sábado, 31 de marzo de 2012

Días de hospital IX



¿Para qué sirve el llanto? Quizás para intentar encontrar alivio a los errores. Mi error fue, no tengo la más mínima duda, confiar más en los médicos que en mi propio criterio. Si yo vi que mi madre se asfixiaba: ¿Por qué no removí cielo y tierra para obligar a que subieran a mi madre, 48 horas antes, a cuidados intensivos?
Esta pregunta se ha convertido, para mí, en una especie de mantra. Quizás sea yo tan culpable como los médicos que no actuaron con la debida diligencia y celeridad. Para consolarme, al menos, encuentro una respuesta: yo no soy médico, tan sólo soy un simple vendedor de tintes para el cabello venido a más, o quién sabe, si a menos.
A mi madre le sientan muy bien los colores marrones ligeramente oscuros. Hace unos días la llevamos de modelo a un curso de coloración y le hicimos unas mechas para que se viera más guapa y, la verdad, los estilistas, con sus manos mágicas, le quitaron quince años de encima y se fue la mar de contenta. 
El fin de semana antes de su ingreso en el hospital aún se fue a bailar con su amigo Juan. No bailó mucho, me dijo que se fatigaba, a pesar de lo cual, sus tres o cuatro piezas no se las quitó nadie. La empanadilla que suelen hacer en el bar del centro de mayores no le supo como de costumbre.
Su amigo Juan ya no tiene fuerzas ni moral para venir al hospital, pero desde el primer día de su ingreso a estado a su lado como el que más. El señor Juan pese a tener más de ochenta años, se ha comportado como todo un caballero dando toda una lección de amor y fidelidad a los que somos más jóvenes.
Esta mañana, por sorpresa, nos han dicho que había que intervenir nuevamente a mi madre. Al parecer comenzaban a fallar otros órganos vitales, como el hígado y los riñones. Los pulmones seguían encharcados, su corazón débil. La situación era extrema. Así que me han pedido autorización para intervenirla a la hora en la que se juegan la vida los toreros: a la cinco de la tarde.
A mi madre le gustan mucho los toros, aunque mi padre no la llevó mucho. Bueno, creo que ni mucho ni poco.
Lo que buscan en su vientre, no esta muy claro. Lo que intentaban tampoco y su respuesta es menos convincente aún: Hemos visto que la operación estaba bien, que hay infección, pero no lo suficiente como para haber provocado el cuadro que presenta la paciente, así que, hemos vuelto a cerrar, le hemos cambiado y ampliado los antibióticos, incluso pensando en que estuviera afectada por algún hongo de origen hospitalario  y ya tan sólo nos queda ver su evolución. Su situación ha empeorado ostensiblemente. 
El equipo médico que la operó y la sometió al suplicio de agonizar durante dos días en su habitación ha desaparecido del mapa. Quizás hayan sido abducidos por alguna nave alienígena o se hayan ido, tan ricamente, que es lo más probable, a disfrutar de las procesiones de Semana Santa a su pueblo o al Mar Menor a practicar deportes náuticos.
Desde la puerta del hospital se oían retumbar,esta tarde, las cornetas y los tambores. Las calles de Murcia se encontraban atiborradas de gente, de carros con chucherías y de vendedores de globos en forma de Bob Esponja. En lo alto de la cama de mi madre luce, sujeto con esparadrapo, el rosario de plástico que le regalaron. Al patriarca gitano ya se lo han llevado a planta más feliz que un piojo:¿O era un chinche?. La vida continua impávida, ante el dolor y ante la muerte, a ritmo de tambor y de cornetas.
A mí, desde bien pequeño, de la semana santa lo único que me gustaba era ver al "Chichones" cuando salía encadenado disfrazado de demonio. Los que lo han sustituido no lo hacen ni la mitad de bien de lo que él lo hacía. Yo nunca fui practicante, pero en viernes de Dolores mi madre siempre nos prepara para comer el típico guiso de vigilia con pelotas de bacalao. Desgraciadamente, ayer no lo pudo hacer.

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