domingo, 15 de febrero de 2015

Gastroeconomías


Ya está puesto el caldo. Aunque no lo parezca, soy un amo de casa muy cundido. En la olla hierven los nabos, las chirivías, el apio con su primo pequeño el perejil, unas zanahorias viejas que ya formaban parte de la decoración del cajón de la verdura, una trozo de cebolla tierna que no estaba tan tierna, con un trozo de caparazón de pollo campero que pesaba más de cuatro kilos y parecía un pavo, un trocito de jamón serrano, y un puntita de chorizo picante del Campo de San Juan, en Moratalla. Claro, con su pizca de sal y su poquito de pimienta negra en grano.
Todo lo tengo cociendo mientras les escribo. Con ese caldo, pretendo hacer una paella con unos trocitos de carne de secreto ibérico adobado, unos pimientos, y unos espárragos, y poco más... Mis paellas son extremadamente anárquicas.
Rebusco las palabras adecuadas para este texto con el bullir de la olla como música de ambiente. Tengo la puerta del patio abierta para que corra el aire, y, mientras tanto, escucho a los pájaros piar como si se acabara el mundo. Sin afeitar. Sin duchar. Guarro como un jabalí en plena sierra. Escribiendo y cocinando al son de un nuevo día, con mucha luz y rebosante de vitalidad.
La olla es una compañera fiel que me augura pasiones sustanciales y sustanciosas. Con su sonido, me pide sutilmente que le baje un poco el fuego. Lo paso del nueve al siete. Mejor al seis y medio. El sonido se modera. A veces la precipitación provoca que todo se precipite. La chirivía y el nabo me ofrecen su olor adelantándose así al resto de los ingredientes. Hasta los más modestos exigen a veces su minuto de gloria. 
Un buen caldo es la esencia de todo buen guiso, o de toda buena paella. Una vida, sin un buen fondo, nunca será una buena vida. Y ese necesario fondo vital es la cultura. Una cultura que nos minimizan y que nos niegan, que nos encarecen y nos devalúan. Una vida sin caldo cultural es como un fast food rebosante de colesterol y de grasas. Una sociedad alejada de la autenticidad y de la cultura produce, en serie, personas superficiales, fácilmente manejables y extremadamente consumistas. No hay desarrollo sostenible sin cultura. Para desarrollarnos sin cultura tenemos que crear burbuja tras burbuja, le explote a quién le explote. Y así nos luce el pelo. 
Ahora me toca hacer el sofrito, freír la carne, luego añadir el caldo y, cuando todo este hirviendo, echar el arroz. Quince minutos y listo.
Paella versus hamburguesas. Micro-economía de los fogones.

4 comentarios:

  1. No sé qué tiene el chorizo, que ves una foto suya y corres a leer la entrada. Y de paso aprendes una receta nueva. ¡Qué aproveche!

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  2. No hace falta una respuesta....yo como ese caldo de sopa que hay nieve afuera y esa sustancia mezcla de olores y colores y efusión de sabores, calienta el alma.
    Apuesto que la paella quedó exquisita.

    Saludos y buen provecho. ¿No sabía que viviste en Michoacán?

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    1. Hace quince años me volví a descubrir en Morelía, y en Paztcuaro, y en Zamora, y en Uruapan, y en Apatztingan, y en Lázaro Cardenás, y canté con Arjona en un palenque, y vi a los viejitos bailar. En Michoacan comencé a sentirme mexicano, aunque ese es un título que me queda algo grande.

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