domingo, 31 de marzo de 2013

Carta de un contribuyente español a la Troika comunitaria.



Distinguidos Señores de la Troika:


Quiero informarles de que España ha superado el mes de Marzo. Sí, han leído bien, aún estamos vivos. Bueno, la mitad sí y la otra no tanto. Ya hemos paseado a los santos como era menester, hemos sacado a la legión -como manda la tradición nacionalcatólica-, hemos ganado a Francia en Paris y le hemos dado vaselina a Finlandia, que siempre anda un poco cabreada con los del sur, para que se apacigüe un poco.
Somos buena gente -no tengan dudas de eso- lo que ocurre es que nos gobiernan unos señores con mucha familia y por eso tienen muchos huecos que tapar y, a pesar de que a alguno de ellos le ha tocado la lotería en varias ocasiones, la cosa no les da para todo y se han tomado prestado algún dinerillo. Calderilla... no se preocupen por eso más de la cuenta.
Es cierto, y en eso llevan ustedes toda la razón, que nos hemos pasado tres pueblos haciendo autopistas, aeropuertos, trenes de altísima velocidad y museos megalómanos que nadie visita. Pero lo hicimos por y para ustedes. Sí, sí, no se rían, lo hicimos para que cuando vinieran ustedes de vacaciones no les falte de nada y se muevan de norte a sur con toda rapidez y comodidad. Sabemos que su tiempo es oro y nuestro afán siempre fue tratarles como a reyes.
Por cierto, los de nuestros "reyes" tampoco lo tengan en cuenta. Son muchos años de regencia y el mejor maestro echa un borrón o mata a un elefante. Lo que sí es más grave es lo de su yerno, el del balonmano. Todo lo que tiene de grande lo tiene de fresco. Pero nuestros jueces ya han tomado cartas y "correos" en el asunto. 
Señores y señoras de la Troika: como ustedes sabrán mejor que yo, nuestro presidente no es un lumbrera. No domina los gestos como el nuevo papa Francisco. No tiene la dialéctica de Felipe González. Ni organiza saraos como Berlusconi. Ni su mujer canta como la Bruni. Es un tío majo que habla un poco raro y es presidente del gobierno porque a sus contrincantes en la carrera presidencial ya se le notaban los juicios pendientes en los andares y le tocó a él como le podría haber tocado a un ujier engominao ultracatólico y con once hijos que pasara por allí.
Por todo lo anteriormente expuesto y en nombre de todos mis conciudadanos quisiera pedirles que nos flexibilicen los pagos de la deuda y nos aflojen un poco la soga, no vaya a pasar como con el chiste del gitano, que después de  llevar un mes sin darle de comer al burro, este se le murió y dijo:
-¡Qué pena, quillo, ahora que se había acostumbrado el rucio a no comer va y se muere!. (No sé como se entenderá el chiste traducido al alemán pero le ruego al traductor que le ponga empeño e intente no distorsionar el profundo sentido de la metáfora).(...)
Troikas y troikos: Ahora que les hemos visto las orejas al lobo vamos a ser buenos. Como los hombres de negro nos van a pasar auditorías cada tres meses y estamos conteniendo a ultranza el gasto público de manera impúdica, dennos un poco más de plazo y un poco más de pasta. De ese modo, comprobarán como les pagamos sus letras, les compramos más coches, más frigoríficos y hasta cambiamos el vino fino por el "riesling".
Esperando que tengan a bien esta solicitud.
Suyo efectísimo.
Un contribuyente español.

viernes, 29 de marzo de 2013

Crisis de los cuarenta


Creo que nunca les he hablado de mi vecino Paco. Mal hecho por mi parte. Comenzaré por decirles que es el típico vecino que todo el mundo debería  de tener. Aparece siempre por casa preguntando si tengo la cafetera preparada y, entre tanto, me cuenta sus aventuras y desventuras sin importarle si me interesan o no. Cuando le pongo el café, con un poquito de leche como a él le gusta, siempre me pregunta si tengo alguna galletita por ahí. Le encanta venir a confesarse a casa y, de paso, tomarse la merienda de gorra. 
-¿Sabes Pepe?: voy a empezar a hacer running -me soltó de sopetón con la boca llena de galletas de chocolate.
-¡Paquillo, Pacote, Paquete!: ¿Tú no estás muy gordo para ponerte a correr? -le pregunté sarcásticamente.
-Sí, pero comenzaré poco a poco. De hecho, también estoy haciendo una dieta disociada. Esta semana me toca hincharme a carne; puedo comer toda la carne que me de la gana, eso sí, sin pan. Mi fisioterapeuta me ha dicho que si le hago caso, en tres meses, me puede poner en forma. ¿Sabes que te digo vecino?: ¡Lo voy a conseguir! -me aseguró.
-¿Se puede saber qué mosca te ha picado, Paco? -le dije un tanto extrañado por lo anómalo de su comportamiento. Por cierto, las galletas no son carne...
-Sí, lo sé, las galletas son una excepción. No le cuentes a nadie lo que te voy a decir y menos a mi esposa: he visto un par de veces a una chavalita corriendo por la urbanización, mientras saco a cagar al perro, que está como un tren. Siempre me sonríe y hasta me dice buenos días poniéndome caritas. Ayer, al pasar por mi lado, se paró y se arregló el cabello mientras me sonreía. Pepe, me sonríe mucho. Si vieras las tetas que tiene... Presiento que quiere algo conmigo. Estoy seguro de que es de las jovencitas a las que les van los hombres maduros... -dijo como si realmente se estuviera creyendo su absurdo y calenturiento planteamiento.
-¡Tú alucinas, macho! Estás cada vez peor -le dije sin contemplación.
-Di lo que quieras. De perdidos al río. Lo voy a intentar y ya te iré contando mis progresos - me dijo con toda rotundidad.
-Llevas muy mal la crisis de los cuarenta, Paco -le recriminé.

A la mañana siguiente, cuando sacaba mi coche para ir al trabajo me lo tropecé. Al verme, golpeó la ventanilla para que bajara el cristal.

-¿Qué dices,Pepe? ¿Cómo me ves? -me preguntó tan orgulloso.
-¿Cómo quieres que te vea? Vas genial. ¿Qué es ese aparato que llevas en el brazo? -le pregunté.
-La verdad no escuché muy bien la explicación de la chica de la tienda de deportes. No podía dejar de mirar su escote, me quedé como hipnotizado mirándolo. Creo que es para medir la distancia que recorres, las calorías que quemas, o algo así. Aunque yo no lo he enchufado, no sé ni como ponerlo en marcha -me dijo tan tranquilo.
-Luego, si vienes a casa, lo traes y veo si te puedo ayudar. Hasta luego, no corras demasiado no te vaya a dar un infarto -le dije poniendo rumbo a mi trabajo.

Eran poco más de las cinco y media de la tarde cuando sonó el timbre. Al mirar por el videoteléfono, Paco pegó su carota a la cámara y me recordó a Fernando Esteso en sus mejores tiempos.

-Buenas tardes, Pepe:¿Tienes la cafetera enchufada? -me preguntó como hacía siempre, más o menos, a la misma hora.
-Sabes que sí -le respondí mecánicamente lo mismo que le respondía todas las tardes.
-Pues mejor me vas a poner una tila. Hoy no tomaré café -respondió un tanto cabizbajo.
-¿Eso forma parte de la dieta milagrosa o qué? -le interrogué.
-¡Qué dieta ni que narices! No ves que se me ha venido el mundo al suelo. 
-No me asustes: ¿Qué te ha sucedido, Paco? -le pregunté preocupado.
-Soy un gilipollas, Pepe -me dijó compungido.
-Paco, no digas eso, tú eres un tío majo. Que estés pasando la crisis de los cuarenta no quiere decir que seas gilipollas. Eres humano -le dije con intención de consolarlo.
-No me hagas la pelota, Paco. Soy un gilipollas de libro -volvió a insistir.
-Pero, Paquito: ¿Qué te ha pasado para que digas eso? A ver, cuéntame...
-¿Te acuerdas de la chica que te conté ayer, verdad? -me preguntó.
-Perfectamente -le respondí.
-Hoy volví a encontrarme con ella -me contó.
-Eso era lo que pretendías disfrazándote de atleta olímpico. ¿O acaso no era eso lo que querías? -le dije para provocarlo.
-Sí -respondió sin mirarme a la cara.
-¿Sí, qué? ¡Hostias Paco, habla ya, joder! Me tienes en ascuas. ¿Qué pasó con la chavalita? -le increpé con ansia de conocer el desenlace de la escena de aquel morboso, a la par que atlético, encuentro.
-Pues que esta mañana la chica corría junto a un tipo de un metro noventa. Al pasar a su altura, los dos me saludaron y me sonrieron -me dijo con cierta excitación.
-¡Ves, enhorabuena, ya has avanzado algo! Ahora ya tienes otro rollo mucho mejor...-le comenté.
-¿Cómo que otro rollo mejor? No te entiendo, Pepe -me preguntó contrariado.
-Claro Paquillo: ¿No te das cuenta de que lo que te insinúan es que quieren hacer un trío contigo? -le aclaré.
-¿Sabes una cosa, Pepe?: No pienso contarte nunca más mis cosas. Eres un auténtico cabronazo, eso es lo que eres.
Diciendo eso, Paco salió de casa sin despedirse. 

Mi vecino parece haber agarrado tal cabreo que lleva tres días sin tocar el timbre de mi casa a eso de las cinco y media de la tarde.
Un momento, discúlpenme, parece que están llamando a la puerta...

domingo, 24 de marzo de 2013

Asesinatos en Uruapan


La última vez que estuve en Uruapan yo lucía bastante más pelo que ahora. Más ganas de comerme el mundo que ahora, inclusive, era bastante más fantasioso de lo que soy ahora. Ricardo Arjona cantaba en un palenque a rebosar. He de reconocer que yo no conocía a ese cantante -que es un artista de masas en toda latinoámerica- hasta que me invitaron a aquel concierto en el Festival del Aguacate. Ahora, mi existencia sin Arjona sería como una comida sin buen vino.
Al llegar a Uruapan me quedé más congelado que una merluza de Pescanova pese a que la temperatura debía de rondar los 40 grados. Llegando al hotel, vi,  por primera vez en mi vida, a una banda de niños de la calle. Acababan de robar algo a una señora y todos corrían, con el botín y sus bolsas de pegamento en la mano, como una jauría de chacales hambrientos. El mayor de todos ellos no debía de contar con más de diez años de edad.
Me dijeron -suponía que me albureaban- que llevara cuidado con las mujeres de Uruapan, ya que estas, supuestamente, tenían fama de ser las más calientes de todo México. 
Después de haber dejado mis cosas en la habitación y haberme cambiado la camiseta tras un eterno viaje por carretera, salí del cuarto y tomé rumbo a los ascensores. Yo estaba en el último piso de aquel antiguo hotel que, con toda probabilidad, debía de pertenecer a emigrantes asturianos por las fotos que exhibía del Monasterio de la Virgen de Covadonga y la bandera de Asturias que engalanaba su entrada junto a la bandera tricolor.
Los dos ascensores parecían bloqueados. Me asomé por un pasillo y observé la luz encendida de lo que aparentaba ser otro ascensor pero que, posteriormente, descubrí, a mí pesar, que se trataba del montacargas de servicio.
Al abrir aquella puerta, una pareja de empleados del hotel follaban como si el mundo fuera a sucumbir, en cualquier momento, por un ataque alienígena.
Los dos, que llevaban el uniforme del hotel de manera indecorosa, al percibir mi inoportuna presencia, comenzaron a subirse los pantalones, en el caso de él, y a abotonarse la blusa, en el caso de ella, pidiéndome mil disculpas.
Deste entonces he recordado a Uruapan como un lugar muy singular. Irremediablemente siempre me acuerdo de Uruapan cuando como aguacates, cuando escucho a Arjona, o cuando, en algún hotel, veo la ventanita del ascensor iluminada.
Hoy, la prensa traía una macabra noticia desde Uruapan. Siete cadáveres, con un tiro de gracia en la sien, han aparecido sentados en sus sillas, como si estuvieran pasándola genial, tomando el fresco y bebiendo unas chelas.
El Estado de Michoacán, su capital Morelia, la costa maravillosa de Lázaro Cárdenas, el indescriptible Lago de Pátzcuaro, el volcán del Paricutín, el  infierno de Apatzingán, sus millones y millones de mariposas monarca, junto a la capital mundial del aguacate de Uruapan siempre tendrán un lugar muy especial en mis recuerdos. 
- México: ¿Por qué desde que te conozco siempre llevas de la mano lo mejor y lo peor? Quizás nunca alcanzaré a conocer la respuesta.
Como la gran mayoría de los mexicanos seguiré soñando por un México sin violencia. ¡Viva México, cabrones!

sábado, 23 de marzo de 2013

Amarga primavera


Este año la primavera ha llegado envenenada. Me ha traído de la mano un libro de Juan Goytisolo y una quimioterapia para mi madre cuando hubiéramos preferido el gordo del Euromillón.
He tenido la fortuna -o la desventura- de acompañarla al hospital en el momento en el que el doctor pronunciaba la siguiente frase:
-Vamos a tener que ponerle un tratamiento muy suave. ¡Ni se va a enterar!, -ya verá Dolores, le ha dicho el oncólogo con la mejor intención del mundo.
Ella, al instante, ha saltado como un resorte:
-¿Se me va a caer el pelo?
-No, Dolores, este tratamiento no suele provocar la caída del cabello - le ha respondido el especialista. 
Como decía antes, la fortuna la extraigo -siempre intento buscar el lado positivo de las cosas- de la reacción de mi madre. Ella se ha preocupado más de su estética que de su problema físico. Dos o tres veces ha hecho el amago de llorar pero lo ha aguantado estoicamente para no hacerlo delante de mí.
Al día siguiente, o lo que es lo mismo: al segundo día de esta ansiada y ansiosa primavera, le han dado la primera sesión por vena. Mi madre ha estado como siempre, hablando de su reinado y de sus penas. Ella tiene la capacidad de hablar al unísono de que se acaba el mundo y de que mañana se va al bingo con su amiga Carmen sin que apenas le cambie el rictus.
Yo, sin embargo, para poder avanzar en esta escritura de mierda primaveral, he tenido que repudiar a Johann Sebastian Bach, después a Beethoven y buscar refugio en el grandioso Ennio Morricone con su versión orquestal de "La Misión" la banda sonora que me gustaría que acompañara a mi féretro cuando me llamen a filas junto a mi abuela Mercedes y el resto de mis difuntos. Sólo Ennio, ese gran genio de la música, ha sabido sacarme las lágrimas, que tanto  necesitaban expulsar mis ojos, esta mañana.
Siento esta primavera como una prolongación del invierno. Como una circulación a contrapelo en la que esperas darte un porrazo o que te detenga la policía.
Avanzamos, mi madre y yo, en dirección contraria sin saber el destino de tanto sufrimiento. 
Me gustaría ser mejor hijo en esta amarga primavera.

domingo, 17 de marzo de 2013

Maestro y alumno


A veces, cuando estoy callado, no es porque no tenga nada que decir, todo lo contrario, lo que ocurre es que diría tantas cosas que mejor las dejo reposar y luego fluyen con más cordura y raciocinio.
La impronta de un arrebato, la excitación del momento, son, en ocasiones, nuestro peor enemigo -tenlo siempre en cuenta, Pedrito.
-Sí maestro, eso lo entiendo, pero: ¿Cómo se puede permanecer callado ante tanta injusticia o ante tanta mentira? -le cuestionó su aventajado alumno.
-Uno nunca debe de postularse al cien por cien. En los momentos de crispación tenemos que saber contener nuestros instintos, aguantar para buscar con ello, la explosión visceral del contrincante. Cuando eso sucede, aunque nuestro rival lleve algo de razón, perderá gran parte de su credibilidad  ante los demás y, de ese modo, ganaremos terreno.
-Maestro, cada vez me parece más difícil esto de aprender a debatir. No sé si seré capaz de mantener el equilibrio cuando las confrontaciones sean encarnizadas. Soy demasiado visceral -confesó el alumno.
-Amigo, todo eso se puede entrenar. Las tripas se pueden controlar con la cabeza. Existen métodos para todo en la vida, lo que ocurre es que nos gusta vivir improvisando, cuando, en realidad, eso nos aporta un riesgo tremendo para todo -le planteó el profesor. 
-Maestro: ¿Por qué nos gusta tanto improvisar? -le preguntó Pedrito.
-Por comodidad. Sobre todo a los del sur nos gusta dejar todo para el último momento. Los nórdicos tienen fama de ser más metódicos. Ellos tienen la costumbre y la necesidad de planificarse. Los inviernos para ellos son tan agresivos que, si no se prepararan bien, no podrían aguantarlos. El clima condiciona el carácter y las costumbres. Aquí en el sur, como siempre hace buen tiempo, y la naturaleza siempre nos ha proveído de lo mínimo necesario, somos menos de planificar, pero no me hagas demasiado caso, esto es hablar por no callar -le respondió el maestro.
-¿Qué otro valioso consejo me puede ofrecer para enfrentarme verbalmente a los demás? -le volvió a preguntar su joven alumno.
-Ante todo intenta no irte a los extremos y evita la egolatría. Huye del yo y abraza al nosotros. Nunca radicalices el discurso abusando de palabras como: nunca, siempre, imposible o no se puede. Domina los silencios y maneja con acierto las insinuaciones. Recuerda que es muy bueno que los demás crean que tienes respuestas para todo y eso sólo lo conseguirás cuando te pronuncies  esgrimiendo argumentos precisos y preciosos. No abuses del sarcasmo ni de los chistes, ni te muestres insensible al dolor ajeno. Ante todo te debes comportar en todo momento como lo que eres, una persona sencilla y humilde con muchas ganas de aprender. Eso es todo lo que se me ocurre decirte, Pedro.
-Por último maestro: ¿Cómo puedo saber que estoy ante una persona que sabe más que yo? -le cuestionó el aprendiz de sabio a su maestro.
-Querido Pedro: Las personas sabias no se miden por lo que saben, sino por las ganas y la ilusión que tienen de seguir aprendiendo, esas si son sabías. 
-¿Maestro, usted cree que yo, alguna vez, seré sabio? -le planteó el alumno.
-Pedro, tú, como todo el mundo, puedes llegar a conseguir todo lo que te propongas. Querer es poder. Nunca lo olvides.
Ahora vamos a clase, que ya se acaba el recreo -exclamó el profesor.
De ese modo, mientras el sol brillaba en un indescriptible cielo azul,  maestro y alumno abandonaron el jardín y se adentraron en un viejo edificio de estilo ecléctico.

viernes, 15 de marzo de 2013

Libros balsámicos


Llegó despacio. Arrastraba un poco los pies. Miró hacía los lados como intuyendo que alguien la perseguía o tal vez, tan sólo, por simple precaución. De un bolso de polipiel negro sacó un llavero que podría confundirse,  perfectamente, con el de cualquier sereno de barrio. Se agachó de lado, como  únicamente suelen hacer las mujeres, y quitó el candado que, por seguridad, anclaba aquella persiana oxidada con el suelo.
Con otra llave abrió la puerta del local. A continuación accionó el automático de la electricidad y, al instante, el minúsculo comercio quedó iluminado.
Sintió calor. Con un mando a distancia prendió el aire acondicionado.
Ocupó su lugar detrás del mostrador, sentándose en un viejo taburete sin respaldo. Colocó a su lado, después de pegar un trago, una pequeña botella de agua de plástico. Rebuscó, tras un displey promocional de cartón ondulado de Wonderbra, el libro que andaba leyendo en aquel momento y que llevaba por título Siddhartha, del escritor alemán Hermann Hesse. Se colocó unas gafas de acetato de color rojo que necesitaba para ver de cerca y que, en lugar de afearle, le proporcionaba un toque aún más interesante y atractivo a su rostro.
De ese modo, encerrada en aquella pequeña tienda de lencería de apenas quince metros cuadrados, heredada de su difunta madre, leía y releía centenares de libros balsámicos contra la soledad.
La lectura se había convertido para ella en una herramienta evasiva imprescindible para poder seguir viviendo. En cada línea, en cada capítulo y en cada nuevo libro, encontraba el alivio necesario para contrarrestar cada minuto, cada hora y cada día de su inconsciente reclusión.
Hace algún tiempo la vida se le había quedado grande y sólo los libros pudieron rescatarla del prozac.

domingo, 10 de marzo de 2013

Superación ¿realidad o ficción?


Esta mañana me he emocionado al leer un artículo en el que se narraba la historia de un joven de Malawi, de catorce años, que tuvo que dejar la escuela porque su familia  no podía pagar los ochenta dólares que costaba su educación. Hasta ahí todo normal. Seguro que eso en Malawi, y en casi todos los países africanos, no es nada que no suceda con la misma normalidad que aquí nuestros hijos nos piden dinero para ir al cine o a tomar una pizza con sus amigos.
Güiliam Kamp Güamba, que así se llama el muchacho, en lugar de darse por vencido, decidió continuar se formación de manera autodidacta. En una biblioteca de la zona comenzó a leer libros, hasta que encontró uno que hacía referencia a cómo crear energía. Eso le interesó mucho ya que en su casa no disponían de electricidad. Dicho y hecho. Se puso manos a la obra y en poco más de tres meses construyó un primer molino generador de energía reciclando materiales de la basura. Tras algún intento fallido la cosa funcionó. Con ese primer molino de viento consiguió prender cinco bombillas y hacer funcionar dos radios. Después construyó hasta cinco molinos más y diseñó un sistema de riego para mejorar la agricultura de su poblado.
Ahora estudia gracias a una beca y se ha convertido en un héroe local.
Este joven es un claro ejemplo de que si queremos podemos.
Nunca nos tenemos que dar por vencidos. 
Enhorabuena Gülliam.
http://www.youtube.com/watch?v=K4kQtjdMaUM

jueves, 7 de marzo de 2013

Los deseos inconfesables de un sapo cualquiera


Cuando ayer, regresando de Águilas, me paré a orinar a la orilla de una carretera, porque no aguantaba más mi vieja próstata, me llevé un susto considerable.
No, no, eso no. No piensen mal. Sí me la encontré... lo que sucedió es que observé como se movía algo entre la maleza. De pronto, pude comprobar como un enorme sapo miraba mi gusanito con deseo. Seguro que el pobre llevaba todo el invierno sin comer y se le antojaba una buena lombriz. ¡Pero no la mía, cabrón! -pensé.
Por un instante me miraba como miran los perritos cuando quieren conquistarte, girando la cabeza, de lado a lado, y poniendo carita de buenos. Temí que de un salto la engullera entera y, de ese modo, diera comienzo mi carrera en el coro catedralicio. Me quise apartar de allí pero el sapo vino tras de mí como hacen las palomas de los jardines tras la anciana que le reparte a diario migajas de pan. 
Mi vejiga estaba a punto de estallar cuando consideré que, quizás, aquella obsesión estaba provocada no sólo por cuestiones alimenticias, sino por algo mucho peor... pensé por un momento que aquel anfibio era hembra y que ardía en deseos de tener una relación sexual con un macho de la especie dominante, por aquello de la erótica del poder.
¡Quita bicho! Le grité con aspavientos para intentar orinar, como Dios manda, a la orilla de aquella carretera secundaria, con mis brazos en jarras, y al fresco.
Lo vi alejarse cabizbajo. Ni comió, ni folló.
Para que luego digan que los anfibios son animales de sangre fría.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Amor estéril


Cuando, en la Academia Oficial de Peluquería de Kiev (Ucrania), sorprendí a esta pareja besándose clandestinamente, me quedé sorprendido. Nunca me había parado a pensar que los maniquíes se pudieran amar. Ni de que fueran capaces de esconderse, tras una cortina, para esquivar las miradas de la censura oficialista. Ni tan siquiera, hasta ese momento, era capaz de reconocer en ellas y ellos sus sentimientos humanos y sus necesidades carnales. Estaba en un gran error. En sus miradas perdidas vi que se amaban profundamente. En su timidez y su sofoco encontré la misma ternura de las adolescentes que las usan, a diario, para aprender un oficio tan maravilloso con el que, por el resto de sus vidas, embellecerán a las personas y mejorarán su autoestima.
Me pidieron, por favor, que no los fotografiara. Querían preservar su intimidad ya que su amor no era consentido por unos dueños exigentes, y chapados a la antigua, como buenos representantes del desaparecido Politburó.
Pero no he podido reprimir la necesidad de hacer público tan colosal descubrimiento. Desde el mismo momento que apreté el botón, y la cámara capturó esa imagen cargada de sentimiento, me sentí en la obligación de divulgar que, pese a lo que promulgan algunos, el amor estéril es tan valioso como el amor reproductivo. El amor es amor y no puede ser rechazado o manipulado por lo que podamos opinar las personas bajo criterios éticos, religiosos o morales.
Me confesaron que se aman plenamente por las noches, mientras los futuros peluqueros duermen, hasta que escuchan el ruido de las llaves del conserje al manipular la cerradura. Por las mañanas, muertos de sueño, por su envidiable actividad amatoria, reciben de muy mala gana la ración de tirones de pelos que justifica su existencia.
Hay quien resta validez al amor estéril. Si conocieran a esta pareja verían que están en un gran error.
Lo peor del amor es el exceso de formalismo al que lo someten los humanos, por mucho que lo pensamos nosotros no lo llegamos a entender -me confesaron al despedirme.
Como comprenderán ustedes, desde que me sucedió esto, hasta ahora que me he atrevido a hacerlo público, he llevado en mi cabeza este can can...
¡Qué por nadie pase!

viernes, 1 de marzo de 2013

Introspección


Hoy me he cansado de las palabras. De usarlas. De abusar de su inocencia. De arrojarlas como dardos a la conciencia de los que no se implican en la lucha. Esta especie de reacción alérgica, en parte, se ha producido tras intuir la inutilidad de mi discurso. Las he visto rebotar, letra a letra y sílaba a sílaba, en la cabeza hueca de los que van por la vida de victimas de su propia intransigencia. 
Me he sentido incapaz de penetrar el blindaje de los resignados, de horadar su arrogante desgana y su falta de compromiso, no sólo hacia los demás, sino lo que es peor aún, hacia ellos mismos.
Agotado por ese descomunal esfuerzo, una vez más, he bajado al sótano donde duermen mis collages. Como siempre he rebuscado en los cajones en los que se amontonan ideas congeladas en papel y pegamento. Los he sentido húmedos. Fríos. Aburridos. Tristes.
Al parecer, mis collages, mis viejos y adorados collages, esperaban hace tiempo mi visita y se han mostrado enojados conmigo. 
-¡No nos dejes tanto tiempo solos! -me han dicho todos al unísono.
-Disculparme, he estado muy ocupado flirteando con las palabras. La verdad es que ahora les dedico más tiempo a ellas que a vosotros -les he explicado. 
-No te líes con las letras. Las palabras se apoderarán de ti. Son muy traicioneras. Cuanto más las uses, más te dominarán -me ha dicho una princesa con un traje de cola que habita en un viejo collage del año 97.
-Soy un hombre de palabra. No me importa expresar lo que siento. Me gusta comprometerme -le he explicado a la princesa del collage.
-A veces es mejor callar. ¡Qué nadie sepa lo que piensas! -me ha insistido la princesa.
-Creo que el pegamento no te ha sentado bien. No pienso cambiar. Siempre me han dado más miedo los que callan que los que hablan. Quien calla otorga. El que no se pronuncia tiene mucho que esconder -le he explicado a la princesa como si le hablara a mi propia hija.
¡Guau, guau, guau! - el perro que acompaña en el collage a la princesa no para de ladrar.
-¿Qué buscas?¿Qué necesitas hoy para inspirarte y escribir uno de esos relatos que luego publicas en tu blog? -me ha preguntando una señora gorda que aparece sentada en una silleta a la orilla de la playa de un collage del 2005.
No le he respondido a la señora y me he desconectado de aquella extraña conversación porque todos los personajes querían hablar y me he sentido agobiado. Eso ha provocado que huya de la figuración y me refugie en las formas abstractas. La abstracción es un mundo de transgresión donde los discursos fluyen libres, sin corsés, sin normas ni estereotipos. 
Alejándome de las palabras que me perseguían en forma de discursos corrosivos, y de la figuración necesitada de conversación, me he refugiado en la abstracción.
Este collage del 2009 me ha servido de alivio. Como un bálsamo. Lo necesitaba.