jueves, 18 de septiembre de 2014

El cable del Ipad


Esta tarde, tras salir del trabajo, me ha dado por hacerlo sobre la mesa del jardín. Para inspirarme, necesitaba escuchar los incesantes gritos de la niñería de la urbanización. Pulmones fuertes, sin nicotina ni alquitrán, virginales, dando el do de pecho como un barítono en el Romea. Las cigarras aportaban también lo suyo, constancia y uniformidad en la nota, porque yo diría que sólo emiten una única y encabronada nota durante todo el verano. En lo alto, la banda sonora original la completaban los abejarucos, cantando y volando al ritmo de las olas invisibles del viento, mitad música, mitad danza. La intoxicación sonora, entiéndase: el ruido, lo aportaban el sonido lejano de un avión, tal vez militar, y, muy de tarde en tarde, el armonioso rugido del motor de algún vehículo de alta gama.
La descripción sonora ya me parece adecuada.
Pasaré a describirles la luz en la que se desarrolló la escena. Una luz que se atenuaba por momentos. Del amarillo al plomo. Del todo a la nada. Medio en penumbra, como les apuntaba, al comienzo del relato, sobre la mesa.
La mesa en cuestión no es un paradigma del diseño del mobiliario de exterior, no se vayan a pensar. La compré de oferta y la estoy pagando a plazos. En doce cómodos plazos, eso sí. Y parece que los plazos, la mesa, y yo, vamos a superar el compromiso.
Lo hacía cansado. Estoy seguro de que ustedes que me leen, con devoción mariana, también lo habrán tenido que hacer alguna vez en su vida cansados. ¿O voy a ser yo el único? No me lo creo.
Estas cosas, como muchas otras, no se deberían hacer sin estar fresco y lozano. El cansancio puede propiciar el fracaso, y el fracaso la frustración, y la frustración generarnos una ansiedad de caballo que nos lleve a tomar la baja laboral. Y eso ya, me parece a mí, que son palabras mayores.
La postura era la adecuada. Lo hacía despacio, sin pensar en el final, sin agobios, sin crear falsas expectativas a nadie. 
Cuando creía que ya estaba llegando adónde se suponía que debía de llegar, comenzaron a picarme los mosquitos en los pies, y qué les voy a decir: ¿habrá bichos más odiosos que unos condenados mosquitos infectos picándote los pies?. La luz ya casi no era luz. Las cigarras habían dejado de joder. Los abejarucos hacía rato que habían dejado de bailar y de comer abejas. El avión ya debió aterrizar en algún aeródromo militar repleto de militares sin pase pernocta. Los niños barítonos habían perdido intensidad y vibrato, tal vez por el simple hecho de tener la boca llena de pan con salchichón o chorizo de Cantimpalo. Y, mientras todo eso sucedía, el Ipad se me quedó sin batería.
Sabía que eso podría suceder en cualquier momento. El artefacto ya me había avisado del riesgo que corría en varias ocasiones. No se pueden imaginar ustedes la cara de tonto que se me queda cuando me quedo a medio.
Pero es que por intentar darle un toque de romanticismo a mi mundana existencia, hoy quise escribirles desde el jardín.
Y, en el intento, se me ha hecho de noche sin haberles llegado a contar nada del otro mundo. Lo tengo que dejar aquí. Espero que me sepan disculpar. Y todo porque no me llega el cable. ¿Por qué diablos, estos de Apple, los harán tan cortos?


2 comentarios:

  1. Yo esperaba el dibujo hecho en el Paint, jajaja. Buen relato. Saludos, S.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hoy opté por la fotografía, aunque sé, de buena tinta, que mis dibujos en paint están marcando tendencia. Saludos.

      Eliminar