miércoles, 12 de noviembre de 2014

El gallinero o la fábula de la gallina y la tortuga


La gallina Josefina tiene una nueva vecina. La vecina de Josefina se llama Tomasa, pero no es una gallina, sino una tortuga de tierra poco habladora, un poco sorda, y de avanzar renqueante. De hecho, tiene un oído inflamado y una de sus patas traseras parece no funcionar demasiado bien. Josefina y Tomasa, pese a sus evidentes diferencias fisiológicas, se han hecho muy buenas amigas. Las dos recuerdan perfectamente cómo y cuándo salieron del huevo. Tomasa recuerda cómo fueron formándose sus duras escamas y Josefina le cuenta de la suavidad de sus primeras plumas. Tal vez por la edad, hablan demasiado de su pasado. Tomasa ha puesto huevos seis veces, una de las cuales, allá por los montes resecos de Mazarrón, contó hasta dieciséis de una sola puesta. Josefina llora al recordar el ataque de un zorro a su gallinero. El raposo se comió a sus cinco pollitos y ella se escapó por los pelos encaramándose a la copa de un árbol. Tomasa la consuela contándole la historia de su último y trágico desove: un viejo cimarrón se comió todos sus huevos justo en el preciso instante en el que comenzaba a enterrarlos y, no conforme con eso, intentó comerse a Tomasa y le mordió en una de sus patitas de atrás. Por eso, ahora, su pata trasera derecha es un muñón, que, pese a todo, le sirve de apoyo y le facilita la movilidad.
Josefina y Tomasa se llevan tan bien desde el mismo momento en el que descubrieron que las dos eran viudas. Curiosamente, el gallo Vasallo y el tortugo Tarugo, murieron ahogados tras una enorme tormenta que se llevó por delante varias casas y un camping entero. Tras enviudar, las dos decidieron no volver a tener pareja y, de ese modo, poder dedicar el resto de sus días a la vida contemplativa. 
El que peor lo lleva por aquí es el gallo Gallardón al que, recientemente, le han cortado las alas y está medio desplumao. No habla con nadie, y menos con nosotras.
Tomasa echa de menos la libertad del monte, pero, pese a la desgracia de haberse cruzado en el camino de Paco, al que todo el mundo conoce como Paco El Carpintero por regentar una carpintería en suspensión de pagos, se siente feliz porque entiende que, de otro modo, nunca hubiera conocido a Josefina. El gallinero al que la arrojó Paco no es el monte, pero, a ciertas edades, el recogimiento deja de suponer un problema para convertirse en todo un privilegio. Sobre todo cuando Paco, con la precisión de un reloj suizo, a las cinco en punto de la tarde, arroja dentro del gallinero los restos de la cocina de su casa, llena el comedero de ricos granos de maíz, y repone de agua fresca los bebederos. La vida, dentro de un gallinero, no es tan mala como mucha gente podría pensar. Hay sitios mucho peores. Al menos aquí, aunque vengan disfrazados, todavía sabemos distinguir entre una gallina y un zorro.

5 comentarios:

  1. Me gustó tu cuento, 'Paco el fabulero'. Cuidado con el gallo Gallardón y con su suegro el gallo Utrera, el terror de la gallinera.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Cuentón. Por cierto: ¿No tendrás por ahí, para enviarme, un retrato del Gallo Utrera?

      Eliminar
  2. Acabo de leer tus emotivas líneas del 31/08/13. Lo reconozco, he llorado. No me debes nada, todo lo has hecho tú y solo tú. Estoy buscando foto de Mallorca, Pepe Chana, tú y yo. Memorable. ¿Contacto?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mi correo es josefernandez@tahe.es. Un saludo Paco. ¿Por qué debes ser Paco, o no?

      Eliminar