domingo, 7 de diciembre de 2014

Sueños búlgaros


Él leía en ruso mientras yo me dejaba secuestrar por mis infinitos archivos de fotos. Antes sucedía al revés, yo leía a William Kotzwinke y él miraba fotos familiares en su Ipad.
Por la ventana del avión alcanzo a divisar, entre las nubes, los picos nevados de unas montañas que se asoman tímidamente a saludarnos, tal y como solían hacer antiguamente los niños al ver pasar a los trenes. Ahora ni los niños ni los trenes son la misma cosa. 
Yo de niño soñaba con tener un tren eléctrico hasta que un año los Reyes Magos, hartos de mis insistentes misivas, me lo trajeron. Ese día me di cuenta de que, en ocasiones, los sueños son más útiles cuando permanecen en el mágico terreno de la fantasía que cuando se materializan.
El vuelo de easyJet va repleto de personas y de sueños. Casi un tercio de los búlgaros, por no renunciar a ellos, se han tenido que marchar de su país. La vida es vida mientras mantenemos encendida la llama de nuestros sueños.
Con toda la seguridad que me brinda la imaginación, intuyo que el joven búlgaro que viaja a mi izquierda sueña con encontrar un próspero futuro en el Reino Unido, mientras yo sueño con el prometedor proyecto empresarial que acabo de iniciar en Bulgaria.
Impulsados por los sueños surcamos los cielos, desafiamos a la razón, invocamos a los dioses, e intentamos construir nuestro futuro en base a decisiones carentes de cualquier certeza. Los sueños son un ecosistema en el que el desconocimiento y la inseguridad nos generan una energía capaz de llevarnos a alcanzar las estrellas o a estrellarnos contra las rocas. Los sueños y las pesadillas siempre han mantenido una preocupante relación filial.
Por consiguiente, el joven búlgaro y yo no somos tan distintos, tan sólo a él lo veo ligeramente más guapo, y con más pelo, y con menos barriga, y sabiendo inglés, mas sin embargo, pese a tan obvias e importantes diferencias, los dos estamos asidos a los cabos de una enorme cuerda de la que todos los humanos, con independencia de nuestro pasaporte, estamos unidos: los sueños. Todos tenemos sueños búlgaros porque los sueños nacen en una única central nuclear de la que, sin darnos cuenta, todos nos recargamos.
Claro que, como todos ustedes comprenderán, nada de esto tiene ningún valor científico, ya que los científicos, sean de dónde sean, no entienden mucho de estas cosas, a no ser que, como yo, y tal vez como usted que me lee, sean amantes de la metafísica.

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