martes, 17 de septiembre de 2013

Dios y hombre


Vuelo. Bajo mis pies nubes. Más abajo tierras. Campos labrados. Lagunas. Arboledas. Montes. Chimeneas humeantes. Mujeres moviendo el mundo. Esto contesta a la pregunta que, mi amigo colombiano Anuar Bolaños, me planteó el otro día: ¿Qué es la mujer?: -La maquinaria del mundo, Anuar. Eso es para mí la mujer.
La claridad del día me permite ver desde este avión de las SAS ciudades enormes que parecen tener el tamaño de una maqueta. Urbes repletas de centros comerciales. Centros comerciales llenos de personas conectadas a Facebook a través del Wi-Fi libre de McDonalds.
El ala plateada del avión brilla y me deslumbra.
Esta ventanilla me conecta al mundo con una falsa autoridad. Cuando vuelo, de un lugar a otro, es como si mi vida permaneciera suspendida en el reino de los cielos. Me doy cuenta de que la estratosfera es un lugar demasiado aburrido para vivir. Hasta los ángeles están de huelga. Tal vez por eso todo el mundo se baja. Y no es hasta que las puertas de estos enormes aparatos volantes abren sus puertas, el aire fresco reemplaza al presurizado, bajo con torpeza las escalerillas metálicas y conecto mi teléfono móvil, cuando recobro mi vida mundana y dejo de sentirme un dios.
Realmente, sólo vuelvo a mi carne cuando recojo la maleta en la cinta de equipajes. Entonces, salgo a la carrera, me introduzco con ansias en las venas de la ciudad de turno y, entre el humo y el sonido de los coches, vuelvo a ser mortal. Por último, para celebrarlo, subo las fotos del viaje a las redes sociales y me zampó una hamburguesa de carne de dudosa procedencia en un santiamén. 
Y, con la boca llena de ketchup, este dios de pacotilla, nuevamente, se hace hombre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario