sábado, 31 de marzo de 2012

Días de hospital IX



¿Para qué sirve el llanto? Quizás para intentar encontrar alivio a los errores. Mi error fue, no tengo la más mínima duda, confiar más en los médicos que en mi propio criterio. Si yo vi que mi madre se asfixiaba: ¿Por qué no removí cielo y tierra para obligar a que subieran a mi madre, 48 horas antes, a cuidados intensivos?
Esta pregunta se ha convertido, para mí, en una especie de mantra. Quizás sea yo tan culpable como los médicos que no actuaron con la debida diligencia y celeridad. Para consolarme, al menos, encuentro una respuesta: yo no soy médico, tan sólo soy un simple vendedor de tintes para el cabello venido a más, o quién sabe, si a menos.
A mi madre le sientan muy bien los colores marrones ligeramente oscuros. Hace unos días la llevamos de modelo a un curso de coloración y le hicimos unas mechas para que se viera más guapa y, la verdad, los estilistas, con sus manos mágicas, le quitaron quince años de encima y se fue la mar de contenta. 
El fin de semana antes de su ingreso en el hospital aún se fue a bailar con su amigo Juan. No bailó mucho, me dijo que se fatigaba, a pesar de lo cual, sus tres o cuatro piezas no se las quitó nadie. La empanadilla que suelen hacer en el bar del centro de mayores no le supo como de costumbre.
Su amigo Juan ya no tiene fuerzas ni moral para venir al hospital, pero desde el primer día de su ingreso a estado a su lado como el que más. El señor Juan pese a tener más de ochenta años, se ha comportado como todo un caballero dando toda una lección de amor y fidelidad a los que somos más jóvenes.
Esta mañana, por sorpresa, nos han dicho que había que intervenir nuevamente a mi madre. Al parecer comenzaban a fallar otros órganos vitales, como el hígado y los riñones. Los pulmones seguían encharcados, su corazón débil. La situación era extrema. Así que me han pedido autorización para intervenirla a la hora en la que se juegan la vida los toreros: a la cinco de la tarde.
A mi madre le gustan mucho los toros, aunque mi padre no la llevó mucho. Bueno, creo que ni mucho ni poco.
Lo que buscan en su vientre, no esta muy claro. Lo que intentaban tampoco y su respuesta es menos convincente aún: Hemos visto que la operación estaba bien, que hay infección, pero no lo suficiente como para haber provocado el cuadro que presenta la paciente, así que, hemos vuelto a cerrar, le hemos cambiado y ampliado los antibióticos, incluso pensando en que estuviera afectada por algún hongo de origen hospitalario  y ya tan sólo nos queda ver su evolución. Su situación ha empeorado ostensiblemente. 
El equipo médico que la operó y la sometió al suplicio de agonizar durante dos días en su habitación ha desaparecido del mapa. Quizás hayan sido abducidos por alguna nave alienígena o se hayan ido, tan ricamente, que es lo más probable, a disfrutar de las procesiones de Semana Santa a su pueblo o al Mar Menor a practicar deportes náuticos.
Desde la puerta del hospital se oían retumbar,esta tarde, las cornetas y los tambores. Las calles de Murcia se encontraban atiborradas de gente, de carros con chucherías y de vendedores de globos en forma de Bob Esponja. En lo alto de la cama de mi madre luce, sujeto con esparadrapo, el rosario de plástico que le regalaron. Al patriarca gitano ya se lo han llevado a planta más feliz que un piojo:¿O era un chinche?. La vida continua impávida, ante el dolor y ante la muerte, a ritmo de tambor y de cornetas.
A mí, desde bien pequeño, de la semana santa lo único que me gustaba era ver al "Chichones" cuando salía encadenado disfrazado de demonio. Los que lo han sustituido no lo hacen ni la mitad de bien de lo que él lo hacía. Yo nunca fui practicante, pero en viernes de Dolores mi madre siempre nos prepara para comer el típico guiso de vigilia con pelotas de bacalao. Desgraciadamente, ayer no lo pudo hacer.

Días de hospital VIII



Mi madre no pudo ayer asistir a la Huelga General ni tampoco hoy ha podido celebrar su onomástica. Ella es más de santos que de revoluciones. Su relación con la modernidad se ha limitado siempre a fumar. Comenzó a fumar cuando estaba mal visto que una mujer fumara. Le encantaba el Lola, cuya cajetilla, rebosante de flores, te animaba a fumar varios paquetes diarios. Luego fumó Nobel, con la escusa de que llevaba menos nicotina y alquitrán, pero lo suyo siempre ha sido el Fortuna. Últimamente fuma un poco menos, no sé si por ahorrar o por estar viéndole, más de cerca, las orejas al lobo.
La puerta de la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos) es un hervidero de nervios y de tensión todos los días a la una de la tarde y a las ocho de la noche, aunque, para decir la verdad, nunca se cumplen los horarios. Antes de pasar a verla un médico nos informa verbalmente de su evolución. Cada vez es uno diferente, lo que no sé si es bueno o es malo, pero despista un montón. Cuando le hacemos referencia a algún comentario de otro portavoz anterior, alegan desconocimiento y se limitan a narrar su resumen memorizado intentando ponerle las mayores dosis de precaución -por su bien- y de humanidad -por el nuestro- Sin duda, ser un profesional de la medicina con pacientes en situaciones críticas, donde el más mínimo error te lleva a enterrarlo, no debe ser tarea fácil.
Los más numerosos todos los días, en la zona de espera, son los gitanos. Vienen como veinte o treinta a visitar, en cada pase, a un patriarca que ha sufrido un problema coronario. Tan sólo se permite el pase a los familiares de dos en dos, y ellos entran de cuatro en cuatro. Les llaman la atención, continuamente, pero siempre encuentran el modo de salirse con la suya. 
Me a gustado mucho un saludo que le ha hecho un gitano al enfermo de su clan:
-¡Hostias, si estas más a gusto que un chinche! -le dice el visitante.
-Sí, ya estoy mejor, gracias a Dios - le dice el patriarca.
Sus constantes vitales -las de mi madre, no las del gitano- han estado todo el día estables y la mantienen totalmente sedada. Esta orinando mucho y eso es bueno. Han comenzado de nuevo a suministrarle alimentación parenteral y, al parecer, la está tolerando bien.
Unos familiares le han traído un rosario. Me he dado cuenta de que el rosario es un recurso hospitalario, de uso frecuente, cosa en la que no había reparado esta este momento. Otra cosa que he aprendido en esta escuela de vida hospitalaria en la que se ha convertido mi existencia desde hace dieciocho días.
El regalo que mi madre más agradecería en el día de su Virgen de los Dolores,  si pudiera hacerlo, es la llegada de su hijo pródigo. Por fin está a su lado, en cada pase, como ella quería.
Hoy pese a estar sedada, seguro que estará renegando por el hecho de no poder ir este fin de semana al bingo y al baile de su centro de mayores. A ella siempre le gusta llevarse el jamón.
Mi madre se lo esta jugando todo tras esas puertas, si acierta a ganar el bingo, el premio, en esta ocasión, será poder seguir viviendo.

jueves, 29 de marzo de 2012

Días de hospital VII



Han convertido a mi madre en un ser inerte lleno de tubos. La llevé al hospital hace dieciséis días con ganas de salir pronto de su operación e irse a pasar la semana santa a la playa y, ahora, sus sueños frustrados se debaten, únicamente, entre la vida y la muerte.
Ahora me arrepiento de haber confiado en los médicos. Ahora me arrepiento de haber puesto en sus manos la salud de mi madre. Ahora me arrepiento de no haberles exigido más y haberles obligado a tomar decisiones, o como hubiese hecho mi padre de haberle dejado: haber pegado cuatro gritos a los médicos para que hubiesen actuado aunque fuera por vergüenza propia o ajena.  
Casi tres días de agonía en su habitación no eran suficiente argumento como para que alguien tomara la decisión de llevarla a cuidados intensivos. Ese alguien, sin sentimientos e inhumano; ese alguien al que, ahora, después de la reclamación que he interpuesto en el hospital, todo el mundo protegerá, y, con toda probabilidad, sí podrá disfrutar de unos maravillosos y primaverales días de playa. 
Ahora el contacto con mi madre se limita a media hora al mediodía y media hora por la noche, a eso de las ocho. Hoy, sin saber demasiado del protocolo de la UCI, al abrir las puertas y nombrarnos, he entrado como un cohete al box número 11 que es el que ella ocupa, y para mi sorpresa la exhibían desnuda delante de una multitud de gente con batas verdes. Nunca pensé que el desnudo de mi madre pudiera provocar tanta expectación, por lo que creo que, en realidad, la clase magistral que le daban a los alumnos se basaba en una clase práctica sobre las negligencias médicas. Cuando me han visto acercarme al mercadillo que habían montado en el box número 11, me han prohibido el acceso y me han remitido a la oficina de información a escuchar la milonga del día.
-¿Es usted familiar de Dolores? -dice un nuevo doctor.
-Sí, soy su hijo, dígame.
-Bueno, lo que tengo que decirles es que su madre ha sufrido esta noche tres paradas cardíacas, e incluso, esta misma mañana ha sufrido otra, por lo que le hemos tenido que colocar un marcapasos. Sigue sin drenar el líquido de sus pulmones por lo que su situación es muy grave. Hemos tenido que someterla a técnicas de reanimación. Hemos detectado deficiencias importantes en el funcionamiento de su corazón. Creemos que esas dolencias ya las padecía antes de su ingreso. No puedo decirles mucho más. Tan sólo podemos esperar a ver como reacciona frente a todo el tratamiento que le estamos aportando y que su cuerpo comience a eliminar esos líquidos. La mantenemos sedada en todo momento. El próximo parte médico será a las ocho de la noche.
Luego hemos ido pasando toda la familia en turnos de dos personas. Alguno de nosotros no ha podido aguantar el espectáculo.
El otro día escribí que estar con mi madre, todo este tiempo, en el hospital me estaba enseñando muchas cosas. Una de ellas, desgraciadamente, se me quedará muy clara para siempre, no confiar nunca en los médicos. He sido muy inocente.

miércoles, 28 de marzo de 2012

Días de hospital VI


A mi madre se le ha atragantado el hospital como a mi la última novela de Alvaro Pombo. Lo más terrible, sin duda, es lo de mi madre. Esta mañana aún se hacia la fuerte cuando le he preguntado:
-¿Cómo te encuentras esta mañana, mamá?
-Un poco mejor -me ha dicho con su lengua de esparto.
Yo me lo he querido creer, como un sediento que va por el desierto y se arrastra persiguiendo a un espejismo. Pero el espejismo se ha ido desvaneciendo por momentos, hasta darme cuenta de que los médicos no tenían ni idea de lo que le pasaba a mi madre.
En su informe diario la doctora me ha vuelto a decir:
-Su madre está, más o menos, como ayer. Su vientre esta ligeramente menos inflamado, pero los problemas respiratorios continúan -dice la facultativa.
-¿Cómo que continúan? Doctora, mi madre se está asfixiando desde hace dos días y está mucho peor que ayer -le digo elevando sensiblemente el tono de mi voz y fabricando un gesto facial tan caustico como contundente.
-Sí, sí, mejor voy a llamar a un médico internista para que nos de su valoración. La operación sigue bien, pero esto ya no tiene nada que ver con la operación. Esas complicaciones del postoperatorio las debe tratar el internista -dice un tanto comprometida por la situación.
Mi madre se esta apagando por momentos y el internista no hace acto de presencia. Al final me da la sensación de que los cirujanos no querían entregar a mi madre a los internistas. No sé si esto les suponga un demérito a los cirujanos, pero a mi madre esa indecisión casi le cuesta la vida. 
La que sí hace acto de presencia es la nueva compañera de habitación. Esta nueva paciente, que nos ha tocado, es de Murcia capital y del Opus Dei. Nada más llegar la señora, acompañada de su hija, se han puesto a rezar el rosario la mar de bien. Contradictoriamente, después de rezar, la señora se ha puesto a llorar de miedo por su operación, así que se me ha venido a la cabeza qué, quizás, a pesar de su filiación ultracatólica, la señora, en su fuero interno, no le tiene mucha fe ni a los santos ni a los médicos.
El miedo es como un buffet libre y cada uno coge el que quiere. Hay gente que le tiene más miedo a un bisturí que a la tercera guerra mundial.
Por fin viene el internista, y tras hacerle una placa en el mismo cuarto, le diagnostican a mi madre que tiene los pulmones encharcados. Y vienen las prisas. Cambio de medicación. Le ponen una sonda para orinar. Le administran diuréticos. Mi madre sigue empeorando, si es que eso fuera posible. Continua intentando articular palabras, casi siempre ininteligibles, pero que a veces se alcanzan a entender y casi todas hacen referencia a la cocina o los alimentos: el fuego está encendido o, hay carne en el congelador - hemos creído entender.
Luego todo se ha desarrollado en cascada. La subida de la tensión y la subida del azúcar, por fin han desatado todas las alarmas y han decidido ingresarla en cuidado intensivos.
¿Por qué razón no habrán hecho esto dos días antes? ¿Por qué teniendo todos los medios necesarios, dos plantas más arriba, dejaban asfixiarse a mi madre? ¿Es necesario, en la medicina actual, llevar a los enfermos hasta estos terribles extremos?
A las ocho de la noche la hemos visto en la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos) Estaba, entre otras, con una máquina que le ayudaba a respirar y a penas si nos ha reconocido.
Esta noche la tendrá que pasar ahí solita. Esperemos que en la UCI trabajen con más coherencia. Pretendo invitar a mi madre este año, nuevamente, en Nochevieja.

martes, 27 de marzo de 2012

Días de hospital V



Esta larga travesía por el mar de la impotencia se está convirtiendo en una tremenda pesadilla. Hoy, el pánico se ha apoderado de mí y he optado por avisar a mi hermano, que vive en Edimburgo, para que venga junto a nosotros. Ella no para de nombrarlo, lo extraña mucho. Llegó a decir ayer que no quería morirse sin verlo.
La doctora dice que pese a que la "cosa" se ha puesto difícil -la cosa es la enfermedad de mi madre- porque sus intestinos siguen sin querer recuperar su funcionalidad y la inflamación de su vientre es alarmante, el hecho de que no se detecte infección y el scanner, que le realizaron ayer, no presente ninguna anomalía, son síntomas que evidencian que podemos y debemos seguir albergando esperanzas. Los problemas respiratorios le vienen dados porque la inflamación del vientre le presiona los pulmones y esto le dificulta la respiración.
Si digo que no tengo dudas, les engañaría. Lo que más me duele es estar escuchando permanentemente sus lamentos y no poder hacer más de lo que hago.
Esta noche, según nos cuenta María y la vecina de Molina de Segura, que dicho sea de paso, ya se ha marchado a su casa, mi madre ha estado delirando casi toda la noche. Al parecer ha cocinado, ha pagado el recibo de la luz y el agua, ha hablado con mi hermano ausente, y así hasta un sinfín de conversaciones menos inteligibles, pero que han servido para  mantener en vela a la audiencia de su habitación durante toda la noche.
Hoy, los andarines del pasillo casi me hacen vomitar. Sobre todo uno de ellos que huele a pescado podrido. Posiblemente tenga, el buen señor, alguna alergia al agua o al jabón. O simplemente nadie se atreve a decirle que apesta.
Una multitudinaria familia inunda la sala de espera de la planta y esta rezuma efluvios y perfúmenes que deben ser lo más parecidos al cyclón B. En un arrebato de locura intento arrojarme por la ventana pero, para mi desgracia, descubro que todas están selladas, tras lo cual intento interponer una querella criminal contra la familia alegando supuestos crímenes de lesa humanidad pero nadie me toma en serio. 
Pareciera que los delirios de mi madre hubiesen comenzado a apropiarse de mí. Me cuesta discernir entre la realidad y la ficción. He llegado a pensar que los paseantes del pasillo quizás sean fantasmas, aunque luego, pensándolo bien me he preguntado:¿los fantasmas huelen a pescado podrido?
El microcosmos hospitalario es un inmejorable caldo de cultivo para la transmisión de enfermedades raras. 
Ahora, trece días después de este jodido internamiento, temo tanto por mi madre como por mí.
Al llegar a casa, me he acordado de este collage que hice con una foto suya de cuando era joven. La foto era preciosa, pero el collage es una mierda.

lunes, 26 de marzo de 2012

Días de hospital IV



Hoy escribo con los ojos más lubricados que de costumbre. Mi madre, después de doce días ingresada en el hospital, va a peor. Ha pasado una noche de perros. Toda la noche cagando, y María, la señora que la cuida mientras nosotros descansamos, ha estado toda la noche cambiándola. A pesar de sus esfuerzos tiene ya unas escoceduras considerables. Cada vez que defeca u orina, rabia de dolor, debe ser algo así como si sus dañados intestinos vertieran hierro fundido entre sus piernas.
Hemos tenido que bajarla a la primera planta para que le hicieran un scanner, y con ello, intentar averiguar a que es debido este empeoramiento.
Antes, he tenido que ayudar a la enfermera a lavarla. Si días atrás tuve que ponerle sus lentillas por primera vez, hoy me ha tocado lavarla, del mismo modo que ella me lavaba a mí cuando yo era pequeño. El olor de sus deposiciones se me ha impregnado por todo el cuerpo y me persigue, obsesivamente, allá donde voy.
Mi padre ha llorado hoy por mi madre, por primera vez, desde que tengo uso de razón. Llevan separados varios años. Su relación siempre fue muy tormentosa, pero en el fondo, los dos han luchado juntos como leones para ganarse la vida. Los pobres, desgraciadamente, ni supieron vivir ni supieron amarse.
De nuevo le ponen oxígeno. De nuevo bolsas de sangre A+. Otra vez le retiran la dieta. Vamos para atrás como los cangrejos.
La señora de la cama de al lado ya no es de Archena. Esta vez nos ha tocado una de Molina de Segura, que esta contenta con los resultados de las elecciones andaluzas y asturianas.
-Yo soy más roja que la Pasionaria. Estoy deseando ponerme buena para ir a la huelga general -dice la revolucionaria vecina.
-Parece que la gente, tras tres meses de gobierno, ya esta cambiando de opinión -le comento por no parecer antipático.
-¡Son unos mentirosos!. Quieren acabar con todos los derechos de los trabajadores con la escusa de la crisis. O paramos a tiempo a estos, o nos quitan todos los logros sociales que conseguimos los españoles con tanta lucha y tanto esfuerzo -expone la vecina.
Mi madre no esta para discursos de política ni para nada. Nuevamente tenemos que limpiarla. Mientras ayudo a la enfermera observo como la trata. Pese a la gran carga de tareas que tiene -no para de aquí para allá- la trata con dulzura y profesionalidad.
El médico me dice que algo no va bien. Eso también lo sabía yo sin estudiar medicina en Harvard.
-Estamos intentando saber que le pasa a su madre, ya debería estar en su casa. Tiene el vientre muy inflamado. Si hay alguna novedad se lo comunicaremos, no se preocupe -dice el doctor.
¿Cómo no voy a preocuparme? ¿Alguien podría estar sin preocuparse con este panorama de incertidumbre y de impotencia?
Estos días están sirviéndome para darme cuenta de muchas cosas en las que no había reparado, para engrasar y fortalecer mis sentimientos familiares y para admirar a la gente que trabaja en los hospitales.
Siento envidia, únicamente, de los enfermos que pasean por los pasillos agarrados a su gotero. Mi madre ya debería estar en esa atlética competición.

domingo, 25 de marzo de 2012

Formaciones en Portel







Los pasados días 22 y 23 de marzo en la población portuguesa de Portel, en el precioso Alentejo, tuve la suerte de poder impartir un curso de motivación para un grupo de comerciales españoles y portugueses. La formación se llevó a cabo en el hotel Refugio da Vila, una antigua casa señorial situada a los pies de un impresionante castillo medieval. En total eramos veinte personas con ganas de encontrar nuevas claves para seguir avanzando, pese al escenario adverso en el que nos esta tocando trabajar en los últimos años.
Españoles y portugueses nos encontramos igual de inmersos en esta crisis económica. Nuestra actitud debe evitar que esa crisis financiera contagie e invada nuestro trabajo de cada día. Si nos dejamos arrastrar por ese torbellino de pesimismo nuestros clientes se van a continuar contrayendo y nosotros con ellos. 
Hemos descubierto la necesidad, durante la formación, de convertirnos en parte activa de la recuperación de nuestros clientes. Nuestras ideas y nuestra experiencia deben ser el motor que los oriente hacia la recuperación. La crisis económica no puede, ni debe, convertirse en una escusa para retroceder en calidad de servicio y en capacidad de innovación. Sólo siendo los mejores tendremos asegurada la salida de esta crisis.
Entre todos nos hemos dado cuenta de que podemos y debemos ayudar a cambiar la actitud de nuestros clientes, generándoles nuevas expectativas e implicándonos mucho más con ellos. Vamos a intentar romper sus bloqueos,  y los nuestros, aportándoles nuevas iniciativas que les ilusionen. 
La convivencia ha sido fantástica. El idioma no ha sido una barrera sino, más bien, un acicate para esforzarnos en la compresión de los problemas y las necesidades de unos y de otros.
Somos conscientes de que tenemos que esforzarnos más. Somos conscientes de que tenemos que convertirnos en el segundo motor de los negocios de nuestros clientes, sólo así, seremos capaces de conseguir nuestros objetivos.
Me he esforzado, en estos dos días, en hacerles reflexionar, demostrándoles de todo lo que son capaces, incluso cuando, algunos de ellos, no eran muy conscientes de su propia valía.
El trabajo, en tiempos de crisis, es un acto de heroísmo.

Días de hospital III


-¿Señora, se tira usted pedos? -le pregunta la enfermera a mi madre.
-Pedos no, mujer, me tiro carretillas.
Hoy la veo más animada. Me ha pedido que le ponga las lentillas y le ayude a ponerse en el sillón para ver la televisión. Es la primera vez en mi vida que le pongo a mi madre sus lentillas, unas lentes de contacto duras que a otras personas le dejan los ojos destrozados y que ella, de manera increíble, tolera perfectamente.
Me ha dicho el doctor, en su informe diario de dos minutos, que su recuperación va bien. Yo lo sé porque mi madre hoy a vuelto a ser la reinona que fue. 
Tenemos compañera de cuarto nueva, curiosamente también de Archena, aunque, según nos cuenta, nació en Ricote. Irremediablemente nos ponemos a hablar del Restaurante El Sordo http://www.elsordo.es/ uno de los mejores de España, que se encuentra en ese maravilloso pueblo serrano y al que todos deberíamos peregrinar, al menos una vez en la vida, para obtener el jubileo pagano que allí ofrecen.
A la señora la van a operar de la vesícula. Le digo que a mi madre, entre otras cosas, le han sacado un montón de piedras y que a mí me operaron hace cuatro o cinco años y que entre todas las piedras que me sacaron había una que ponía: Barcelona 467 km.
Como iba diciendo, mi madre se ha de sentir un poquito mejor ya que, nada más llegar la nueva vecina, me ha pedido que les enseñe, a ella y a su hija, sus fotos de cuando fue elegida reina del centro de mayores de La Flota.
-Enséñales las fotos donde estoy con el alcalde de Murcia, Pepe -me pide.
-Señora, esta usted guapísima. Mucho más que el alcalde -dijo la señora con cierta ironía.
-Claro que sí, pero el alcalde, el Sr.Cámara, es una bellísima persona -le matiza mi madre a la vecina. 
-Iba usted muy contenta, con su banda y su corona de reina. Da gusto ver como la gente mayor se lo pasa tan bien -comentó la señora.
-La reina de este año es muy vieja y muy seria, apenas se ríe. Así no se puede ser reina, si no quieres ser reina, pues no te apuntes, si te apuntas es para dejar bien al centro de mayores al que representas -aclara mi madre.
-Tiene usted toda la razón -dijo la vecina, devolviéndome mi ordenador sobre el que estaba viendo las fotos.
El hecho de que mi madre vuelva por sus fueros es, para mí, una señal inequívoca de que su recuperación, aunque lentamente, va por buen camino.
La mimo y la acaricio para que se sienta querida. Todo lo que puedo hacer por ella es poco. Nunca podré devolverle todo lo que ella ha hecho por mí.
Estoy seguro de que se pondrá bien, sólo es cuestión de tiempo.

martes, 20 de marzo de 2012

Paseo por la huerta de Monteagudo






Quisimos aprovechar el lunes festivo de San José para salir a dar una buena caminata. Quien mueve las piernas, mueve el corazón, decía el eslogan. Un cordón umbilical, en forma de senda, sale desde la puerta de nuestra casa, para introducirnos, maravillosamente, en el vientre de lo que fuera el vergel de la huerta de Monteagudo. Menudo lujo.
El camino comienza a través de un bonito bosque de pinos, aderezados con pequeños retazos de vegetación autóctona como palmitos, espinos negros y esparragueras, y llega, tras mucho esfuerzo, a un punto geodésico que representa el pico más alto de toda la zona. A partir de ahí se comienza la bajada por una zona de escasa vegetación, donde los apicultores instalan, por esta época, sus colmenas. Luego de atravesar ese espacio de gran aridez, acompañados del continuo zumbar de las laboriosas abejas, y el ulular de  alguna parputa o abubilla, llegamos a la huerta, que en la actualidad se haya atiborrada casi exclusivamente de limoneros. 
Esta huerta de más de mil años de antigüedad, acoge dos perlas arqueológicas sobre las que se había previsto la creación de un Parque Regional Arqueológico, con un centro de acogida de visitantes y la consiguiente dinamización turística de la zona, pero la crisis lo ha dejado todo en agua de borrojas.   
De esas dos joyas de la arqueología murciana, sin duda, el majestuoso Castillo de Monteagudo es el más conocido. De origen árabe, vivió su esplendor durante el reinado del rey Lobo, aproximadamente por el siglo XII, el cual se construyó un palacete fortificado adosado -El Castillejo- para pegarse unas juergas que me río yo de las orgías de los romanos.
Luego, tras la reconquista por los cristianos, el Rey Alfonso X El Sabio, se vino a vivir a este impresionante castillo, donde escribió y escribió, hasta quedarse sin tinta, libros de leyes, de astronomía y hasta de hacer punto de cruz. Dicen que era muy sabio ya que, según parece, inventó los huevos al plato sin huevo y sin plato. Es normal, desde ahí arriba, donde ahora hay un cristo, que ve todo cristo, debía de disfrutar de unas vistas impresionantes de toda la huerta y de las moriscas que se bañaban en el azarbe. Los sistemas de riego que dejaron los árabes, y que hasta hoy mismo, mil años después, aún seguimos utilizando, son una impresionante obra de ingeniería hidráulica.
El Castillejo, o palacete de las fiestuquis del rey Lobo -yo creo que este debió ser el que se quiso comer a Caperucita- representa, en la actualidad, el monumento a la desfachatez. Cuando llegas a él, y subes por unas escalinatas de moderna construcción, te das de bruces con una balsa de riego, tras cuya contemplación no sabes muy bien si reírte o ponerte a llorar a moco suelto.
La zona tiene un potencial increíble, tan increíble como la ineptitud de unos políticos regionales y nacionales que han dejado a su suerte a un conjunto arqueológico de tan incalculable valor.
A tiempo están de rectificar.
Por cierto, los datos históricos que aportó en este relato son de muy dudosa procedencia. Mis fuentes no son de fiar. 

domingo, 18 de marzo de 2012

Días de hospital II


Otro día más mirando el gotero. Mi madre esta desesperada. Le cuesta aceptar su realidad y anhela su salud, los bailes de los sábados en la tarde, también los bingos del centro de mayores, donde la línea se paga con un lomo embuchado y tres latas de atún en aceite de oliva y con el bingo te conceden un jamón serrano, a medio curar, y un bote de kilo de melocotón el almíbar, que llena de orgullo a los afortunados y de envidia a los desafortunados.
La taza de caldo de ayer, su primera ingesta después de la operación, le sentó peor que un veneno. Han vuelto a quitarle los líquidos. Dicen que rectificar es de sabios, aunque realmente los sabios no se suelen equivocar, para algo son sabios.
Ella sigue sin saber su verdadera enfermedad. Aunque ayer, un imbécil que debería pesar en canal más de ciento veinte kilos, se empeñará en, desde el quicio de la puerta, preguntarme delante de ella: 
-¿Qué tiene tu madre? -preguntó el tontucio.
- Ganas de irse al baile, como hace todos los sábados -le respondí.
- No, hombre, me refiero a su enfermedad -siguió insistiendo el idiota.
- Mal de amores. Su novio no ha venido a verla hoy - dije esquivando su impertinencia.
- ¿De dónde son ustedes? -preguntó de nuevo el menda.
- Somos de Murcia. Mi madre vive cuatro calles más allá -le contesté mirando hacia la ventana.
Tuve que pegar varios muletazos, a diestro y siniestro, para que el encefalograma plano se cansara y se fuera a la mierda para no volver. Luego me  percaté de que el tipo iba metiendo la nariz por todas las habitaciones y que las enfermeras estaban hasta el moño de él. Es el cansino de la tercera planta, dijeron.
Mi madre tose y eso le hace sentirse peor. Su intestino ha comenzado a moverse  y la tienen que cambiar muy a menudo.
El aparato que le dosifica los nutrientes, que le meten en vena, hace un ruido continuo cada treinta segundos. El hijo de la señora de al lado lee el Marca, mientras su madre duerme, pensando en limpiar la puerta de su casa de Archena y yo escribo.
En la parte trasera de la puerta de la habitación 328, que es donde ella está, hay una pegatina en la que un peluquero ofrece cortes de pelo a domicilio a cinco euros.
La tarjeta prepago de la televisión se ha acabado justo en el instante que Fernando Alonso aceleraba en su caballo rampante y la enfermera entraba a asear el cuarto con su carro renqueante.
Para mi la rutina hospitalaria es la misma rutina de todos los días. Mi madre, con toda seguridad, no pensará lo mismo que yo. En los hospitales, la paciencia manda y la impaciencia corroe.
Ahora, mi madre duerme. La señora de al lado mira al techo con resignación, mientras su hijo ronca,  como un búfalo, con el diario Marca encima de la cara. Quizás, soñando con los goles de Leo Messi o en el dulce juego del Atlético de Bilbao. 

viernes, 16 de marzo de 2012

Días de hospital


No sé la razón, pero me siento extraño al mirar por la ventana, desde la habitación del sanatorio donde mi madre esta convaleciente, y ver a los niños correr con una energía capaz de alimentar de electricidad una ciudad de tamaño medio.
La vida discurre a nuestro alrededor como un tren, incansable y desbocado, sin detenerse a esperar a nadie. El varapalo de la enfermedad de mi madre me ha golpeado, en las costillas y en la conciencia, como un latigazo o una descarga de pesimismo, o quizás, ya me encontraba predispuesto a ello.
El cáncer es la peste contemporánea. Si no tuviésemos los medios que tenemos hoy, posiblemente, cogeríamos a los muertos por las calles con carretillas y los tendríamos que arrojar en fosas comunes y tirarles encima sosa cáustica.
El patio de ese colegio esta rebosante de inocencia y vitalidad. Este hospital, desde donde miro, es un patio de moribundos, escombros de humanidad que luchan por aguantar un puto día más. ¿Y, para qué?
Los niños corren tras el balón, como los enfermos corren tras un poco más de vida. Los profesores corrigen y regañan a los alumnos. Los facultativos atienden a los enfermos. Un policía da paso a los peatones en un paso de cebra. Un hilo invisible une en mi mente todas las escenas.
El gotero libera lentamente su contenido. Miro caer las gotas, una a una. Me siento aturdido. Vuelvo a la ventana, los niños corren y corren. Su contemplación agudiza mi ansiedad. Salgo al pasillo del sanatorio y el deambular de las enfermeras y los familiares de los pacientes me aturden aún más. Mi madre me pide que le pase una gasa húmeda por los labios y lo hago como un autómata. Miro la bolsa del drenaje que está llena de un líquido viscoso de color parduzco. Miro la bolsa de la sonda de los orines. Hago lo mismo, sin saber para qué, con las bolsas de la señora de la cama de al lado.
Intentó leer un poco mientras mi madre duerme. El libro de Álvaro Pombo no consigue seducirme, o a mí no hay quién cojones me seduzca en este trance. Yo creo que ni Jennifer López me la pondría dura en este instante.
Un anciano, con su pijama hospitalario, camina arrastrando los pies por el pasillo agarrado a un gotero. Un joven, con los pantalones cagados, pasa agarrado a una quinceañera, que arrastra los pies, mientras le muerde en la oreja. Una monja pasa, arrastrando los pies, con el rosario en la mano. En la habitación de enfrente a un hombre le falta un pie. Un gorrión se ha posado en alféizar de la ventana y, curiosamente, le falta una pata.
Mi madre me pide ayuda para ponerse de costado. Le duele el cuerpo de estar tanto tiempo en la misma postura.
Así son mis días en el hospital. Para mi madre son mucho peor, aunque parezca lo contrario.

domingo, 11 de marzo de 2012

La novela inconclusa


Mi novela, de serlo algún día, vive secuestrada en un documento word que tengo en mi portátil. A veces, me despierto sobresaltado, a medianoche, pensando en que las cien páginas que llevo escritas se han borrado, de un plumazo, por arte de birlibirloque. En otras ocasiones sueño que, en cualquiera de mis viajes, me roban el portátil y, con ello, las andanzas de mis dos desgraciados maquis vuelven, para siempre, al limbo del que salieron. 
Me aterra pensar en eso pero, al mismo tiempo, soy incapaz de guardar ese archivo en un simple pen drive. Las personas somos contradictorias por naturaleza y yo el que más. Lo de escribir esa dichosa novela es, para mí, todo un reto: ¿Es qué no tendré yo capacidad -o cojones- para escribir una novela? Si llevo escritos más de quinientos relatos, sin saber escribir, también debería ser capaz de escribir una novela aunque tuviera que contratar a alguien para que me la corrigiera. Los correctores también tienen derecho a vivir.
En realidad, he decidido darme una tregua con ella. He dejado sesteando en una pensión, al único guerrillero que he dejado vivo en la novela -al otro, lo he matado de un infarto mientras pescaba en la orilla de un riachuelo- y así quizás, sin que yo lo sepa, este tenga tiempo de coquetear con su viuda propietaria. Seguro que después de estar tantos años escondido por el monte ya tendrá ganas de echar un buen quiqui.
Ese mundo imaginario que metí en ese dichoso word se me aparece, continuamente, para tocarme las narices. En ocasiones, mientras voy en un avión de Ryanair, los personajes me acosan diciéndome cosas como: escríbeme una escena de sexo explícito con la viuda, no seas ñoño; déjame que vuele el dichoso cuartel por los aires de una vez; creo, Pepe, que te falta algún personaje de más carácter; o tienes que meter más acción y aumentar el ritmo. Menos mal que, en estos casos, la corneta que anuncia la llegada al aeropuerto de destino, provocando los aplausos y las sonrisas del personal que se atreve a volar en tan singular compañía, me devuelve a la realidad, haciendo que se recojan mis cansinos personajes y se vuelvan a su archivo, sin rechistar, al mismo tiempo que yo me hago con mi equipaje de mano de menos de diez kilos.
Todo lo que vamos dejando inconcluso en la vida se nos convierte en una herida mal curada que nos supura cada dos por tres.
Tengo unas ganas locas de poner orden dentro de ese archivo informático, antes de que, en ese otro submundo paralelo, se arme la marimorena. 
Creo que no descansaré a gusto hasta que la termine.

martes, 6 de marzo de 2012

La Conservera y el avestruz



El domingo en la mañana, aprovechando el fantástico día luminoso que amaneció, fui a que el arte contemporáneo se apoderara un rato de mis neuras.
La terapia la llevé a cabo en La Conservera, un espacio de arte muy avanzado, al que, desgraciadamente, no va ni Dios. Aunque, dicho sea de paso, a mi me fascina deambular en solitario por sus salas, ya que, en ocasiones, me siento parte de la performance y hablo con las obras, en plan colega, sin que nadie me tome por el loco que soy.
El arte y las masas no casan bien y menos aún en Murcia, donde el arte, para muchos de mis conciudadanos, es algo así como un satélite del planeta Júpiter, bueno, esto suponiendo que la gente supiera lo que es un satélite, e incluso si supieran lo que es Júpiter.
Pero, basta de críticas. No me he levantado hoy con la intención de vapulear a nadie: ¿O sí?.Lo que yo quería era felicitar a una artista de Ávila, llamada Saelia Aparicio, que aunque el corrector automático de mi pc dice que está mal escrito, yo creo que se escribe así, más que nada porque en la web de La Conservera   http://www.laconservera.org/ así viene escrito.
La instalación de esta mujer creo que no dejará indiferente a nadie. Según mi personal y humilde interpretación, la artista abulense nos intenta trasmitir con un lenguaje de escombros, miserias y muñecos, la ruina en la que se ha convertido nuestro exclusivo y caducado paraíso terrenal. En el paisaje que nos presenta en Ceutí (Murcia) nos aparecen personajes en diferentes actitudes humanas ante la hecatombe en la que se ha convertido el día a día para muchos millones de personas. Ahora sufrimos en el primer mundo lo que antes sólo padecían en el tercer mundo y, ante ello, todos escondíamos la cabeza como las avestruces. Vamos, que lo que dice Saelia, con su obra, y lo que dicen millones de personas en las calles tienen mucho en común: Esta todo hecho una mierda.
En la imagen, una mujer mete la cabeza entre un montón de cristales, como un avestruz y un señor aparece entre un escombro, como si el mundo se le hubiese venido encima.
Lo de esta artista es digno de admirar. Lo de los directivos de La Conservera tres cuartos de lo mismo. Aunque, sigo insistiendo en que, para popularizar este espacio y muchos otros infrautilizados y sobredimensionados en costes, habría que crear, de forma paralela y complementaria, una sala destinada a autores locales noveles, mediante un proceso continuo y transparente de selección. Esto, sin duda, aumentaría el flujo de visitantes y rentabilizaría mucho más las instalaciones.
El arte se magnifica cuando, desde las élites, es capaz de trasmitirse y acercarse  al resto de la sociedad. 
Enhorabuena a Saelia y a la dirección de La Conservera.

sábado, 3 de marzo de 2012

Ejemplo de vida



Casi cien años. Se dice pronto. Mi abuela Mercedes los tiene bien puestos. No es capaz de correr los cien metros lisos pero su cerebro está más ágil que algunos con treinta. Esta semana está ingresada en el hospital por una complicación respiratoria; a esas edades un simple resfriado puede derivar en una infección con terribles consecuencias.
Cuando me avisaron casi me da un soponcio. A la mañana siguiente fui al hospital y ella aún dormía con su mascarilla de oxígeno puesta. No pude contener las ganas de besarla y acariciarla como miles de veces ella me besaba y acariciaba a mí de pequeño. Tal arrebato de cariño terminó por despertarla y se alegró mucho de verme allí. Me dijo cuanto me quería y lo malica que había estado, pero enseguida, viéndome afligido, me dió ánimos diciéndome que ya se encontraba mejor y que estaba deseando que le dieran el alta para irse a su casa.
Acto seguido se preocupó de como estaba la señora de la cama de al lado. Su  compañera de habitación tiene ochenta y un años y mi abuela va para noventa y ocho, pero pareciera que fuera al contrario. Le da instrucciones a su cuidadora. A mi abuela le fascina que su vecina de cuarto hablé mientras duerme, y más cuando la cuidadora nos confirmó que ve alucinaciones. Eso a mi abuela siempre le ha encantado. Ella hablaba con una tía suya solterona que murió en nuestra casa, cuando yo era pequeñajo. La pobre era chepada, y después de muerta, venía a visitar a su sobrina muy a menudo. Según mi abuela, a la muerta le gustaba sentarse a los pies de su cama y darle conversación. 
Mi abuela tiene calor. Está destapada sobre la cama y lleva un camisoncito rosa que le sienta muy bien, aunque se le sube para arriba dejando al aire unas piernas menudas que conservan aún, en cierta medida, una piel tersa y brillante.
-Si mi marido me viera así se asustaría -dijo mi abuela Mercedes.
-Y eso por qué, abuelica -le pregunté
-Hijo mío, el pobre se fue al otro mundo sin verme desnuda, y mira como estoy aquí. Y eso que tuve ocho hijos y dos abortos -respondió sonriendo.
-Por cierto, Pepico: ¿Cómo quedó el Barsa este fin de semana? -preguntó ella.
-Ganó, abuela -le respondí.
-¡Qué bien!, pero yo creo que este año no gana la liga, son muchos puntos los que le lleva el Madrid. Lo siento por Guardiola, es tan guapo y tan elegante. ¡No como el del Madrid, que tiene la mala sombra a capazos! -exclamó mi abuela.
Mi padre, al que le gusta mucho hablar, no le deja escuchar a la señora de al lado que ha comenzado a hablar de nuevo mientras duerme.
- ¡Calla, Pepe! A ver lo que dice esta mujer. ¡Hablas más que un sacamuelas!-le recrimina mi abuela a mi padre.
Los intentos de diálogo de la durmiente suenan como susurros o lamentos. No se alcanza a entender absolutamente nada.
-Pobrecita. Esta mujer habrá sufrido mucho -dice mi abuela.
-También padece de terrores nocturnos -responde la cuidadora.
-¡Ay, Dios mío! Pobre mujer- exclama mi abuela.
Yo me despido de mi abuela, sintiéndome, una vez más, afortunado de ser su nieto. Me recordó, antes de marcharme, que el otro día estuvo en su casa un cura, que es muy majo, a darle la comunión y ofrecerle la posibilidad de confesarse, y ella le dijo: Buen hombre, ¿Qué pecados puedo tener yo, si no le he hecho nada malo a nadie en toda mi vida?
En el coche, rumbó al trabajo, no podía de dejar de pensar en lo que representa y representará siempre mi abuela para mí: un ejemplo de vida, de lucha y de equilibrios fundamentados en valores como la humildad, el respeto y la entrega a los demás.
Así es muy difícil pecar. En el fondo, creo que admiro tanto a mi abuela porque mi sueño, mi único y colosal sueño, es llegar a ser como ella: una persona sencilla y honesta. Lástima que nos estemos quedando sin referentes.