martes, 18 de noviembre de 2014

Macho alfa


Voy a contarles una historia que nadie sabe con la esperanza, y el deseo, de que me sepan guardar bien el secreto.
Era martes. Bogotá. Un hotel de ejecutivos. El día había sido duro y, sin embargo, mi cuerpo no se adaptaba demasiado bien a una nueva habitación. La inquietud me arrastró a dar una vuelta por los bajos del hotel.
El hotel contaba, y seguirá contando, con una pequeña galería comercial sin pena ni gloria: ropas de dudoso gusto, recuerdos de Colombia, una agencia de viajes que ya se encontraba cerrada por lo intempestivo de la hora, una peluquería unisex.
Yo caminaba ensimismado; pensaba en los detalles de mi agenda de trabajo del día siguiente, y en los posibles resultados de las visitas que acababa de realizar. Se olía a tabaco. Al fondo de la galería vi lo que parecía, y luego ciertamente resultó ser, una coctelería.
Yo no soy mucho de cócteles, salvo en mi juventud en los que fui un gran aficionado a los Molotov. Entré allí sin demasiada convicción, como debe entrar un toro en un coso sin saber qué gaitas hace allí. No era demasiado grande. Las mesas estaban llenas de ejecutivos de medio pelo viendo vídeos chorra en YouTube. Una luz de sepelio alumbraba unas neblinas de nicotina y alquitrán con genuino sabor americano. 
Me dirigí a la barra con la esperanza de poder charlar un rato con el barman. El camarero tenía cara de pocos amigos. Le pregunté sobre el partido de fútbol que daban en televisión y de una manera casi mineral me dijo que a él no le interesaba el fútbol. Por intentar ser agradable le pregunté que qué le interesaba a él y me dijo que lo único que realmente le interesaba a él era que los clientes no le dieran mucha conversación. Blanco y en botella.
Mientras digería aquella estrambótica situación, una preciosa mujer ataviada con un vestido rojo tipo Valentino se sentó a mi lado.
-Un mojito por favor -pidió la miss mundo sin mover un músculo de su perfecto rostro.
-Lleve cuidado -le recomendé, el camarero tiene muy malas pulgas.
-No estoy hablando con usted -me dijo sin mover ni un grado el ángulo de su cara para responderme.
-Lo siento, no pretendía molestarla -me disculpe, sin saber muy bien si era lo que tenía que hacer.
-Ustedes los españoles se creen con derecho a todo, ¿verdad? -me planteó.
-Yo no he venido aquí a generar un conflicto internacional, tan sólo pretendía tomarme algo. Por cierto camarero, póngame a mí otro mojito.
-¿A qué se dedica usted? -me preguntó la mujer.
-Vendo cosméticos. ¿Y usted, a qué se dedica?
-Trabajo en una morgue.
-¿En una qué?
-En una morgue. Trabajo con muertos. ¿Ocurre algo?
-No. Nada. Qué va a ocurrir. Los muertos son gente pacífica. 
-Los muertos están muertos. ¡Salvo algunos!
-¿Cómo qué salvo algunos?
-Hace unos meses uno de ellos comenzó a chillar en el congelador.
-¿Y qué decía?
-Pues qué iba a decir, que tenía frío y que lo sacáramos de allí.
-¿Qué susto, no?
-Sí. Aunque era la primera vez que nos pasaba eso.
-¿Los demás no se quejan de la temperatura?
-Ni de la temperatura ni de nada.
-Pues ve, lo que yo le decía, son gente pacífica.
-Son muertos.
-¿Usted los arregla para que se vayan guapos para el otro mundo?
-Así es, los maquillo, los arreglo, los peino, los dejo bien presentables.
-¿Hoy arregló a muchos?
-Como a seis.
-¿Y no le importaría arreglar a un vivo antes de irse a dormir esta noche? ¿No me ve muy demacrado?
-Usted no está demacrado, usted es un descarado. Eso es lo que es.
-No se ponga usted así, por favor. Los vestidos de Valentino sacan el lado de macho alfa que hay en mí. Me ponen muy bruto.
-No es de Valentino, es de Zara. 
-Ve como no somos tan malos los españoles. Hacemos ropa bonita y a buen precio.
-¿Está usted casado?
-Sí. ¿Y usted?
-También.
-¿Y qué hace que no está cenando con su esposo?
-Todos los martes me pone un escusa y se va a cenar con su secretaría.
-Parece que ya entiendo lo de su cara, y no es por lo de los muertos.
-Así es. Nuestro matrimonio está muriéndose. Seguimos juntos por conveniencia. Por pura y asquerosa conveniencia.
-Pues si lo que quiere es vengarse, aquí me tiene a su total disposición. Soy un hombre serio, discreto, respetable y se manejarme muy bien en las distancias cortas.
-Es precisamente lo que le iba a proponer: ¿Cuál es su cuarto?
-La habitaciiiónn seiisccientos cuaattro -le dije tartamudeando de la emoción.
-Pagué estas dos copas y suba a su cuarto. En diez minutos estaré allí. Vaya dándose una duchita y póngase cómodo.
Nervioso como un colegial en su primera cita, pagué y subí hacía mi habitación a la velocidad de la luz.
Cinco años después, aún la sigo esperando.

8 comentarios:

  1. jajajajajajajajaja, al macho le falto el alfa José y sabes gracias por describir muy bien a las Colombianas pero he de aclarar que no todas son tan enojonas hay unas muy pacificas pacificas no tanto como los muertos pero si pacificas.

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  2. Puffff que buena historia, por cierto muy bueno lo de los cócteles Molotov.

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  3. No sé si las dietas van a llegar para tanto hotel. Salvo que también sea senador.

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  4. Por que crees que no subió ?, me intriga .

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  5. ¿No sera que subió y no nos queres contar? Jajaja, buen relato amigo! Saludos, S.

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  6. Gracias por vuestros comentarios. Unos creéis que subió y otros que no. Otros que esto es ficción y otros que algo de esto pudo suceder. ¿No será esto la magia de la literatura?
    Un abrazo a todos.

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  7. Solo espero que algún día suba! MaryPeras.

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