miércoles, 8 de abril de 2015

Relación epistolar


Apreciado Carlos:

Gracias por tu sincera carta, en la que, como siempre, me demuestras tu confianza y la gran amistad que me profesas. Como podrás comprobar, a mí me está pasando algo como lo que a ti te pasó no hace mucho tiempo. ¿Ves cómo no somos tan distintos aún estando tan distantes?.
Ahora que he decidido ser un hombre serio, ponerme a diario traje y corbata, comportarme como todo un ejecutivo de Wall Street, ir a locales de moda, dejarme ver por actos e inauguraciones adecuadas a mi categoría, llevar la barba bien cuidada, asistir a cursos de alta dirección, participar en obras de caridad, correr una o dos horas al día, o jugar al padel, o ir al gimnasio, o dos días a la semana hacer natación y, entre horas, leer libros de autoayuda. Ahora, querido Carlos, que he decidido hacer todo eso, me he dado cuenta de lo costoso y cansado que es hacer todo aquello que se supone que debemos hacer. ¿No te pasaba a ti algo así?.
No. Supongo que no, pero yo tampoco pienso abandonar. Soy consciente del valor que me aportará seguir las tendencias sociales. Tengo claro que lo peor que me puede suceder es que me vean como a un perro verde, alguien que nada a contracorriente, un trasnochado, un transgresor, o, peor aún, que me confundan con un perroflauta del mundo del marketing, con lo que me ha costado llegar a donde estoy. La sociedad tiene una máxima, Carlos, o estás con ella o estas contra ella. Y no hay más...no te canses.
Dime, amigo: ¿qué estas leyendo ahora?. Me gustó mucho ese libro que me recomendaste del francés Jean-Paul Didierlaurent, titulado: El lector del tren de las 6.27. Sabes que siempre me ha gustado que tú vayas por delante de mí en todo, hasta en la lectura y ahora no sé cuál comprar.
Pienso demasiado en estas cosas, la verdad. Lo tendré que tratar con mi terapeuta de cabecera, igual que hiciste tú y te vino tan bien. Posiblemente sean los últimos coletazos de la crisis de los cuarenta, o, tal vez, los comienzos de la crisis de los cincuenta. Ya no somos aquellos valientes de la universidad que podíamos con todo, ¿te acuerdas qué bien lo pasábamos juntos?. Me puede estar pasando factura la presión de esta puta crisis económica:  ¿o será la ansiedad de que se acabe ya y que la gente como tú, que tuvo que marcharse a trabajar al extranjero, pueda regresar a casa?. O los efectos colaterales del calentamiento global, también he pensado que pueda ser algo de eso, Carlos. Sea como sea, yo me tengo que actualizar. Siento la necesidad de adecuarme a los tiempos. A ti eso siempre se te dio mejor que a mí. No quiero quedarme anclado en el pasado y que se me reconozca, a lo lejos, como un progre que se quedó empantanado en la cultura de la transición, en la movida de los ochenta, de la época de Tierno Galván. Me urge limar asperezas mentales y abrazar a la sociedad de nuestro tiempo. Aceptar su culta incultura. Su exceso de ego. Adquirir sus sueños de grandeza libres de impuestos. Ambicionar yates comprados en B. Disfrutar de viajes a todo confort a lugares exóticos. Mirarme al ombligo y dejar de preocuparme tanto por los demás. No sé qué pensarás de todo esto que te cuento. Pensarás que estoy para que me aten, y tal vez tengas razón. Tú sabes que estas cosas sólo las hablo contigo. He de confesarte que echo mucho de menos esas largas conversaciones, esos cafés que se eternizaban, esas peleas dialécticas sobre política, sobre arte contemporáneo, sobre nuestros sueños. ¿Recuerdas, o sólo soy yo el que lo recuerda y lo anhela?
Tener sueños pequeños, Carlos, como por ejemplo: aprender a escribir, disfrutar con el trabajo diario, sentirte a gusto en casa viendo un documental de momias egipcias que ya has visto veinte veces, tomarte un café con leche con galletas recubiertas de chocolate, pesarte y ver que has engordado dos kilos por las dichosas galletas -pero es que están tan ricas-, ir a cenar sushi los martes que hacen el dos por uno. Cagarlo todo el miércoles y ver que aún salen bolitas negras y rojas en la caca. Ir al cine los días con descuento aunque sea sin palomitas. Ver los partidos de fútbol cuando los dan en abierto, o escucharlos en la radio cuando los dan por canales de pago, o verlos por Internet, a cámara lenta, y ver el gol de tu equipo, dos minutos después, cuando ya ha empatado el contrario. ¿Tú miras las cacas antes de tirar de la cadena, Carlos, o esa manía es sólo cosa mía?
La verdad es que yo, como todo hijo de vecino, quisiera ser un tipo perfecto. Es más, sería suficiente con parecerme un poco más a ti: siempre bien vestido, tieso, impoluto, ubicado, admirado por mujeres de toda condición, pero cuando pienso en lo bien que se pasa siendo un tipo normal cuya máxima aspiración es aprender a escribir y a pagar sus deudas, me dan ganas de quitarme el traje, afeitarme la barba y dejar aparcados los libros de autoayuda para cuando me llegue la crisis de los sesenta.
Los tipos como yo no tenemos arreglo, Carlos, seguimos enviando cartas con sello de correos -espero que te guste el que te he puesto en esta carta, es el nuevo del Rey-, y mirando el buzón cada vez que llegamos al portal del edificio. Lo que me está costando cada vez más trabajo es encontrar sobres con los clásicos ribetes azules, blancos y rojos del correo aéreo. Creo que tú y yo somos los únicos que seguimos con esta costumbre tan ancestral. Somos políticamente incorrectos, qué digo incorrectos, yo diría que inclasificables. No estamos para que nos lleven a ningún sitio, ni para tener amigos de categoría. Bueno tú sí. Tú si vales. Siempre has válido mucho. Vales mucho amigo.
Pero dime, Carlos: cómo te va con tu nueva amiga... creo que se llamaba Paula, ¿o era Anna?. ¿Sigues con ella o ya le has encontrado todas esas pequeñeces que te hacen salir huyendo y ser el soltero más codiciado del hospital de New York para el que trabajas?. Cuéntamelo todo en tu próxima carta, y responde, de vez en cuando, a los wasap, canalla, que no sé para qué te lo descargaste.
Como verás, en el sobre te he metido uno de esos collage que tanto te gustan. Ya sólo los hago para ti. Espero que a cambio, cuando puedas, me envíes algún catálogo de las exposiciones del MoMA, sabes que las exposiciones de aquí las eligen los políticos y son de muy mal gusto.
Y olvídate de una vez por todas de las casadas. Hazme caso, aunque sólo sea en eso, te ahorrarás muchos problemas.
Un abrazo muy fuerte.
Tú amigo Andrés que no te olvida.  

2 comentarios:

  1. Me encantan tus historias.
    Pero ir en corbatado y de traje, no hace la seriedad, si nó mira casi todos los paises arruinados por los entrajetados de barbas bien cuidadas y manicuras refinadas.
    Yo prefiero siempre a los perro flautas, yo también lo soy.
    Las cartas con sellos horteros aun se llevan, que yo las hago.
    Y el '' wasa'' también lo uso jjeje, oju me estoy enrollando.
    Beso

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  2. Que pena cuando encajonamos, clavamos o enterramos esa esencia misma de la que estamos hechos "Libertad" y para poder sobre vivir nos conectamos a la enorme masa que como un gigante cardumen vamos todos juntos al precipicio o a zambullirse en la marea espesa de lo tedioso y lo aburrido.
    Somos elementos de dos crisoles diferentes en los que igualmente nos trituran tratando de sacar lo poco que quede de nuestra esencia.

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