sábado, 25 de febrero de 2012

No hubo manera


Hoy escarbé en mis cajones en busca de respuestas. Últimamente ya no me satisface tanto como antes. Quizás mis cajones se hayan convertido, sin darme cuenta, en un pozo ciego colmatado de detritus, o algo así como un banco sin recursos que prestar, repleto de papeles inservibles, banqueros ignominiosos y giros devueltos.
Creo, como diría mi psicólogo argentino -si lo tuviera-, que mis collages representan para mí una forma de comunicación subliminal e inconsciente hacia un sujeto desconocido. Surgen de la impronta de la inspiración, pero, en el fondo, representan intimidades de difícil interpretación.
Para ponérselo complicado a mi psicoanalista y enredarlo con mensajes indescifrables, realicé el año pasado este collage, que lleva por título:"No hubo manera" como se podría haber llamado, perfectamente también: "La chica de las tres sardinas saladas".
El hecho de que acabara llamándose: "No hubo manera" tiene, con toda probabilidad, connotaciones derivadas de la impotencia y la frustración que vivo, y que se vive, en el momento actual. La bella mujer representa, en cierta medida, al objetivo: sexo y comida -seguridad-. La mano que intenta alcanzarla -necesidad-. Los hombres esperando su turno -ansiedad-. Y por último: las palabras en checo, que ni Dios entiende, representan, sin duda, esas claves anticrisis -económicas o personales- que no acertamos a encontrar -incertidumbre-.
El collage, en cierto modo, es un jeroglífico contemporáneo. 
Últimamente, mientras deambulo de aquí para allá como pollo sin cabeza, me consuelo pensando  que soy la reencarnación de Tutankamón. 
Lo mio va a peor.

jueves, 23 de febrero de 2012

Los tesoros de Georgia











¿Donde coño queda Georgia? -me preguntaba todo el mundo a mi regreso. 
- En la quinta leche, les respondía yo.
Efectivamente, Georgia está donde Cristo perdió la alpargata. Encima justo de Turquía. A tiro de piedra de Irán, bañada por el mar Negro. Allí donde siempre estuvo, por mucho que, entre unos y otros, se empeñaran en que no estuviera. Pero ahí está. Resistente, desafiante y orgullosa.
Los georgianos son un pueblo unido, profundamente religioso e increíblemente hospitalario.
Mi llegada a Tiblisi o Tiflis, como prefieran llamar ustedes a su capital, no me brindó demasiado tiempo para actividades turísticas; tan sólo un paseo, a paso ligero, para contemplar su casco histórico y monumental -muy bien iluminado, por cierto- pero sin poder profundizar demasiado entre las callejuelas de piedra de esta antigua ciudad fundada en el Siglo V por algún rey, del cual, seguro que me dijeron su nombre pero que no recuerdo en absoluto.
Lo que si hicimos, para mi regocijo, fue ir a cenar a un restaurante típico llamado "Europe". Espectacular. Es que no se me ocurre otra cosa que decir. La cocina georgiana es una mezcla de culturas gastronómicas. Sus sabores conjugan el exotismo de oriente, la contundencia de la cocina del norte de Europa, con toques mediterráneos e incluso árabes. Es, sin duda alguna, un cocina donde cualquier arqueólogo podría encontrar vetas y reminiscencias de cocinas de numerosas culturas del planeta.
Ni que decir tiene que la comida siempre ha de ir acompañada del excelente vino georgiano, que rivaliza con el armenio para ostentar el título del vino más antiguo de la tierra.
Pero en Georgia, comida y vino van asociados, irremediablemente, a la música y al baile.¡Cuánto baila esta gente! y lo que les gusta cantar ¡es alucinante!.
Después de la cenorra y el vinillo nos esperaban casi cuatro horas por carretera hasta la ciudad de Kutaisi, que hace siglos ostentará el título de capital de este enigmático y desconocido país. ¿Dónde dices que esta Georgia?
Este viaje de trabajo, a penas iniciarse, ya me estaba brindando muy buenas sensaciones.
A la mañana siguiente, junto a mi anfitriona Natia, me esperaba para darme un inusual recibimiento el cura ortodoxo de la parroquia a la que, territorialmente, pertenece la empresa a la que fui a visitar.
He de reconocer que, aunque soy más ateo que Lenin, la cara de ese cura, sonrosada y con barba, me inspiró mucha confianza.
Muy pronto, y antes de que iniciáramos las reuniones de trabajo, el cura se brindó a darme un paseo por toda la ciudad, a lo que, como pensarán ustedes, accedí encantado.
Así que en menos que canta un gallo, Natia, su cuñada Nancy, aquel cura bonachon y yo, nos montamos en su Mercedes y pusimos rumbo al centro de  Kutaisi. La ciudad esta un tanto desmejorada por el paso del tiempo y la falta de cuidados, pero en los últimos años se está comenzando a recuperar su casco histórico y a restaurar sus edificios más emblemáticos.
Los curas, que tiran a las iglesias como las cabras al monte, hizo que "Mamao" que es como, cariñosamente, llamaban mis amigas a "su cura",  nos llevara de iglesia en iglesia y de reliquia en reliquia, hasta que llegamos a un pequeño pero precioso monasterio en lo alto de un promontorio, en el cual, por caprichos del azar, se estaban celebrando dos bodas.
Ese monasterio erigido en honor a dos santos mártires -perdonen que no recuerde sus nombres-, conserva como reliquias en una hornacina, sus dos calaveras. La gracia consiste o se adquiere, en este caso, en pasar por debajo de las calaveras donde se ha dispuesto un estrecho pasadizo por el que hay que pasar sin tocar los lados ni el techo -al menos te dejan pisar el suelo- si quieres conseguir que se te cumpla un deseo o un milagro. A estas alturas seguro que se estarán preguntando si me aventuré a pasar por el pasadizo, la respuesta es sencilla: no. No pasé, no por mi ateísmo recalcitrante, si no por mi conocida rigidez. Si me hubiese agachado para meterme bajo la hornacina, no hubiese necesitado un deseo, si no dos. Uno para ponerme de nuevo derecho y el otro. Así que como sólo conceden un deseo los santos mártires, me ahorre el paseíllo y como dicen en mi pueblo: ¡Virgencica, que me quede como estoy!
De las bodas, tan sólo diré que lo que más me gustó fue el escote de una de las dos novias y un grupo folclórico que cantaba y tocaba música tradicional a la entrada del templo, y, lo que menos, la cara de pena de la oveja que habían entregado a otro cura, a modo de pago u ofrenda por la boda, como suele ser habitual por aquellos andurriales. La oveja balaba como si la fuesen a matar, de lo asustada que estaba la pobrecita, ante tanta audiencia.
Después de la ruta religiosa, comenzó nuestro trabajo, el cual consistió en una presentación de nuestros productos cosméticos a un numeroso grupo de estilistas georgianos. Lo bonito de este trabajo es que permite conjugar la actividad comercial con la educativa y encima viajo por muchos países y me pagan. Soy la envidia de medio mundo. Me siento un hombre muy afortunado.
Una vez finalizado el trabajo nos obsequiaron con una estupenda cena en la que la comida, el vino, la música y el baile, me hicieron pasar una magnífica velada a la que tuve que responder, para no parecer un huevo sin sal, dedicándoles a todos los asistentes, micrófono en mano, unas cuantas canciones del repertorio que manejo para estos casos.
La última noche, antes de mi regreso, me invitaron a visitar una enigmática casa en una ladera de la ciudad de Kutaisi. Según me habían contado en ella se guardaba una enorme colección de antigüedades procedentes del expolio que sufrieron los palacios de los zares y el museo del Hermitage, en algún momento de su historia no determinado. También me recordaron que Stalin, a modo de insinuación, era georgiano, y que eso facilitó, por aquella época, el hecho de que muchos georgianos adquirieran puestos de relevancia que permitieron la llegada de estos tesoros "extraviados" a estas tierras tan lejanas. Por estas razones o por otras, más inconfesables, la casa se encontraba a rebosar de grandes muebles, pinturas, esculturas, cerámicas y joyas cuyo valor en el mercado actual sería muy difícil de calcular. Basta decir que hace un año, un extranjero, compró un enorme reloj de pared en cincuenta mil dólares. 
Lo peor de este viaje ha sido el poco tiempo que he podido disfrutar de este increíble país y su maravillosa gente. Me quedo con las ganas de visitar el Mar  Negro, sus montañas, sus pequeñas y recónditas aldeas, y sobre todo, poder seguir disfrutando de unas gentes tan alegres y hospitalarias.
Si algo grande hay en este país eso es su gente.

domingo, 19 de febrero de 2012

El piano de Kiev



Lo primero que me llamó la atención de aquel apartamento de la señora Ludmila, ubicado frente al céntrico y lujoso hotel Premier Palace de Kiev, fue un enorme e inquietante piano. Como eran las dos y media de la madrugada tampoco reparé más en él y me fui a dormir con unas ansias locas de recobrar el calor corporal perdido. Los veinte grados bajo cero, sin duda, trastocaron, y mucho, las capacidades de adaptación climática de un viejo y achacoso mediterráneo como yo por aquellas gélidas tierras ucranianas.  
Al día siguiente, antes de salir a trabajar, embutiéndome en todo tipo de prendas alpinas, dispuesto a comerme Kiev, me di cuenta de la elegancia de aquella vivienda, ahora de alquiler, y que antaño, seguro, albergó a alguna familia de postín de la época comunista. Contradicciones de la vida, ya que ahora acoge, continuamente, a empresarios de medio mundo que vienen  aquí atraídos por un enorme y dinámico mercado en continuo crecimiento, al compás de la batuta del capitalismo, y quien sabe si, todavía aún, bajo la tutela de algún comunista trasnochado cuyos pies descansan en Moscú manejando invisibles hilos imperialistas por las antiguas repúblicas socialistas soviéticas.
Al regresar a la casa, aquel piano volvió a reclamar mi atención. Levanté, con curiosidad, la tapa que cubría sus teclas. Me entristeció ver como algunas de ellas se encontraban partidas y mudas, de tal forma que la nostalgia que me provocaba aquel colosal instrumento musical se vio acrecentada de ipso facto. Debajo de la tapa llevaba escrita, con unas letras doradas preciosas, la palabra Meklenburg, lo que me provocó unas enormes ganas de averiguar algo más de la procedencia de aquella instrumental reliquia.
Rápidamente, haciendo uso del moderno oráculo de google, descubrí que Meklenburg es una ciudad alemana que, por los repartos caprichosos de la postguerra, quedó bajo los designios del eje comunista, en la extinta RDA, mal llamada República Democrática Alemana. En esa zona por el 1875 se fabricaban más pianos que en ensaimadas en Mallorca. Así que imaginé, sin venir a cuento,  que para que este piano Meklenburg número 2265 acabará en Kiev, después de dos guerras mundiales, tuvo que correr toda suerte de peripecias y traslados.  Tras todos esos fatídicos acontecimientos, de los que fue testigo aquel piano, el hecho de que tan sólo tuviera tres teclas cercenadas, tenía un mérito incuestionable. Sin duda ese piano es todo un  ejemplo de supervivencia. Algo así como un celacanto de madera contrachapada.
A veces nuestras vidas son como la de este precioso piano. Comenzamos dando enormes conciertos, con el mundo rendido a nuestros pies, y al final, acabamos en un rincón maltrechos y olvidados después de haber dado miles y miles de tumbos por la vida, superando grandes batallas y, en algunos casos como el mio, por medio mundo.
Hoy, en Kiev, me sentí -por mis reconocidos excesos de empatía- como este viejo piano, aunque suena muy presuntuoso por mi parte; más bien me reconocí como un viejo organillo de feria. Solo, luchando contra el frío, la incertidumbre, la nostalgia y, sobre todo, contra mi mismo. Las luchas interiores son, casi siempre, las más perras.
Tanto en los pianos como en las personas la música va por dentro.

viernes, 10 de febrero de 2012

Modesto homenaje a Antoni Tàpies




Hace unos días murió uno de los grandes maestros del arte contemporáneo español, como fue el catalán Antoni Tàpies. Mucho se ha dicho y se seguirá diciendo de este gran artista, pero entre todas las cosas que ha brindado Tàpies al mundo del arte ha sido, sin duda, poner en valor a los autodidactas. Él lo fue.

Los autodidactas, últimamente, son personas devaluadas por el simple hecho de no proceder de los círculos artísticos oficiales y por emanar, su obra, de lo más recóndito del ser humano: la inquietud y la necesidad de expresarse mediante las capacidades plásticas, ya sean estas innatas o adquiridas.

Tàpies acuñó un lenguaje muy personal e intimista, en el cual, los volúmenes y las texturas eran una parte importantísima de su propio discurso. Buscó y alcanzó la tridimensionalidad sobre el lienzo dominando, como nadie, lo alegórico y lo místico.
Su obra, convertida desde esta semana en pasado, nos aportará para siempre un lenguaje que muchos otros artistas, inclusive académicos, utilizarán para llegar a nuevos caminos y nuevos lenguajes pictóricos. 
El arte, mal que le pese a muchos artistas obtusos, es una carrera incesante de relevos. Desde las primeras pinturas de las Cuevas de Altamira -realizadas  por extraordinarios autodidactas en taparabos- hasta la pintura del genial Tápies, todo ha sido un suma y sigue. El arte, por consiguiente, es como la energía: no se crea ni se destruye, tan sólo se trasforma, y es en esa mágica transformación en donde interviene el granito de arena que aporta, individualmente, cada artista.
Ahora Tàpies nos ha entregado su testigo, ha dejado de correr en esta carrera de obstáculos que es la vida, para descansar para siempre. Él ha dicho todo lo que tenía que decir aunque su obra seguirá hablando eternamente. Los que nos quedamos aquí, admirándole, somos los que tenemos que darle continuidad a su discurso, seguir tirando de ese hilo mágico e invisible del que tiró él durante tantos y tantos años.
Descanse en paz, maestro.
Hace muchos años hice esta escultura inspirándome en su obra. Vaya desde aquí este modesto y sentido homenaje.

martes, 7 de febrero de 2012

Lo mejor del Carnaval de Beniaján 2012


Tengo que reconocerlo, soy un fanático de Las Rubias de Bote, sin duda alguna, la revelación del IX Certamen de Chirigotas de Beniaján en Murcia.  Para  quien no conozca a esta huertana población les diré que es una de las escasas pedanías, de esta hipotecada ciudad, donde aún no hay piscina pública. Eso sí, el cartel lleva varios años puesto a la entrada del pueblo. Al menos voluntad se les ve a estos grandes e ilustres políticos de la hormigonera y el botijo. Un poco lenta, pero voluntad de la buena.
Las Rubias de Bote me conquistaron hace unos días con uno de los recursos más en desuso en este tipo de certámenes: la humildad. Tengo claro que no cuentan con las mejores voces, ni la mejor coreografía, ni el mejor vestuario, ni tan siquiera las mejores letras, pero cuentan con una ilusión como la copa de un pino y eso lo saben trasmitir al público divinamente. Y llegué a la conclusión, el día que les vi actuar,  de que son capaces de trasmitirles muchas sensaciones a los espectadores porque, precisamente, son a ellos, únicamente a ellos, a los que les interesa agradar.
Son, estas hermosas y lozanas rubias, una escisión de una escisión, o lo que es decir, son los restos "orgánicos" de la lucha fratricida entre amigos de toda la vida. Una lucha que se inició por buscar una calidad, para conseguir no sé que gloriosas metas y laureles, pero que lo único que logró, a la postre, fue crear una brecha y un doloroso cisma en una agrupación maravillosa que se llamó y se llama aún, La Chirigota de Beniaján y que era la admiración y el orgullo de toda la Costera Sur y, si me aprietan, de toda Murcia.
La Chirigota de Beniaján comenzó a desmerecer cuando intentó ser el Barsa de las Chirigotas y dio comienzo a una serie de fichajes estelares de renombre y dilatada trayectoria chirigotera. Pero después de muchos partidos y mucho actuar, el mayor logro ha sido, al fin y al cabo, el nacimiento espontáneo de nuevas chirigotas o, como es el caso de Las Rubias de Bote, un fabuloso cuarteto con la genialidad del que actúa a base de corazón y pundonor. Siempre se ha dicho: no hay mal que por bien no venga.
Las Rubias de Bote fueron al Certamen de Chirigotas de Beniaján lo mismo que el Club Deportivo Mirandés a la Copa del Rey de Fútbol.
Ciertamente no son los mejores, pero bajo mi modesta opinión son la  agrupación chirigotera revelación del Carnaval de Beniaján 2012.
Y si es mentira, que sea.
¡ Aúpa las rubias! ¡Sois unas frescas!

domingo, 5 de febrero de 2012

De nuevo a sembrar



Hoy, nuevamente, me enfrento a mi pasión de ayudar a mis clientes a descubrir su auténtica potencialidad. Me siento como el agricultor que, temporada tras temporada, siembra su huerto con las mejores intenciones. Siempre, como la propia vida, en un continuo volver a empezar.
Los habrá que vengan a la formación de fin de semana con la intención de pasar un rato agradable en compañía de otros colegas. Otros vendrán con la intención de pegarse una buena fiesta de desahogo, y los habrá también, afortunadamente,  que vayan a la formación con la necesidad y la inquietud de aprender.
No hay varitas mágicas para llevar bien una pequeña empresa. Todo depende de nuestras ilusiones. Hemos de estar ilusionados con nuestros colaboradores, con nuestro servicio, con nuestro local, con nuestros clientes e inclusive con nuestros proveedores. La ilusión es un potente motor a través del cual podemos conseguir gran parte de nuestras metas.
Aquí nos enfrentamos con uno de los problemas más habituales. Hay mucha gente sin metas, sin objetivos y, por tanto, sin visión de futuro.
Las metas son básicas para la vida. Nos marcan el camino y nos dictan las necesidades para llegar hasta ellas. Si no existen esas metas o esos objetivos el devenir diario se torna monótono y sin sentido. Si lo que queremos es subsistir, sin pena ni gloria, pues genial, adelante. Pero si, por el contrario, lo que pretendemos es mejorar cada día y disfrutar creciendo personalmente y profesionalmente, pongámonos metas y unos adecuados objetivos para alcanzarlas.
Ser mejor persona y mejor profesional cada día es un gran sueño. Para alcanzarlo no hay que plantearse tiempos, cada cual tiene los suyos, pero hay que querer lograrlo. Todo es susceptible de  ser mejorado si nuestro reto cada día es la calidad. Los clientes se reproducen y se fidelizan de manera proporcional a nuestro esfuerzo en la lucha por la calidad. A mayor esfuerzo en calidad más y mejores clientes. A menor esfuerzo en calidad, menos y peores clientes. 
Hoy, nuevamente, iniciamos un camino. El agricultor prepara su huerto para una nueva cosecha. Ya todo es cuestión de hacer lo que hay que hacer. Yo soy un apasionado y ferviente admirador de la agricultura tradicional, la que se trasmite de padres a hijos.
Esos geniales agricultores, ahora tan devaluados, saben perfectamente que todo lleva su tiempo, que todas las tareas son necesarias e insustituibles, que no existen atajos si lo que queremos es lograr una buena cosecha, que nos haga sentirnos orgullosos de nuestro esfuerzo y sentir la admiración de nuestra familia y de nuestros vecinos. Las raíces, en la agricultura o nuestro negocio, son las mismas. Todo dependerá de nuestro esfuerzo y nuestra ilusión.

sábado, 4 de febrero de 2012

Perversiones sexuales en Chicago


No, no se vayan a pensar que me he ido a Chicago a chingar. Nada que ver. En realidad lo que he hecho ha sido algo bastante más sencillo y económico, ir al teatro. Por mucho que me pese, he de reconocer que no voy mucho al teatro, no pretendo dármelas aquí de progre intelectual. De hecho, si recorren las más de doscientas y muchas entradas de este blog magazine, verán que es la primera referencia teatral que he atrevido a comentar. Pero esta obra merece la pena. No conocía de nada a su autor, un tal David Mamet, pero de lo que no hay duda es que este hombre es un cachondo mental al que le van más las tías que a un tonto un lápiz. Debe ser algo así como un discípulo de Bukowski, al que había que echar de comer -y de beber- a parte.
No,no se vayan a pensar, tampoco, que David Mamet es el único hombre al que le gustan las tías en cantidad, no es eso. Como se puede apreciar a lo largo de la genial interpretación de los machos gringos de la obra: Fernando Gil y Javier Pereira, los hombres dedicamos más tiempo durante el día a pensar en echar polvos apoteósicos -con la vecinita de enfrente o con la cajera del Mercadona- que a reflexionar sobre los efectos de la crisis financiera.
Las mujeres son más soñadoras y más prácticas. Los hombres, por el contrario, somos más básicos: sólo tenemos una neurona activada -en forma de pene- y queremos morir hartos de intentar replicar a la especie humana y que esta no sucumba bajo ningún concepto. Y, claro, para esa gran lucha por la supervivencia de la especie, el hombre-pene tiene que estar pesando continuamente en follar, en un continuo sacrificio, no siempre bien entendido.
Las chicas de la obra: Úrsula Corberó y Cristina Alcázar lo bordan. La escenografía y la estética visual en su conjunto es correcta, aunque, quizás yo, por estar en la primera fila, y estar viéndoles las bragas a las actrices durante toda la función, recuerdo menos de la escenografía que de la lencería.
Perversiones Sexuales en Chicago, en la adaptación de Roberto Santiago y la dirección de Juan Pedro Campoy, para la compañia La Ruta Teatro, han hecho un buen trabajo. 
Mereció la pena la inversión de esos doce euros que costó la entrada. Una buena obra a un precio muy adecuado. Acorde a los tiempos que corren. Sonrisas a bajo coste.