lunes, 20 de agosto de 2012

El mar de oro


Hace algún tiempo, cuando aún las personas cubrían su cuerpo con pieles de animales y bastos tejidos de origen vegetal, y las aguas de los ríos y los mares eran tan limpias como el aire que se respiraba; una joven, hija del brujo más influyente de aquellos infinitos territorios, tan avara y ambiciosa como bella, no conforme con conquistar a un sinfín de hombres de alta alcurnia, a los que entregaba sus favores a cambio de joyas de oro y deuda soberana a noventa días, fue al encuentro de un viejo brujo que su propio padre, desde hacía muchos años, mantenía encerrado en una lúgubre y húmeda mazmorra.
La joven había escuchado comentarios que hacían referencia a que tan misterioso prisionero conocía el paradero de un Mar de Oro. Un mítico mar que su pueblo había rechazado por considerarlo maldito y perverso. Se decía de él que tenía la capacidad de atraer a hombres y mujeres y hacerles perder la razón. Pero eso, a ella, no le parecía suficiente argumento como para no ir en su busca.
Engañando a los centinelas que lo custodiaban, consiguió llegar a la gruta en la que tenían encerrado al brujo maldito. Este había perdido la vista después de permanecer tanto tiempo en unas condiciones horribles de salubridad, pésima alimentación, y permanente oscuridad. La prisión no cumplía las mínimas normas de seguridad e higiene y, por tal motivo, tenía abierto un expediente administrativo que dormía en algún cajón de palacio lleno de termitas.
Desde el otro lado de unos gruesos barrotes de hierro, ella lo llamó.
-¡Rajoy, Rajoy! ¿Estas ahí? -le preguntó la joven.
-Sí amiga, has tenido suerte, acabo de llegar de Mercadona de hacer la compra de la semana. Como sabrás, por los recortes, nos han retirado el catering y ahora tenemos que costearnos nuestra alimentación -respondió el prisionero, un tanto alicaído.
-Te noto muy triste y acartonado -exclamó ella.
-Claro amiga, es por comer tanto tiempo esas dichosas marcas blancas, ya no encuentro el atún Calvo por ningún lado -le explicó haciendo pucheros.
-Le diré a mi padre que te levante el castigo de comprar en Mercadona y te enviaremos, a diario, las sobras de la comida de palacio -le dijo ella para consolarlo.
-No amiga, mil gracias, mejor sigo con las marcas blancas. Lo de comer basura lo llevo muy mal, me da mucha acidez y me hace perder el equilibrio cuando estoy levitando. Así que, niña hermosa, agradezco tu intención pero déjalo estar. Pero dime, joven princesa: ¿Siempre llevas esos escotes que quitan el sentido? -Le preguntó el brujo.
-¿Pero usted no estaba ciego? -exclamó la joven, visiblemente extrañada.
-¡Hostias, si esas tetazas no hacen ver a un ciego y hablar a un mudo que venga Zeus y lo vea! ¿Nunca has escuchado que dos buenas tetas tiran más que cien carretas? -le comentó el viejo.
-Sí, eso sí lo tengo claro, con ellas consigo todo lo que quiero. Desde jovencita he ido llenando cofres y más cofres con todo tipo de joyas de oro. Pero, no sé por qué, siempre me parece que no tengo suficiente. Y ¿Sabe usted? esto ya me genera una insatisfacción tremenda. De hecho, llevó varios meses sin llegar al orgasmo, de ahí, también, el motivo de mi visita -le explicó ella, concretando el tema.
-Entonces... ¿Qué es lo que quiere usted de mí, jovencita? -le inquirió el anciano con libidinosas expectativas.
-¿Que me diga cómo puedo llegar al Mar del Oro? -le soltó de sopetón la bellísima muchacha.
-¡Recorcholis, por todos los dioses del Olimpo! Estás como una puta cabra. ¿Tú tomas mucho sirope de arce, por casualidad? -dijo el brujo Rajoy.
-Sólo después de las comidas. Es que voy poco al baño, sabe usted. Ando un poco estreñida y como tengo alergia a los lácteos no puedo tomar Activia -reconoció la princesa.
-Como le pasaba a mi esposa Merkelel, antes de que nos separara tu padre, el muy cabronazo -respondió el anciano atusándose la barba y sacando la lengua.
-Ese es otro asunto. Si me ayudas, te prometo la libertad -dijo ella con seguridad.
-Amiga mía. Ni tus tetas de Playboy te salvarían ante ese mar maldito.Todo aquel que osa acercase a su orilla ya nunca regresa -explicó el barbas.
-Sigue por favor. Háblame de ese mar, cuéntamelo todo... -le pidió ella con ansiedad.
-Te lo contaré todo si te desnudas -le pidió Rajoy sacando con insistencia su lengua viperina.
-Nunca te han dicho que eres un viejo verde -le dijo ella mientras se quitaba su vestido rojo de Valentino.
-Me han dicho tantas cosas... pero mejor te cuento lo tuyo, bombón: 
"Cuando acaba el reino Eurochupilandia giras a la derecha. Tendrás que atravesar un sendero de largo recorrido cubierto de hielo, hasta que te encuentres a un gigante con un solo ojo. No le hagas caso, esta disecado. Verás que se le trae un aire a Lenin, pero en tuerto. Después, llegarás a un gran desierto donde te esperará una caravana con cien dromedarios desparasitados y un brujo beduino vestido de lagarterana; te recordará un poco a Gadafi en sus mejores tiempos, pero nada que ver, este es más normalito. Él te conducirá a la zona de intermediación que controlan unos cascos azules. Una vez allí tendrás que seducir al comandante del puesto para que te permita continuar. Es un señor obeso, con aliento fétido, que recuerda a un cerdo con uniforme, al que le gustan más las princesas que a un tonto un lápiz. A partir de ahí es cuando comienzan los problemas. Se dice que el mar es de oro líquido, denso como el mercurio. Siempre con un moderado oleaje cuya cadencia hipnotiza desde el mismo momento en el que se mira. En ese estado catatónico, el mar te irá atrayendo y atrayendo y atrayendo.. Hasta que se apoderará de ti y te tragará para siempre -le contó el brujo.
-¿Ese es el mar que se ha tragado a tantos y tantos banqueros, especuladores y fondos de inversión?  -preguntó ella con cierta inocencia.
-Hija mía... ojalá y se hubiera tragado a todo ese ejercito de gentuza. La que ha de llevar cuidado has de ser tú -le aconsejó Rajoy, en plan paternal, mientras le miraba con deleite sus erectos pezones de color rosado.
-¿Sabes qué te digo, viejo brujo? -le dijo la princesa mientras se ponía el vestido.
-Dímelo, aunque quizás ya lo sepa, recuerda que soy brujo. ¡El famoso brujo Rajoy!
-Pues qué... lo he pensado mejor, me voy a quedar aquí. Quieras o no, cofre a cofre, tampoco me va tan mal el negocio y si, por un caso, se pusiera la cosa peor, lo vendo todo a un compro oro y chimpún -explicó la chica.
-Ves... sabía que no irías a ninguna parte. Por eso al menos me dije para mis adentros: ya que esta no me va a conceder la libertad, al menos la veo en pelotas, que a nadie le amarga un dulce -exclamó el viejo Rajoy.
-Eres muy inteligente, viejo verde. Por cierto, una última cosa: ¿Por qué te llaman Rajoy? -le preguntó la princesa con curiosidad.
-En realidad me llamo Rajoy Suleiman, pero, por razones obvias, suena mejor mi primer nombre, ¿Entiendes o no? - dijo el brujo.
-Adiós Rajoy ¡Suleiman! -exclamó la princesa despidiéndose con su vestido rojo de Valentino que quitaba el sentido y potenciando el tono en el apellido maldito del brujo.
-Adiós princesa. A ti te lo consiento todo. Faltaría más. Pero habla con tu padre para que me saque de aquí, si ves que tal...-le suplicó el cautivo.
-Sabes barbudo asqueroso, lo hubiera hecho, pero por haberme obligado a desnudarme, te vas a joder otros cincuenta años en esa asquerosa mazmorra -sentenció la princesa.
-¡Hijaputaaaaaaa! ¡Qué se te caigan las tetas a jirones! -gritó Rajoy Suleiman como un loco, mientras -como todos hacemos cuando se dan la vuelta las mujeres- le miraba el culo con embeleso.

De esa forma tan desagradable, y un tanto obscena, acaba la Leyenda del Mar de Oro. Para más información o localizar el mapa de situación: razón aquí.

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