sábado, 29 de marzo de 2014

La hipótesis de los dioses y el garrafón


Lo primero que hice esta mañana al levantarme, como hago casi todas las mañanas, fue abrir la marquesina metálica que separa mi cocina del patio de la parte trasera de la casa. La luz tenía color de lluvia y un intrigante hálito de nostalgia lo inundaba todo. He sentido los olores de la primavera como un bebé que, con su manita de terciopelo, acariciara el rostro de su padre. Las aves, que siempre me saludan al levantarme, lo han hecho hoy de una forma distinta, como más confiadas y melódicas que de costumbre. Eolo soplaba con fuerza arrojando ráfagas de viento, como para exhibir su fuerza y enfrentarla a mi osada homeostasis, en un capítulo más de la eterna lucha entre dioses y mortales. 
Los dioses siguen ahí, indemnes, arrojándonos castigos divinos por nuestra eterna condición de pecadores, y nosotros seguimos aquí, pusilánimes, pecando a tutiplén y sumando vueltas y más vueltas a está frenética maquinaria cósmica, con un Ibex 35 esplendoroso y unos datos de desempleo apocalípticos.
Como decía: después de abrir la espita de mi conciencia -y la marquesina de mi casa- y enfrentarme a toda la mitología griega, me he exprimido un pomelo y una naranja, a cuyo zumo he añadido una pizca de miel y un toque de canela. La pócima ya estaba servida. Sin dejar de pensar en la titánica lucha por la subsistencia, de la que formamos parte desde que nacemos, y desafiando a los elementos, he alzado mi cáliz frutal con ambas manos, a modo de ofrenda pagana, y me lo he bebido de un trago sin respirar y con los ojos cerrados. De ese modo, he conectado mi cuerpo con mi mente, y mi mente con mis emociones, y mis emociones con mi cuenta corriente, y mi cuenta corriente con Hacienda, y en ese preciso instante de zozobra ha sido cuando he llegado a la conclusión de que el vino que me sirvieron anoche durante la cena era de garrafón.
Hay que joderse con los dioses. ¡Un poquito de por favor!

sábado, 22 de marzo de 2014

Con Sabina no hay quien pueda.


Hoy, recién estrenada la primavera, y con la venia de Joaquín Sabina, al que admiro tanto -o más- que al tipo que me robó la cartera en el metro de Madrid sin que me diera cuenta, me gustaría escribir el relato más hermoso del mundo.
Como inspiración estoy buscando un motivo, un guión, un recuerdo, una excusa, una venus con curvas de vértigo, o la cara de un cura de pueblo con gafas de culo de vaso.
Un bonito cuento que poder dedicar a mi Gloria, a mi Yolanda, a las locuras de mi padre, a los achaques de mi madre, o a toda mi empresa, que no es mía, pero como si lo fuera.
Este cuento canción no es el típico cuento del bisnes. Ni tampoco una letra olvidada en el cajón de un músico pasado de vueltas. Ni un relicario. Ni el canto de un cisne mudo. Ni un verso converso y perverso. Ni un mensaje dentro de una botella de ron mercada en un chino. Ni un tuit. Ni una lágrima de plástico pegada al rostro de un actor con bombín y chaqué de alquiler. Ni una rueda cuadrada de churros. Ni un novio con granos compuesto y sin novia. Ni un anuncio de Ortopedias Luján liquidando en Groupon sus patas de palo para piratas engominados y Ipad en ristre, con cara de no haber roto un plato en su vida.
Mi universo canción es un western urbano cuyo protagonista es un sheriff anciano con una estrella oxidada en el pecho y un truja humeante en la mano. Con el tonto del pueblo como carcelero. Con un burdel cochambroso con luces de colores y sillones de cuero. Con su Adelita y su Wendy en dos por uno. Con un banco sin fondos. Con una barbería de corte a navaja y un casino en banca rota con sus tahúres zurdos -y diestros- con las cartas marcadas y el dedo índice en el gatillo. Con indios sin indias. Con caballos con pintas. Con buenos y malos. Con retretes con papel del elefante y una vaca que ríe mientras charla con la Mula Francis.  
Este relato canción necesitaría de una lámpara de Alí Babá para alumbrarse sus penas. De otra página en blanco para comenzarlo de nuevo. Del valor de un torero de plaza de tercera. Del sudor de un putón verbenero. De alicientes. De mordientes. De acicate o de un algo, verdaderamente interesante, que contar a la luz de una buena lumbre de madera de encina.
Yo pretendía, esta mañana florida, escribir el relato canción más hermoso del mundo, como cuando el inigualable maestro Sabina le dedica canciones al contoneo de las caderas de una joven latina, o a un viejo poeta pudriéndose a la sombra de un vieja cantina.
Yo sólo quería escribir unas letras bonitas a la reciente llegada de mis cuarenta y seis primaveras, pero, como se puede apreciar, ni de coña.
Contra este Sabina no hay quien pueda. Lo mio es una burda fotocopia. 
¡Qué grande eres Sabina!

miércoles, 19 de marzo de 2014

La jaula de los grillos


Las frases hechas dan mucho juego. Son inspiradoras. Muchas de ellas proceden de épocas pretéritas, por lo cual, hoy en día las utilizamos para un uso bien distinto del que, en un principio, se les atribuía.
¿Quién tiene hoy en su casa una jaula de grillos? ¿Alguno de ustedes ha visto alguna vez en su vida una jaula de grillos?. Difícilmente. Lo más probable es que muchos de ustedes no haya visto ni tan siquiera un grillo, sobre todos los más urbanitas. 
Hay gente que no distinguiría entre un grillo y una cucharacha, y, sin embargo, a pesar de ello, el lenguaje nos inspiraría ideas muy distintas si escucháramos: jaula de cucharachas en lugar de jaula de grillos. 
Ustedes pensarán: ¡Este tío está grillado!. Dicho de una manera menos refinada sería: ¡Este tío esta "grillao"!. De nuevo echamos mano de los grillos para representar gráficamente una sensación que nos provoca alguien al que comparamos con un insecto saltarín y chillón y nos quedamos tan panchos. 
No me digan que no sienta bien, de vez en cuando, "quedarse tan pancho", leyendo, por ejemplo, a un aspirante a escritor como yo que tiene en su cabeza una jaula repleta de grillos.
Como escribí hace algún tiempo en este blog, la frase hecha más bonita que han dedicado a la particular forma que tengo de utilizar las palabras fue la que me regaló una amiga de León Guanajuato, en México: Pepe, siempre hablas con "palabras de domingo".
El dominio de las frases hechas es un recurso estilístico maravilloso que a mí me gustaría algún día aprender a manejar. Tengo tantas cosas por aprender que presiento que no me va a dar tiempo a saber casi nada.
Hoy me levanté sintiéndome como un Pepito "Grillo" que acudiera a estudiar a una Academia de Cantos de Cisne.
¿O este relato no es, en sí mismo, una especie de Jaula de Grillos?

sábado, 15 de marzo de 2014

Venancio XV


-Es sorprendente, Venancio, lo que te pareces a tu padre -le dijo su tío, mientras le observaba.
-Me hubiera gustado más parecerme a mi madre. Nunca entendí a mi padre. Creo que me odiaba. Por mucho que yo me esforzara en hacer las cosas, por mucho que me portara bien, por mucho que obedeciera, siempre me hacía sentir que no era suficiente, que no era un buen hijo. ¿Por qué me trataba así, tío Ramón, tú lo sabes? Eso nunca lo llegué a entender -le comentó Venancio.
-Veo que por fin te atreves a tutearme. ¿Puedes ponerte de pie? -exclamo el familiar.
-Claro que sí, cómo no, aunque no he crecido mucho -respondió el joven sonriendo.
Una vez que su puso de pie, el tío se levantó, se  acercó a él, y le preguntó:
-¿Te puedo dar un abrazo, Venancio?
Y, sin pensárselo dos veces, Venancio se abalanzó sobre tu tío como un naufrago que se abrazará a una tabla en medio del océano. El joven comenzó a llorar con un llanto contenido, quizás, por demasiado tiempo.
No llores, Veni. Le dijo su tío atusándole el cabello. ¿Te acuerdas que tu madre y yo te llamábamos Veni? -le preguntó el tío.
-Claro que me acuerdo. Mi padre odiaba que me llamarais así y se lo tenía prohibido a mi madre. Sólo me lo decía cuando estábamos a solas -recordó Venancio, compungido.
-¿En realidad quieres saber porqué tu padre se portaba contigo de esa manera, Venancio? -le propuso su tío.
-Sí, por favor, te lo ruego. ¿Qué es lo que tanto le atormentaba a mi padre? Cuéntamelo, por favor.
-Cuando tus padres se casaron, Venancio, lo hicieron con la ilusión de formar una gran familia. De hecho, en el pueblo, adónde todo el mundo se conoce, tu padre lo había pregonado a los cuatro vientos. Después de la boda, los meses fueron pasando y tu madre no se quedaba embarazada. Cada hoja que arrancaban del almanaque, en tu casa, aumentaba la tensión de la espera. Al segundo año, comenzaron a circular habladurías por el pueblo, poniendo en duda la capacidad de la pareja para engendrar. Así que un día, coincidiendo con la fiesta de la Virgen del Pilar, tus padres marcharon a Zaragoza a la consulta de un ginecólogo que yo mismo les busqué. En ese momento, recuerdo que yo me encontraba aún en el seminario. Tras las pertinentes pruebas, que se prolongaron durante varios días, se llegó a la conclusión de que los problemas de infertilidad procedían de tu padre y que tu madre no presentaba ningún tipo de anomalía que le impidiera reproducirse.
Aquel resultado fue la peor noticia que le podían haber dado a tu padre. Se sintió herido en su orgullo. Esa noche no apareció por la pensión. Tu madre y yo, le estuvimos buscando, de taberna en taberna, hasta que lo encontramos tirado y borracho en un portal al lado de un bar. 
Al día siguiente fui a la pensión a ver cómo se encontraba. Seguía en la cama. No sé si fue por la resaca, o por la frustración que sentía, por lo que aún no había podido levantarse. Cuando entré en la habitación, tu padre le pidió a tu madre que nos dejara solos. Ella, al salir, me miró extrañada. No sé si entre ellos ya lo habían hablado anteriormente, o fue cosa únicamente de tu padre, pero la cuestión es que me dijo que, como hermano, le tenía que hacer un gran favor.
-¿Y qué gran favor te pidió mi padre, tío? -preguntó Venancio con expectación.
-Me pidió que fuese yo quien dejara embarazada a tu madre en su lugar. Me dijo que no regresaría al pueblo para ser el hazmereír de nadie. Le dije que no, que eso era una auténtica locura. Yo había hecho mis votos de castidad. Pero el me insistió, me lloró, me rogó, me suplicó...¡Soy tu hermano y me tienes que ayudar!¡Ayúdame, Ramón, por el amor de Dios, ayúdame! -me suplicó una y otra vez.
-¿Entonces, tío Ramón, tú eres mi verdadero padre? -le preguntó Venancio con lágrimas en los ojos.
-Me temo que sí, jovenzuelo. O eres obra y gracia del Espíritu Santo, o me temo que sí.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Se me va la pinza


Se me va la pinza, lo reconozco. Lo he comentado con mi terapeuta, con mi mujer, con mi madre, con mi hija, con Lorenzo "el anchoica" -que de anchoa tiene ya bien poco-, con mi carnicera, con un señor jubilado que pasea el perro, para que cague, por mi urbanización, y con un sereno del Ayuntamiento de Murcia que, antes trabajaba en Parques y Jardines, y lo tuvo que dejar tras descubrir que le tenía alergia a las gramíneas y a los olivos. 
Se me va la pinza cada vez con mayor frecuencia. Aún no me han dado brotes psicóticos que pongan en peligro la integridad física de nadie, más allá de la mía propia. Uno de estos brotes incontrolables que sufro son auténticos ataques de creatividad que me llevan a poner en tela de juicio a mi propio juicio, si es que alguna vez lo tuve. Me da por escribir, cada vez con más asiduidad, relatos que, la mayoría de las veces, no tienen ni pies ni cabeza. 
Lo sé, pero: ¿qué hago si no puedo evitarlo?
Aunque esto no es sólo de ahora. Antes me había dado por hacer unos collages infumables. Otras por hacer esculturas con cualquier material de desecho que encontraba por ahí. La cuestión es que tengo unas cosas...
Pero no todos los brotes tienen vinculación con el Ministerio de Cultura y el carismático Señor Wert. Ahora me ha dado por subirme a las palmeras, no sé si por llamar la atención del Señor Arias Cañete, que es el que dirige la cosa de la Agricultura y de los yogures caducados. Sí, sí: ¿A qué no es normal?. Ese raro brote, tengo que confesar, que me dio tras visualizar un vídeo en Youtube. En él, un tipo de rasgos africanos subía, con ayuda de una maroma, por el flexible tronco de una palmera, con la rapidez de un macaco. Lo visualicé varias veces, tras lo cual, hice media hora de estiramientos, otra media de carrera continua, hice ciento veintitrés flexiones, y después de tan colosal calentamiento, viniéndome arriba, salí a la calle en busca de mi primera palmera.
La encontré dos calles más abajo de mi casa. De un salto, me encarame al tronco. Como fuera de mi, fui subiendo y subiendo. Una niña que me miraba con asombro, le gritó a su madre: ¡mira mamá, un hombre mono! Ese halago de la niña, lo único que consiguió fue que, como un cohete, subiera hasta arriba y me pusiera a comer dátiles a dos carrillos. Me comí por lo menos dos kilos y medio de dátiles. La niña y su madre me miraban como si estuvieran viendo a un marciano. 
Entonces fue cuando me di cuenta de que no sabía bajar. El vídeo en cuestión se terminaba justo con el tipo encaramado en lo alto, pero no se veía cómo bajaba del árbol. Presa del pánico comencé a gritar. La niña comenzó a gritar. La madre comenzó a gritar. El señor que pasea a su perro, para que cague bien a gusto, comenzó a gritar, y su perro, solidariamente, comenzó a ladrar. Vinieron los vigilantes de la urbanización. Llegó mi mujer que me preguntó a gritos si me había vuelto loco. Llegaron los bomberos. Uno de ellos, al que confundí con mi amigo Lorenzo, me ayudó a subirme a la escalera. Las trescientas personas de la urbanización comenzaron a aplaudir. Mi esposa comenzó a llorar. Al llegar adónde se encontraba, comenzó a gritarme: ¡Estas loco, Pepe! ¡Se te va la pinza! ¡Cada vez se te va más la pinza!
Pues... esto es lo que quería contarles: ¿a qué no es normal lo que me sucede? 
¡Ay, cómo se me va la pinza...! Les dejo, amigos, que hoy me ha dado por hacer una receta, que he encontrado por Internet, de magdalenas con marihuana y, por mis dichosas ganas de escribir, se me están quemando.

martes, 11 de marzo de 2014

11-M y sus mentiras


Hace diez años, mi cumpleaños que es mañana, quedo sin sentido. En aquel fatídico día saltaron muchas cosas por los aires. Mucho más que cuerpos, hierros e ilusiones; saltó por los aires, sobre todo, una gran mentira y, tras ella, quedaron al descubierto todo un ejército de mentirosos. Estábamos, por aquel entonces, en una guerra de la mano del Gobierno del Sr. Aznar, en una guerra que se nos vendió, desde las Azores, como limpia y quirúrgica, aunque, desgraciadamente, como quedó demostrado, ni era tan limpia ni era tan quirúrgica. Esa Guerra de las Galaxias que nos querían vender, nos estalló en plena cara. En un principio quisieron acusar a ETA de ese atentado. Luego, ante las evidencias, quisieron aplicar la teoría de la colaboración necesaria. Luego la de la conspiración, y después, más mentiras, más mentiras, más mentiras, más artimañas barriobajeras propias de los gobiernos más oscurantistas.
Ese gobierno, y esa forma de gobernar, está ahora nuevamente en el poder. Ahora, el enemigo es la crisis económica que lo justifica todo. Según ellos, es necesario recortar todos los derechos habidos y por haber, ya que la sociedad del bienestar -que no podemos mantener- tiene que dar paso a la sociedad de las mentiras y del neoliberalismo salvaje. Ya sabemos todos: "aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid".
No me gusta este gobierno de señoritos mentirosos, que amparan en su seno a lo más corrupto de nuestro país, por mucho que se nos quiera decir que nuestros políticos no son otra cosa que el reflejo de la propia sociedad a la que representan. No lo acepto. 
Ojalá que nunca se vuelvan a repetir momentos tan dramáticos como los que vivimos aquel día y nunca más tengamos que asistir a la esperpéntica representación teatral que nos ofrecieron aquellos patéticos gobernantes.
Quizás los terroristas, vengan de donde vengan y recen a quien le recen, aún no se han dado cuenta de que las bombas más efectivas son las palabras.
Aquel fatídico día, con lágrimas en los ojos, tan sólo atine a realizar ese collage. Vaya desde aquí mi solidaridad a todos los familiares de aquellas víctimas inocentes. Aunque, en realidad, aquel día, todos nos sentimos víctimas.

sábado, 8 de marzo de 2014

Metafísica de los churros


Desde que conocí, de manera fortuita, a Amélie Nothomb en un FNAC -lo debo reconocer- no soy la misma persona. A todo le busco un doble, o hasta un triple, sentido. Deformo la realidad de las cosas para extrapolarlas, desde la consciencia, a territorios imposibles. Disfruto en una especie de juego cuyas únicas reglas son el abuso de la subjetividad y la abstracción. Y es, curiosamente, desde que me ejercito mediante esas estrafalarias dinámicas de introspección, cuando estoy entendiendo mucho mejor todo lo que acontece a mi alrededor.
Hoy, por ejemplo, para no irnos más lejos, me he dado cuenta de la transcendencia empírica de comer churros. No me he fijado, por tanto, en el hecho gastronómico, ni cualitativo, aunque, dicho sea de paso, los churros y el chocolate estaban de rechupete; me he fijado, especialmente, en la nebulosa mental a la que nos someten los churros sin piedad alguna. Todas las personas allí presentes parecíamos conectadas con nuestro yo interior mediante el churro. El místico ejercicio de mojar el churro, una o varias veces, en la mágica pócima, que vulgarmente conocemos como chocolate, y llevárnoslo a la boca, se convirtió en la llave que nos abrió la puerta a una especie de viaje astral. Para que nos entendamos todos: el churro era la llave y nuestra boca la cerradura. Los llamados a la fiesta, obnubilados, mirábamos hacia la superficie humeante de la marmita de aceite hirviendo en busca de mensajes en clave procedentes del más allá, o tal vez esperando la materialización de ese humo en el dios Vulcano. Por tanto, ese churro-tubo supone mucho más que una simple masa de harina frita, en aceite de dudosa procedencia, el churro, en sí mismo, es una cañería que nos conecta con nuestros más profundos conflictos personales, y, mientras lo rumiamos, nos acuden a la mente imágenes en blanco y negro de nuestra vida y milagros que amplifican, en gran medida, nuestro éxtasis matinal al módico precio de tres euros la ración.
Si Amélie Nothomb, mi bien amada, fue capaz de hablarnos de la "Metafísica de los tubos" sin citar, en ningún momento, la transcendencia que, para la humanidad, ha supuesto y supone la ingesta de churros cada fin de semana, es sencillamente porque en Bélgica no comen churros, prefieren los gofres, y amigos, eso ya es otra historia...
De cualquier manera, les recomiendo que disfruten de ambas experiencias: de la lectura del libro y de una generosa ración de churros, a ser posible, mojados en chocolate.
Que ustedes lo disfruten.

lunes, 3 de marzo de 2014

David contra Goliat


No he podido evitar, por mucho que lo he postergado, escribir sobre el conflicto que estos días se vive en Ucrania, y que, ahora por fin, ha sacado a la luz su verdadera dimensión internacional. Es más, creo que para mí, hacerlo era algo así como una obligación moral. Son muchos amigos los que tengo allí, gente maravillosa, abierta y jovial, que congenian perfectamente con nuestro carácter latino y, pensando en todos ellos, escribo esta crónica a modo de desahogo o, tal vez, en clave de súplica. Varios viajes a Ucrania, en los últimos tres años, me habilitan para tener un juicio propio de los acontecimientos y de la realidad ucraniana. Una realidad dividida claramente en dos: ucranianos y rusos, especialmente en la Península de Crimea, en la que Rusia mantiene una de sus bases navales más importantes. Una realidad que me he encontrado también en varias de las ex-repúblicas socialistas como es el caso de Lituania, Letonia, y, en menor medida, en Estonia. Trabajar en toda esa zona del planeta me ha hecho diferenciar perfectamente a unos y a otros: a los que intentan zafarse del yugo del Kremlin, y a los que se empeñan en que lo sigan llevando bien puesto per sécula seculórum. Y entre esa realidad nacional ucraniana, lituana o letona, habitan millones de colonos rusos, que hablan ruso, rechazan el idioma y la realidad nacional que, incluso, les otorga un pasaporte distinto, y, pese a ello, siguen sintiéndose superiores a los habitantes de los países que les acogen, en muchos casos, desde que nacen. Mi amiga Jelena, es un ejemplo de ello: trabaja en España, nació en Riga (Letonia), y es de origen ruso. Según ella, es extrajera en todos sitios, pero se siente rusa por ser este su idioma filial y por ser Rusia el país de origen sus padres y de sus abuelos. Difícil convivencia, por tanto, la que soportan, a diario, en numerosos países de la extinta Unión Soviética, y a la que me he tenido que enfrentar, en diferentes ocasiones, durante mis periplos comerciales en toda esa área caliente, geopolíticamente hablando, -lo de caliente es un decir ya que muchos de esos viajes los he tenido que realizar a menos de veinte grados bajo cero-.
Hace unos años, ya se vivió una situación desastrosa en los Balcanes, también en Osetia y Georgía, con una invasión rusa, que se saldo con un baño de sangre y con un abuso de poder de desproporcionadas dimensiones. Georgía era, y sigue siendo, un país pobre con apenas cinco millones de habitantes. ¿Cuántos tiene Rusia?
La lucha por el poder no tiene, ni ha tenido nunca, límites. Las heridas de la Vieja Europa siguen aún abiertas por muchos flancos que nunca se llegaron a cerrar, tan sólo se cubrieron con una fina capa de maquillaje que, a poco que se les toca, dejan al descubierto todas sus imperfecciones. 
De nuevo, la lucha por el poder deja de lado a los ciudadanos. Nuevamente, las armas se confrontan contra la razón. Las balas intentan enmudecer a las palabras. Millones de vidas, millones de familias, millones de sueños, nuevamente están supeditados a las decisiones de unos señores millonarios que esconden sus mentiras bajo banderas, patrias y discursos.
Otra vez, como otras tantas a lo largo de la historia: David contra Goliat. 

sábado, 1 de marzo de 2014

Sábado por la mañana.


Chispea. Lo sé porque en la superficie de la piscina se dibujan pequeñas ondas que parecen transmitir mensajes en clave. Cierro el periódico. Me concentro. Agudizo mis sentidos. Me pongo en estado de alerta máxima, como las tropas rusas en Ucrania que acabo de ver en la fotografía. Las ondas, estoy casi seguro de ello, deben ser mensajes encriptados. Desisto: siempre fui pésimo en matemáticas y peor aún en física. Bueno, para no engañarles, siempre fui pésimo en todo, excepto en gimnasia. La cuestión es que chispea, eso sí es cierto. El agua cae sin prisa, como si lo hiciera sin querer, o por hacernos un favor. Un mirlo macho revolotea tras una hembra. La muy pájara, haciéndose la estrecha, ignora las carantoñas que le prodiga su enlutado pretendiente. 
Enfrente, sobre la rama de un pino carrasco, hay una pareja de tórtolas que no dejan de regalarse caricias y cantos. Los pinos están inundando mi casa de un polen azufrado que el viento deposita por todas partes. Intuyo que algo invisible está pasando a mi alrededor. Las flores amarillas del diente de león dominan sobre el verde oscuro de las acelgas del campo. Las varas de San Pedro ya están en flor. Dos lavanderas blancas persiguen a un insecto que se ha precipitado, en plan kamikaze, sobre la superficie de la piscina. ¡Ojalá fuera un picudo rojo!
Ya no chispea. El sol se asoma tímidamente sobre los pinos. Los palmitos se muestran relucientes después de que el agua haya limpiado sus palmas. Una lagartija colilarga se encarama a lo alto de una roca. Entre las nubes diviso a un cernícalo. Sus movimientos de observación se transforman, en apenas un segundo, en una prodigiosa caída en picado. A la lagartija apenas si le da tiempo a desperezarse. La pequeña rapaz se lleva al despistado reptil entre sus garras. Siento pena por la lagartija y alegría por el cernícalo. De pequeño, gracias a los documentales de Feliz Rodríguez de La Fuente, me encantaban las rapaces, hasta tal punto que los veinte duros de mi paga semanal me los dejaba en el quiosco comprando sus cuadernos de campo, mientras otros se los gastaban en cigarros sueltos.
De nuevo retomo la lectura de la prensa. Los restos mortales del inigualable guitarrista Paco de Lucía ya han llegado, por fin, a su Algeciras natal. La empresa de Pocoyo presenta concurso de acreedores. Vicente del Bosque da la lista para el partido amistoso frente a Italia y, en contra de lo que yo hubiera hecho, no convoca al "niño" Torres. Me llama la atención la publicidad de la película Philomena. Siempre me ha gustado Judi Dench, tanto cuando hace de mala, como cuando hace de buena. Antes de acabar con la lectura de El País, me fijo en una receta de Rodaballo con frutos secos que tiene muy buena pinta.
Me encantan los sábados por la mañana. De hecho, siempre debería ser sábado por la mañana.