viernes, 31 de octubre de 2014

Virus



-Pase, pase por favor. Siéntese. ¿O prefiere recostarse directamente en el diván? 
-No sé, es la primera vez que vengo a terapia. Mejor comienzo en la silla. Luego, ya veremos si me acuesto o salgo por piernas.
-Tranquilícese señor Sandalio, ¿por qué ese es su nombre, no es cierto?
-Sí doctor, para gloria de la humanidad, Sandalio Rebollo Peinado, para servirle.
-¿Le molesta, por abreviar, si le llamo San?
-Ni mucho menos. Siempre he querido que la gente me llamara así, pero nunca lo he conseguido.
-¿Y cómo le llaman?
-Zapato, zapa, babucha, chancla, alpargate, bambo, de todo. Ahora me da igual, pero imagínese usted de pequeño...
-Me imagino, San. Me imagino. ¿Y cuál es el motivo de su visita? ¿Por qué, después de tantos años, busca usted apoyo profesional?
-Porque he perdido el sentido del humor.
-Eso es muy grave.
-Lo sé.
-¿Ha perdido algún sentido más?
-El de la orientación nunca lo tuve bien. Soy más peligroso con un mapa que Messi en el área pequeña.
-¿Le gusta a usted el fútbol?
-No. Lo odio.
-¿Y por qué ese odio tan visceral contra ese popular deporte?
-De joven jugaba al fútbol. Mis compañeros me escondían las botas y me dejaban en su lugar unas sandalias de playa. Se morían de risa mientras las buscaba. Siempre era el último en saltar a la cancha. Era horrible.
-Algunos adolescentes son gente malvada.
-Lo sé.
-Dígame San, ¿ha perdido algún otro sentido?
-Pues, ahora que lo pienso...creo que he perdido el sentido del ridículo.
-¿No siente ridículo?
-No, de hecho, al entrar la edificio, me he encontrado con un amigo y me ha dicho socarronamente: ¿cómo estas zapachanclas? Y me ha dado igual.
-¿Y qué le ha respondido a su amigo?
-¡Me cago en tus muertos!
-Creo que lo suyo no va a ser fácil.
-Lo sé.
-¿Qué más me podría contar?
-¿De qué?
-De su vida, de su juventud, de su infancia, de sus relaciones de pareja?
-No tengo pareja.
-¿Pero la tuvo?
-No, nunca he tenido pareja.
-¿Y eso? ¿No se siente atraído por nadie?
-No, nunca he sentido atracción por nadie, ni por nada en particular. Bueno sí, por un loro que vive conmigo.
-¿Cómo se llama el loro?
-Sam.
-¿Cómo usted?
-Sí, pero con eme, me gusta más Sam, queda más anglosajón.
-Entiendo. ¿Y desde cuándo vives con San con eme?
-Desde que murió mi padre. Mi madre murió cuando me traía a este mundo. Creo que por eso mi padre nunca me lo perdono, y por venganza me puso este nombre.
-¿Alguna vez se lo confeso?
-No, él era mudo.
-¿De nacimiento?
-No, por un trauma, vio como un camión atropellaba a su padre y perdió el habla.
-Pobrecito.
-No nada de eso. Mi padre, tras el atropello, heredó una fortuna importante.
-¿Usted a qué se dedica, Sam?
-Soy contable.
-Yo busco un contable. Acabo de enojarme con el mío. ¿Dónde tiene su oficina?
-Yo sólo cuento para mi. Cada uno que cuente lo suyo.
-No le entiendo, Sam.
-¡Qué no soy contable! Sólo cuento mi dinero. Crece, crece y crece. Y cómo gasto menos que un ciego en novelas...
-¿Y por eso huye usted de las relaciones, para proteger su capital?
-No. Nada de eso. Simplemente estoy mejor con Ofelia.
-¿Entonces sí tiene pareja?
-No. Ofelia es mi loro, es que es hembra. Es una lora.
-¿Tiene más animales en casa?
-Sí, dos peces rojos, pero con ellos no tengo tanta confianza.
-¿Por qué no?
-Porque se mueren muy rápido. Pero nunca dejo a uno solo. Cuando muere uno, automáticamente, voy a la tienda y lo remplazo por otro nuevo. Por eso no me da tiempo mucho a intimar con ellos. 
-¿Algún otro animal?
-Sí. Un gato persa. Lo encontré en la calle perdido con su collar y su cascabel y todo. Él da buena cuenta de todos los peces que se van muriendo. Si viera usted cómo se relame los bigotes cada vez que se come uno.
-Dígame la verdad: ¿le gustan las mujeres?
-No.
-¿Y los hombres?
-No
-¿Y los batracios?
-No.
-Creo que para ayudarle, requeriré de ayuda de otro colega.
-Lo sé.
-¿Cómo qué lo sabe?
-Me ha ocurrido otras veces.
-¿Pero no me dijo usted que era la primera vez que hacia terapia?
-Sí, siempre lo hago para no asustar. 
-Mire, Sam, con eme, si viene usted aquí a engañarme, no sirve de nada.
-Lo sé.
-¿Y, si lo sabe usted todo, para qué viene a terapia?
-Es que me aburro mucho hablando con los peces.
-Entonces se está planteando visitarme como una diversión, ¿es eso, verdad? Pretende que yo forme parte de su zoológico mental, a golpe de talonario.
-No, no. Yo siempre pago en efectivo.
-Pues sabe lo que le digo: ¿no le voy a aceptar como paciente?
-Lo sabía.
-¿Por qué lo sabía?
-Me sucede a menudo.
-Bueno, ya está bien, la consulta son cien euros.
-Le puedo hacer un cheque.
-¿Pero no me acaba de decir que sólo usa efectivo?
-Lo sé.
-¿Entonces?
-No tengo efectivo, ni cheques, ni tarjeta. Estoy loco.
-Pues si está usted loco, haga el favor de no hacer perder el tiempo a los demás. Y vaya usted al Seguro Social, necesita ayuda y mucha.
-Tome sus cien euros.
-¡Me está usted haciendo perder el sentido del humor!
-Lo sé. ¿Me puede dar cita para la semana que viene?
-Al salir, pídasela a la enfermera.
-Me gusta usted, doctor.
-¿En qué sentido?
-Aún no lo sé, por eso quiero volver la semana que viene.
-Me asusta usted, Sam, con eme.
-Lo sé. ¿Se ha dado cuenta de una cosa?
-De muchas, San.
-Con eme, por favor, si no es molestia.
-Sí, con eme.
-¿Se da cuenta de que contagio a la gente la pérdida del sentido del humor? Creo que soy un virus.
-Dicho así, tiene su sentido.
-Y cuando me vaya, se dará usted cuenta de que también habrá perdido el sentido de la orientación.
-¿Por qué está tan seguro?
-Porque no sabrá adónde ir, ni a quién llamar. Soy un virus. Tengo claro que soy un ente viral mucho más peligroso que el Ébola. ¡Hasta la semana que viene doctor! Cuídese.

1 comentario:

  1. Joderrr, menudo lío, ahora lo de Sam con eme es buenísimo, porque suena más anglosajón, jajaja

    ResponderEliminar