí.
-¿Y de qué me veía, a ver?.
-No sé, ahora que lo dice, no le veo a usted de nada. De hecho, nunca hubiera pensado que un hombre de su perfil quisiera hacerse un tatuaje.
-¿Y cuál es mi perfil, si se puede saber?.
-No sé... a usted le veo como un hombre clásico. Un hombre normal -se justificó el tatuador.
-Me quita usted un peso de encima. Ya pensé que parecía algo raro.
-No todo lo contrario. Pero lo del colibrí lo veo un poco de gay. ¿No será usted gay, verdad? -preguntó descaradamente aquel tipo mientras preparaba sus herramientas como un viejo sacamuelas.
-¿Y sí lo fuera, qué pasaría? 
-Pues... soy objetor de conciencia, y no atiendo a homosexuales, lo siento mucho -respondió el homófobo, regalándome una sonrisa burlona. 
-No, yo no soy homosexual, pero usted no me va a hacer ningún tatuaje, se lo aseguro -le respondí elevando el tono de voz. Ahora lo comprendo todo... lo de su esvástica no va en broma.
-No, no va en broma, mariconazo. Y si no sales en dos segundos de mi taller, te meto mi bota por el culo y te lo reviento.
No dije nada, me pareció inútil. Así que recogí mi chaqueta y, tras tropezar en el tope de la persiana del local, fui tranquilamente andando hacia la gasolinera en la que habitualmente suelo repostar. A cada paso que daba, mi rabia y mi odio se iban acrecentando. Mis tiempos de militante ecopacifista quedaban ya muy lejanos. Incontroladamente, regresaron a mi mente imágenes del ataque de un grupo de cabezas rapadas que dejaron, para siempre, en silla de ruedas a mi amiga Lucía. La golpearon con una bate de béisbol sin que los demás pudiéramos hacer mucho por evitarlo. Aquél tatuador, sin duda alguna, era uno de ellos, y yo, ya hace mucho tiempo que dejé de ser un asceta y de poner la otra mejilla.
Lo que sucedió después no sé muy bien cómo se gestó en mi cabeza. Nunca antes me había pasado algo así. Jamás me hubiera imaginado a mí mismo haciendo todo lo que acabé haciendo aquel día.
La cuestión es que compré un pequeño candado por tres euros y una botella de cerveza de litro. Llené una botella de plástico de gasolina super. Cogí del cuarto de aseo abundante papel de manos. Lo metí todo en una bolsa, intentando no llamar demasiado la atención, y regresé tranquilamente hacia el taller de tatuajes mientras, por el camino, daba buena cuenta de la cerveza.
El resto fue rápido. Hice una gran mecha con el papel de manos. Lo introduje a presión en el cuello de aquella botella de cristal en la que previamente había depositado la gasolina. Encendí la mecha. Abrí la puerta de aquel local de mala muerte, y arrojé esa especie de cóctel molotov improvisado contra aquel nido de cucarachas. En apenas un segundo todo comenzó a arder. Bajé la persiana y, con una rapidez que no reconocía en mí, coloqué el candado y me marché. Mientras me alejaba creo que alcancé a escuchar gritos, pero no tengo muy claro si procedían del artista o de la gente que se empeñaba en socorrerlo para que no quedará asado como un pollo rustido. 
Me daba igual. Tan sólo pensaba en Lucía. Ellos no nos dejaron socorrerla mientras se retorcía en el suelo hasta que sus piernas dejaron de moverse. 
A veces, los días no se parecen en nada a lo que previamente teníamos planeado. Yo, aquel día, dejándome llevar por el romanticismo, pretendía tatuarme un colibrí en el pecho. Pero las cosas no salen como uno quiere. Ni mucho menos. Al final, como es obvio, no me lo pude tatuar y, a día de hoy, se me han quitado las ganas. Hay cosas que tienen su momento. De hecho, creo que todo tiene su momento.


domingo, 24 de mayo de 2015

Higiene cultural


Desde que tengo uso de razón, y cierto poder adquisitivo, hago grandes inversiones en cultura. El beneficio que estoy recogiendo, desde entonces, es un valor seguro que nunca me ha fallado y me ha convertido en lo que soy. La mejor de todas las inversiones, por encima de cualquier otra, es la educación. La cultura engrandece a las personas y a los pueblos. Leo tanto por higiene como por ambición. Ambiciono saber, entender, comprender. 
Leo un cuadro y escribo un lienzo. Viajo en mi salón a mundos desconocidos, que sólo habitaban en la cabeza de un escritor noruego, y, ahora lo hacen también en la mía. Las esculturas, antaño estatuas de sal, ahora se mueven a través de mi mirada de amplio espectro. La cultura me hace ver, mirar, observar, interpretar, vibrar. La cultura me convierte en cómplice de sus revoluciones, de sus cambios, de sus progresos, de sus aspiraciones. Me impregna. Me involucra. Me engrandece. Me transforma. Me moldea.
Invierto en cuadros, en libros, en museos, en periódicos, en cine, en teatro, en música, en danzas, y, pese a todo lo que gasto, y que sé que es demasiado, cada vez me siento más rico. 
Mi cuenta del banco sufre su cuarto menguante, mientras yo disfruto leyendo tumbado en el césped, y la vida pasa entre nubes de algodón, que cambian de forma a cada momento, y tras cada verso.
Anhelo más saber que tener. La vida me lo ha dado todo. 

sábado, 23 de mayo de 2015

Reflexión


Aunque no lo parezca, estoy en casa reflexionando. Hoy es la jornada de reflexión y quiero aprovecharla al máximo para ordenar mis armarios. En España, ya no tendremos otra jornada zen como esta hasta finales de año. Los años de elecciones son, por antonomasia, años reflexivos. Antaño, un elector podía encajar su sufragio entre discursos de amplio espectro, mientras que, ahora, los discursos se circunscriben en saber quién la tiene más larga o saber quién ha robado menos. Ellos son conscientes, desde su inconsciencia, de que nos conformamos con que nos roben poco. Lo importante de todo gobierno es hacer las cosas con mesura, sin grandes alharacas, sin ofuscarse, ni cebarse con nada ni con nadie.
El buen gobierno es aquel, que, como una buena compresa higiénica, ni se mueve, ni se nota, ni traspasa. Lo demás lo hace el mercado; el auténtico gobierno invisible de la sociedad capitalista y neoliberal que rige nuestros designios y hasta nuestra forma de mascar chicle. 
Yo reflexiono en profundidad. Mis inclinaciones electorales se basan más en las cuestiones estéticas que en la profundidad de los discursos nietzschenianos que nos ofrecen nuestros candidatos: qué si este lleva el tinte bien, qué si la coleta del otro, que si aquella otra habla muy bien, que si la otra aquello, o lo de más allá... La política de masas consiste en dominar los pequeños detalles. Por eso, Belén Esteban gana cien veces más que usted, y que yo. 
Mientras la sociedad del bienestar se tambalea nosotros reflexionamos. De la reflexión nace la evolución. La reflexión nos sirve para analizar, corregir, enmendar, cambiar, inventar... Hoy todos estamos en eso. Lo dice la Ley electoral. Mañana, uno de esos escasos días en los que los corderitos se transforman en lobos, veremos qué es lo que pasa. El espectáculo está servido. No me lo pienso perder.

jueves, 21 de mayo de 2015

Viajes a contrapelo


Pienso en historias de humor mientras atravieso La Mancha. Una Mancha quijotesca e infinita, de campos de cereal, de intenso color verde bajo un cielo azul. Ayer por la tarde una suave brisa transformaba en olas un mar de espigas pidiendo guadaña. Ese dulce vaivén hipnótico me inundo por completo de cuentos para morirse de risa, de ocurrencias infantiles a través de la mirada de un gordo cincuentón, que se mueve más que los precios. De Serbia a Cuenca, de Cuenca a China, de China al mundo. Del mundo a la mierda.
El mundo es gran coco. Un coco enorme en avanzado estado de putrefacción. Ese chiste no es bueno. Mejor pienso otro, a ver...Déjenme pensar.
Un jarrón de la China, nana, China, nana, te voy a regalar. De China los jarrones y de México los sombreros. La cancioncita no es así, en realidad habla de un Mantón de Manila, pero esto es un cuento, qué más da... 
En mis viajes, siempre hay alguien que me pide el topicazo. Otros son más simples y me piden que les triga un imán para el frigorífico. ¡Qué sea bonito, Pepe, que tú tienes buen gusto! -me dicen. Y yo los veo todos igual de horribles. Todos los souvenirs me parecen horribles. Lo que menos me gusta de viajar son los souvenirs y los turistas ansiosos. La gente, cada vez más, se mata por hacerse selfies. Por subir a lo más alto caen hasta lo más hondo. Hacen balconing, sí, les explico: se emborrachan y se tiran desde los balcones con la refrescante intención de llegar hasta la piscina. Y muchos son los que no llegan.
Ser turista es algo así como ejercer una profesión de riesgo. Yo soy un turista a contrapelo. Coincido con ellos, los miro como quien mira a un escaparate en rebajas. Es un querer y no poder. Observo sus risas preconcebidas, sus poses meditadas, sus preguntas aburridas, sus ricas comidas falsificadas, sus guías, sus palos de selfie, sus riñoneras, sus gorras, sus prisas, y es ver todo eso y se le quitan a uno las ganas de tomar vacaciones.
Yo soy turista de negocios. Hago negocios y turismo. A veces, ni lo uno ni lo otro. Ni vendo ni veo. Sólo corro. Sólo hago el amago. Sólo invierto tiempo. Los largos pasillos de los aeropuertos son mi pista de atletismo. Mi cara y mi cruz. Corro, arrastro equipaje, arrastro ansiedades, golpeo a turistas despistados, les pido disculpas sin dejar de correr. Las azafatas están cerrando las puertas del avión, yo les grito desesperado: ¡No cierren, por favor! ¡No cierren!. Y mi vida, mi futuro, y mi éxito dependen del oído de una azafata, o de su buena voluntad.
Al regreso de uno de mis últimos viajes alguien me preguntó:
-Con todos esos viajes debes andar muy estresado.
Y yo, mirándole fijamente a los ojos, le respondí:
-Yo no estoy estresado, pero mis dos maletas sí. Pobrecitas.

domingo, 17 de mayo de 2015

Eros colibrí


No sé cómo se tomaran ustedes que este que les escribe lo esté haciendo en calzoncillos y escuchando jazz en la terraza de su casa y con la fresca. Con la fresca no me vengo a referir a mi vecina, me refiero a la temperatura. Siempre quise ser un escritor provocador. Últimamente, y gracias a Murakami, me ha dado por endulzar mis oídos con largas sesiones de jazz. Acabo de hacer, igualmente en calzoncillos, una exquisita ensalada de pimientos asados para la cena, o para cuando nos apetezca. La ensalada de pimientos, a la que le añado siempre berenjena y cebolla, también asadas, prescindiendo del ajo, es un plato que se conserva bastante bien en el frigorífico y conforme van pasando los días se va incrementando su sabor. Esto último no lo interpreten metafóricamente, por favor, para qué nos vamos a engañar.
Antes de ponerme a cocinar leía a Michel Houellebecq, y antes de leer al francés, estuve regando las plantas. Las pobrecitas han sufrido una semana tremenda, en la que hemos pasado la peligrosa barrera de los cuarenta grados, y, en consecuencia, han sufrido una gran crisis hídrica que he intentado paliar a golpe de regadera. Mis plantas y yo, en ocasiones, sufrimos este tipo de crisis.
Ahora que les escribo, sin saber para qué, una pareja de tórtolas copula frenéticamente sobre la rama de un pino carrasco. Al profesor universitario de la última novela de Houellebecq le ponen mucho sus alumnas y de vez en cuando se ve en la obligación de copular con alguna de ellas. A las tórtolas, como a Murakami, les pone el jazz.  Lo he observado en más de una ocasión: todo es poner la música, y acudir las tórtola a ponerse al "dale que te pego" sin contemplaciones.
Todo tiene sus consecuencias. Una relación causa efecto. Incluso el simple hecho de que les escriba en calzoncillos, mientras escucho jazz, tendrá un significado intrínseco que se escapa al raciocinio de cualquier aficionado a la psicología, o del mío propio.
Como les decía, aquí me hallo, en semejante pose, incitando a la inspiración, recordando el sutil vuelo de los colibríes, su espasmódico adelante y hacia atrás, su capacidad de aparecer y desaparecer, su evocadora y dulce ansia de libertad. Los colibríes, y las golondrinas que revolotean ahora mismo sobre mi cabeza, y las que anidan cada año en el porche de la casa de mi hermana, no se pueden enjaular ni dominar. Como las palabras, nacieron para ser libres. Mi hermana cuida de sus golondrinas y yo cuido a mis colibríes.
Tiento a la suerte literaria, mientras, de soslayo, veo con cierta envidia la frenética cópula aviar como el que ve un documental de National Geographic y se empalma. Aunque, he de reconocerlo, esto ya no es lo que era. Los años no pasan en balde. Mi decadencia física ya es una intermitencia con visos de permanencia. Las tórtolas siguen ahí, a lo suyo, como si se fuera acabar el mundo, mientras yo sigo aquí, en calzoncillos, como si se me fueran a acabar las palabras, y pretendiera encontrar el significado a todo aquello que dice Houellebecq, o Murakami, o Mariano Rajoy, o me sugieren las mágicas improvisaciones de jazz que resuenan mientras les escribo.
Antes, la cama representaba el epicentro de mi universo. Ahora, busco el equilibrio saturando a mi mente de palabras exquisitas, de mensajes encriptados, de músicas nuevas, de platos vegetarianos, de vinos espumosos, de libros balsámicos, y de místicas contemplaciones. 
Y, yo aquí, en calzoncillos de marca blanca, desafiando a mi suerte, y espantando a Eros.  

jueves, 14 de mayo de 2015

Por un puñado de votos


En campaña electoral todo es posible, como en el viejo anuncio de Titanlux. Los políticos pierden el sentido del ridículo, si es que alguna vez lo tuvieron, y hacen jaimitadas, sin lastima ninguna, para beneplácito de los periodistas, siempre ávidos de fotos con enjundia, y de los humoristas, a los que se les facilitan sobradamente sus guiones.
Para su defensa les diré que, en la mayoría de los casos, algunos lo hacen con una naturalidad digna de cualquier actor de Hollywood, cosa que tiene su mérito, todo hay que decirlo. Tal vez, para muchos de ellos, esa sea su verdadera vocación: el mundo de la farándula
Aparentar y ocultar. Aparentar servicio público y ocultar sus tejemanejes espurios y sus productivos viajes a Suiza, o a Andorra, con cargamentos en efectivo de diversa procedencia y para dudosos e inconfesables fines. Cámara y acción. Abracadabra. A la de una, a la de dos, y a la de tres...
A nosotros, a los votantes, a los mortales de a pie, a los paganinis, siempre nos ha tocado el papel de espectadores, de palmeros, de hoolingans enardecidos ante las arengas de nuestros adorados y sacrificados líderes que tanto velan, y se desvelan, por nuestro bienestar y nuestro futuro.
En campaña todo se eleva a la décima potencia. Los actos adquieren, a propósito si cabe, mucho más despropósito. Las parodias tienden a acercarse a lo sublime, y, para ello, no escatiman en inspirarse en los Monty Python, o en Mr. Bean, y gente así, de ese nivel. En gente que sabe de la cosa. No escatiman en asesores.
Soy de los que opinan, aunque todo esto que les escribo haga parecer lo contrario, que de no existir estas campañas electorales tan rocambolescas y tan patéticas, habría que inventarlas.
El circo democrático requiere de estos eventos cada cierto tiempo. Ya suena la música. Ya redoblan los tambores. ¡Arriba el telón!.

lunes, 11 de mayo de 2015

Collage incontrolado

Yo no soy, créanme, son mis dedos. Hacen esas cosas tan extrañas en contra de mi voluntad. Llevan años haciéndolo y sufro en silencio sus consecuencias. Últimamente, esa extraña incontinencia me había desaparecido. Se había atenuado su necesidad de salir a la superficie, de aflorar, de cortar, de colocar, de pegar. Parecía que no se querían dejar ver, que habían rebajado su ego a posiciones más humildes. Se escondían en lo más recóndito de mi creatividad, para descanso de mi conciencia más ortodoxa, y para enojo de mi anárquica deriva expresiva. 
Pero se han escapado de su propia celda con renovados ánimos y una agilidad pasmosa. Con necesidades claramente contradictorias, como yo, o como ustedes que me leen sin tener muy claro por qué malgastan su tiempo leyendo a un tipo que, como yo, no sabe lo que escribe ni para qué lo hace.
Mi consciencia me arrastra, con frecuencia, al mundo paralelo de mi inconsciencia. 
A veces no sé si lo que hago pertenece al lado real o a mi lado más oscuro.
Escribo pegando palabras y hago collages pegando imágenes robadas que maquillo para que parezcan otra cosa, pero que no dejan de ser imágenes disfrazadas de lagarterana, o de torero, o de vaya usted a saber qué.
Este de hoy es un collage a gusto del consumidor. Unos dirán que es irreverente y otros que es una especie de reflexión del momento vital por el que atravieso.
Les prometo que, cuando mis dedos comenzaron a destrozar una revista que tomé prestada en un centro cultural del Barrio de Savamala de Belgrado, no tenía ni la más remota idea de lo que me intentaban transmitir. El mensaje lo entendí después. Voy a ser padre. Nuevamente voy a ser padre de una niña. ¡Y mis dedos ya lo sabían!. ¿Cómo coño lo han sabido? ¿Qué saben ellos de mí?

sábado, 9 de mayo de 2015

Estrella del Norte


Angel Haro de nuevo. Este hombre crece sin parar dentro de mi mundo. Siempre fui de adoptar referentes. De interiorizar pasiones. De asirme a las asas que se me ofrecen sin contemplaciones. De no renunciar, por nada del mundo, a lo verdaderamente auténtico. Y en ese trasiego que es mi vida, Angel Haro, de vez en cuando, se cruza en mi camino para aportarme, con un discurso tan auténtico como sutil, todo su universo cultural e ideológico. 
De La Tregua, en Tabacalera en Madrid, hasta la Sala de Verónicas en Murcia, la Estrella del Norte sigue su rumbo hacia nuestras conciencias, hacia nuestro yo interior, que es lo más desconocido que nos queda por conocer. Nunca un viaje tan corto me había aportado tanto.
Tras dejar la compra semanal en casa, que todos los sábados hago en el mercado, regresé para hacer participe a mi esposa de la exposición. Más que para hacerla participe, lo adecuado sería decir para integrarla en su paisaje por unos instantes, en una especie de fusión obra-espectador tan difícil de lograr como, en ocasiones, complicada de entender.
En silencio, el tren dio varias vueltas ante nuestra expectante mirada. La música acarició nuestro subconsciente para facilitar la tarea de integración entre las partes. El escenario le viene que ni pintado. La luz de la locomotora proyectó paisajes misteriosos sobre nosotros. Y entonces fue cuando apareció nuestra sombra dentro de la obra. Y Entonces fue cuando nuestras miradas se encontraron y nos fundimos en un beso de película. En un beso de reencuentro en el andén de una estación llamada nostalgia. Ya estábamos adentro. La obra nos había integrado, nos había asumido, nos había aceptado.
Estrella del Norte es un viaje introspectivo. Una metáfora. Un verso suelto. Sencillamente, arte.

El Pacto del Sava


En unas pocas horas más abandonaré Belgrado, al río Sava, y a su vertiginosas mujeres. Un apuesto y simpático camarero nos confesó anoche, en el Toro, uno de los muchos restaurantes cafetería de moda que inundan su antiguo puerto fluvial, que ellos tienen que tomar pastillas de bromuro para poder trabajar sin que, a cada rato, se les caigan las bandejas de las manos, y, por un momento, lo he creído. El exceso de belleza puede provocar vértigos, excitación, alucinaciones, inflamación localizada, y otro tipo de contraindicaciones. (Lea el prospecto y consulte a su médico).
La naturaleza es generosa con estas mujeres y todo un castigo para los viejos verdes que, como Marco Polo, llegamos de fuera para intentar hacer negocios por estas tierras. Para mi tranquilidad, le he pedido una pastilla de bromuro al camarero y ya todo en mí se ha vuelto calma y filosofía.
Últimamente me veo más como filósofo que como latin lover. Tan sólo verme en las fotos, que me tiro a diestro y siniestro como un poseso, aflora en mí la nostalgia de tiempo pretéritos. Mi llegada a los cincuenta es un momento cada vez más cercano que se confronta con la alegría de mi segunda paternidad, veinte años después.
Con cincuenta, tendré que volver a bregar como cuando tenía veinticinco. Entonces fui tan prematuro como ahora tardío. Respeto y adoro tanto a mi nuevo paternidad como a la primera. Estoy viviendo, rodeado de bellezas que desafían a la razón, una transgresión espacio temporal en la que me observo, como en un espejo mágico, sobre la superficie del río Sava.
El Sava, sabe más de mí que lo que pensaba. La naturaleza es una sola, y Serbia y España son la misma repetida. Las vidas se abren paso, con más o menos dificultad, o con más o menos acierto, en un fluir incesante como las aguas que arrastra este maravilloso río antes de ofrecerlas al Danubio. Me gusta del Sava su generosidad. El puente luminoso crea una pátina dorada de misterio sobre la superficie tranquila de sus aguas. Veo mi rostro reflejado en un espejo dorado, como preámbulo de un tiempo de nuevas y renovadas ilusiones.
El fondo de las ecografías, que me ha enviado mi mujer por mail esta mañana, en las que se ve a nuestra pequeña Ana María, es también de color dorado. El "Dorado" es un lugar mítico que los españoles siempre soñaron descubrir. También hacemos referencia a la "Época Dorada" cuando hablamos de momentos trascendentes y fructíferos.
Observando a esas exhuberantes bellezas ajenas, y escuchando el murmullo sigiloso del río Sava entre el estrépito de músicas latinas, soy consciente de estar viviendo un momento dorado de mi vida. El Sava me ha dicho, entre bachatas y chachachas, que agarré bien el timón y mantenga con fuerza este rumbo y le he dado mi palabra. La naturaleza y yo siempre nos hemos sabido entender.
El cóctel de bromuro con Baileys y unos cubitos de hielo me ha sentado genial. El Sava se despide de mí con el lejano pitido de una barcaza. El ambiente del viejo puerto fluvial de Belgrado bulle de manera tan portentosa como el vientre de mi esposa. Mi vida, y las aguas del Sava, en su recién adquirida complicidad, siguen apaciblemente su curso. Mi vuelo sale mañana.

viernes, 8 de mayo de 2015

Las Ranas de Bosnia


En Bosnia me reciben las ranas. Con su croar desesperado evidencian una necesidad imperiosa por reproducirse. No me ha sorprendido tanto el croar de las ranas -la biología hace tiempo que no me sorprende tanto como la filosofía-, como la ostentación religiosa sobre el paisaje que he divisado desde nuestro coche: iglesia, mezquita, mezquita, iglesia, en una alternancia que percibo tan ansiosa como la de los anfibios en plena fase reproductiva.
La gente, aquí, es generosa. Nuestro localizador GPS se ha vuelto loco y un paisano nos ha acompañado con su viejo Audí hasta ponernos nuevamente en ruta. El paisaje ofrece un verdor avasallador y las tierras son tremendamente fértiles. Los ríos bajan con abundancia de agua. Su cocina es fiel reflejo de su multiculturalidad. Musulmanes, ortodoxos, católicos, y judíos, aportan su cultura y sus tradiciones en una conjugación tan maravillosa como de forzados y complejos equilibrios.
Los carteles advierten de la presencia de minas antipersona. Parar el vehículo en una cuneta ante una urgencia, y adentrarse unos metros en la foresta para mear puede acarrear dramáticas consecuencias.
Estoy en Vitez, el centro neurálgico de la antigua Yugoslavia. Los países se desintegran con una facilidad pasmosa, sobre todo cuando se inventan por la fuerza y abusando de la creatividad.
Me ha dicho Artur, que tiene grandes dotes de diplomático, que entender la actual situación política de Bosnia y Herzegovina, y de lo que su día se denominó como el Polvorín de Los Balcanes, requiere de bastos conocimientos geoestratégicos, que se sumergen hasta la época de las cruzadas, y que aún ni con esas... A veces enterrar a la historia no sirve de nada, y simplificarla, como en su día intentó la ONU cuando intervino en el conflicto, tampoco.
He descubierto en Bosnia la diferencia que hay entre los cementerios de los países en paz de los que recientemente ha estado en guerra: en los países en paz, en su mayoría, enterramos a gente mayor, en los países que han estado en conflicto los cementerios están repletos de gente joven. La guerra es lo peor para la demografía y lo mejor para la épica.
Las mezquitas lucen luces psicodélicas de color esmeralda alrededor de su minarete. En un entorno deprimido en el que las casas aún conservan, en algunos casos, los impactos de las balas y los efectos de la metralla en sus fachadas, las mezquitas se alzan al cielo, impecables, y con renovado vigor, en una especie de ostentación que tiene tanto de espiritual como de política.
En Bosnia, el poder y la religión conviven estrechamente ligados. Ahora, la situación parece tranquila. En Sarajevo, una ciudad maravillosa para perderse durante unos días, el turismo crece a pasos agigantados. La industria empuja, aún con timidez, de una economía en proceso de recuperación y necesitada de una enorme transformación.
Las ranas, a mi llegada, anuncian lluvias. Las lluvias presagian bienes. Los bienes consolidan la paz. Tal vez por ello, cuando escucho croar a las ranas, siento mucha tranquilidad. Por desgracia, dicen los científicos que, estos sutiles y melódicos batracios, cada vez son más escasos en todos el planeta. Desde niño siempre me han encantado las ranas. Nunca olvidaré tan inesperado y sonoro mensaje de bienvenida. Incomprensiblemente, lo había comprendido todo: "Lo único verdaderamente importante es la PAZ".

viernes, 1 de mayo de 2015

Urnas con flores


Y estrenamos mayo. Pese a lo usado que está, este es un mayo nuevo, renovado, incipiente, luminoso, electoral. Un mayo del trabajo. Un mayo antaño sindical y ahora patronal. Un mayo de derechas. Un mayo de izquierdas. Un mayo para todos. Un mayo sin desmayo. Un mayo, pese a lo que digan, para quitarnos el sayo. Un mayo hermoso, regenerador, triunfal. Un mayo con flores y con frutas. Un mayo de esperanza.
Todo puede, y debería, comenzar en mayo. De hecho, enero debería ser mayo, y mayo debería ser mayo. El año debería ser un mayo de trescientos sesenta y cinco días. Y es que mayo es el mes en el que todo lo deberíamos intentar.
Un buen mes para comenzar retos, para enmendar entuertos, para estrechar manos e inaugurar sonrisas de anuncio publicitario. 
Recuerdo de niño, en el colegio de curas al que mi padre se empeñó en apuntarme, que en mayo celebrábamos el mes de las flores. A cada uno nos asignaban un día para llevar flores a la Virgen. El día que me tocaba a mí mi padre montaba en cólera. Mi padre siempre ha sido bastante dado a las contradicciones. Mayo, por aquella época, era un desfile de ornamento, de olores y colores, y de niños con flores. Rezábamos y cantábamos odas a la Virgen, a golpe de pulmón, en una especie de éxtasis colectivo en el que, de un momento a otro, esperábamos que la Virgen ascendiera hacia los cielos, como una nave espacial, pero eso tan sólo sucedía en nuestra imaginación.
Para las floristerías comienza la temporada alta. También para las peluqueras y los fotógrafos. Comienza la época de mayor confluencia de bodas, bautizos y comuniones. Las reminiscencias de una religión marcando los ritmos de un pueblo edulcorado con flores y sermones grandilocuentes. 
Todos a una como en Fuenteovejuna. Todos a casarse en mayo. Sueños que comienzan en mayo, y pese a lo idílico del suceso, acaban como buenamente pueden. Las más sin flores y sin fotos y casi nunca en mayo. Las menos jugando al parchís en el geriátrico. Ahora sólo se juega al parchís en los geriátricos o cuando alquilamos una casa rural.
Se está poniendo de moda celebrar algo que se ha dado en llamar despedidas de casado. Un evento social con el que lubricar el fracaso y atenuar, de manera patética, la frustración. Mayo no es un buen mes para despedidas. Para despedirse siempre viene mejor un febrero, o un noviembre, que son meses que no pintan mucho pero que están ahí haciendo bulto. Como todo lo que comienza tiene un final, pese a mis buenas intenciones, mayo también es finito.
Así que: aprovechemos, disfrutemos, y votemos en este esplendoroso mes de mayo. Llenemos las urnas con flores de esperanza. Y luego Dios dirá.