sábado, 4 de enero de 2014

Venancio Mulero X


La recuperación fue bien. Un sartenazo en pleno rostro y una rameada en los genitales fueron dos agresiones de las que Venancio se recuperó, en tiempo récord, debido principalmente a su juventud.
Martina, la más jovencita de todas la meretrices, mostraba demasiado interés en los cuidados de nuestro protagonista, cosa que, muy pronto, comenzó a dar de qué hablar en esa casa tan singular.
Venancio no se percataba de las miradas de la joven. Tanto aislamiento en aquellas montañas le había aportado más experiencia con el ganado vacuno que con las mozas, por lo que no sabía diferenciar entre la candidez de una mirada de una joven a la que le hacía tilín, del mugido de una vaca lechera.
Aquel día, de manera fortuita, se encontraron los dos a solas en la cocina. Lola había salido y el resto de las mujeres se preparaban para un día, en el que, supuestamente, se esperaba bastante trabajo por ser principio de mes.
-Hola Venancio: ¿ya te sientes mejor? -preguntó Martina.
-Sí, mucho mejor, gracias -le respondió Venancio con timidez.
-¿Te puedo preguntar algo, Venancio? -dijo Martina.
-Claro que sí. Lo que tú quieras -contestó el montañés.
-¿Cómo es tu pueblo, Venancio? -le preguntó la chica.
-Mi pueblo es el más bonito del Pirineo. Aunque yo vivía un poco retirado de la población, en lo alto de una ladera preciosa en la montaña, siempre de color verde. Mi casa es muy antigua. La heredó mi padre de sus abuelos y estos de los suyos; toda de piedra y con un gran hogar en el centro, en el que siempre estaba el fuego encendido. Extraño ese olor, y a mi madre, y los prados, y a mis vacas. En realidad lo extraño todo -respondió Venancio con nostalgía.
-Pues yo no extraño nada, Venancio. A mí mis padres me abandonaron en una inclusa y ya nunca más volví a saber de ellos. Me tocó aguantar, un montón de años, a unas monjas despiadadas; hasta que un día conseguí escaparme de allí, con ayuda de la única monja humana que había en todo el internado, y después de dar muchas vueltas terminé aquí. Así que esta es la mejor casa que he tenido en toda mi vida, y Elena, la mejor Madre Superiora -le contó, Martina.
-Pues tenemos dos historias que dan para escribir un buen libro -le contestó Venancio.
-¿Y tú crees que nuestras penas le podrían interesar a alguien? -preguntó la joven.
-Tienes razón, Martina, yo creo que las penas de los demás no le interesan a nadie.
-¿Por cierto, Venancio, has tenido novia alguna vez? -le soltó Martina de sopetón.
Nuestro inocente Venancio, ruborizado, contestó tartajeando: 
-No, no, yo nunnnca, he teniiido noviiia. ¿Por qué lo preguntas?
-No, por nada. Es que yo tampoco he tenido nunca novio. ¿Tú me ves bonita? -le preguntó Martina.
Venancio sintió un nudo en la garganta, la miró fijamente, y sin que le diera tiempo a contestar, entró Lola como un meteoro en la cocina.
-¡Martina, Venancio, córcholis!: ¿aún estáis sin arreglar? ¿Pero a qué estáis esperando?. En cinco minutos os quiero arreglados. Y  tú, Venancio, cuando estés listo, abres la puerta. Hoy esperamos mucho trajín. ¡Vamos chicas, en cinco minutos os quiero listas! -ordenó Lola con energía.

3 comentarios:

  1. Me parece que todo lo que le queda a Venancio por descubrir va a ser la pera limonera, porque parece ser que su principal arma ya la han descubierto, ahora quiza que descubra el amor, ese hilo conductor entre lo bueno y lo no tan bueno.....a esperar toca. Salu2

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  2. muchísimas gracias! por andar por mi blog!
    un abrazo,interesante relato...que trataré de seguir!
    lidia-la escriba

    www.nuncajamashablamos.blogspot.com

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  3. Es hora ya de que le pasen cosas buenas...esperaremos pues.

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