miércoles, 20 de agosto de 2014

Buenas compañías


Andrés Neuman, sin saberlo, me está acompañando estos días de vacaciones. Siempre me ha gustado la gente que tiene cosas que enseñarme. Aunque sean los dientes. O, como en este caso, que me enseñen el camino que aún me queda por recorrer para ser un buen cuentista y no morir en el intento.
De momento, lo único que tengo es mucho cuento. Y la jeta necesaria para escribir sin ponerme colorado. Lo demás es tan sólo un cúmulo de  palabras sin orden ni concierto, colocadas sobre una especie de puzle, con la energía que proporciona un tempranero desayuno con café y repostería y el silencio del amanecer dentro de una cava sin cava, ni vino, ni nada que pueda afectar a mi función hepática.
Este tal Neuman, para los que no tienen el gusto de veranear con él, es un joven escritor y poeta argentino nacido en el setenta y siete: ¡capicúa! Los nacidos en años capicúas son gente simpática y locuaz, de fácil verborrea y gran capacidad creativa. Yo nací en el sesenta ocho, y quizás por eso, guardo, en parte, la esencia de esa trasgresora generación. Soy, por tanto, un desgraciado transgresor inconformista. Ni capicúa ni nada. Poco estudiado aunque bastante leído. Profesor de mí mismo y mecánico de mi desfasado y desbordado mecanismo.  Aficionado a retorcer versos en prosa. A mirar reflexivamente el lado oculto de las cosas. A fingir calma en la tempestad. A exigir orden desde el caos.  A viajar mucho con los ojos abiertos y, casi siempre, apretando el culo.
Aprendo de cada instante enciclopédico que me brinda la vida. O, como en este caso, de lo mucho que me está enseñando este silencioso compañero de viaje argentino que se apellida Neuman, y que es un apellido mucho más interesante que este Fernández mío. Bueno, de mi padre, que si mi padre se hubiera apellidado Mauro de Vasconcelos, yo podría ser de origen portugués, tener pasaporte brasileño y haber escrito el libro que lleva por título “Mi planta de naranja lima” y que es el próximo libro que tengo en cartera para cuando acabe con este de Neuman.
De Gerona, a Argentina, y de Argentina a Brasil, sin moverme del butacón. Menudo lujazo es esto de la literatura, es como viajar en low cost pero a tutiplén

Ahora, con su permiso, voy a terminar de leer, que me falta tan sólo “El último minuto”.

4 comentarios:

  1. 'Mi planta naranja lima' lo leí hace unas semanas en mi playa (previo pago a la agencia) de Alcocéber. Y, una de dos, o con los años me hago, además de viejo, más sensible (recuerdo cuando me reía de mi padre que lloraba viendo películas y ponía gestos cómicos para disimular) o esa obra me emocionó. Disfruta con tus tocayos.

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    1. Sí, Cuentón, yo he llorado tanto con ese libro como hacía tiempo que no lloraba. Es magia pura ese Mauro de Vasconcelos. Un libro con mayúsculas.Saludos.

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  2. ¿capic....qué? jajaja, no comprendo esa palabra, pero a Neuman lo he escuchado en su blog, una que otra vez lo visito y al parecer sí, es simpático.
    También tu post lo encuentro simpático, hombre!

    Saludos.

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    1. Capicúa, viene del catalán cap y cua, que quiere decir cabeza y cola, por eso 77 comienza por siete y termina en 7. Es capicúa. Jajaja. Saludos

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