viernes, 30 de diciembre de 2011

Escultura dividida




Para mi la escultura es una forma de expresión muy asociada a mi devenir más cotidiano. Hago cosas que me atrevo a denominar esculturas, aunque, posiblemente, sean una mierda más grande que el sombrero de un picador. Sin embargo, en su simplicidad y plasticidad encuentro significados que van muy ligados a sensaciones inconscientes. Durante el proceso creativo y, muy especialmente, tras su terminación, la propia obra es capaz de trasmitirme un mensaje secreto e imprevisto, que nada tiene que ver, en muchos casos, con el que percibe cada espectador, ni con el que yo mismo, a priori, esperaba.
Estoy seguro que ,para mucha gente, esta escultura que hoy asomo a mi blog - y que acabamos hace unos días- representará la de-construcción de una mesa. Otros verán un objeto inquietante e inútil. Habrá gente a la que le guste y habrá personas que se partirán el culo de risa nada más verla.
A mí, personalmente, me ha ido conquistando con sutileza desde que la acomodé en mi sótano. En él, ha sabido adaptarse con rapidez a un entorno húmedo y frío. Solidariamente esta compartiendo el espacio frente a otras esculturas desconocidas con las que, de momento, parece llevarse bien.
La notó sentirse especial, quizás por que se ha dado cuenta de que en la última semana he bajado un par de veces a observarla y a tocarla, mientras que al resto de sus compañeras ni les he prestado atención.
Esta seudo-mesa coja y partida por la mitad es como muchos de nosotros. Intentamos guardar la compostura, queremos que no se nos note mucho nuestra auténtica realidad y, sin embargo, millones de personas vivimos partidos por la mitad, desgajados y desequilibrados como esta obra.
Dividida y sin equilibrio, como nosotros mismos. 
Juzguen ustedes.
Posdata:
Busco espacio para exponer. Razón aquí.

domingo, 25 de diciembre de 2011

El centollo gallego


Entre todos los crustáceos cangrejeros que nos zampamos en navidad, sin duda, el rey de todos ellos es el centollo gallego, o centolla. Ambos están deliciosos, pero como en todo, en esto también hay disparidad de opiniones.
Mariano Rajahoy, probablemente, habrá comido centollo por ser un gallego de pro, como lo es mi cuñado Josiño, el cual aparece en la fotografía dándole al martillo y dejándolo bien arregladito para ponerlo en la mesa de Nochebuena.
Aconsejo que el vino que acompañe a la mariscada sea también gallego. Nosotros nos decantamos por un buen Ribeiro ya que el Albariño, últimamente, da un dolor de cabeza de padre y muy señor mío. 
Para esta legislatura deberíamos de plantearnos falar galego en privacidade, si lo que queremos es medrar en el asunto político. Yo tengo suerte y con mi cuñado, voy a entrenarme, para no quedar descolgado de este nuevo orden nacional. Le he pedido a los Reyes Magos de Oriente una gaita galega, para que quede patente mi galleguismo tradicionalista, que es muy distinto al galleguismo rojeras, ya que, estos últimos, no se van a comer una centolla durante esta legislatura.
El ser gallego en latinoamérica no esta bien visto, de hecho, hubo sus más y sus menos con la descripción que sobre la palabra gallego aparecía en algunos diccionarios, sobre todo en Costa Rica, donde la palabra gallego es sinónimo de tonto. Pues señores de Costa Rica, ustedes están muy equivocados, los gallegos no tienen un pelo de tontos. Para los mexicanos, todos los gallegos se llaman Venancio, son los protagonistas de los chistes , los dueños de todos los moteles, donde va la gente a "coger" y de la mayoría de las tiendas de muebles.
Pensándolo bien, nuestro presidente es un poco como Venancio el de los chistes. No destaca por su destreza, ni por su agilidad, ni por su frescura mental, ni por su capacidad dialéctica. El pobriño tiene que leer hasta cuando reza de rodillas postrado ante Santiago Apóstol, por si pierde el hilo de su rosario y en lugar de rezar acaba recitando la lista de los reyes godos o la tabla del siete.
Su lengua viperina e incontrolable, afea mucho -bajo mi modesto entender- a un mandatario de su categoría. Imagínense por un momento, cuando en Bruselas, se siente con Angela Merkel y Nicolas Sarkozy y comience a sacarles la lengua mientras le recita, de su chuleta, la lista de los reyes godos. Quizás, el traductor, que casi siempre es un mexicano, pensará: este es primo hermano de Venancio "el de los chistes", seguro.
Es de chiste -me ha sorprendido mucho por su origen gallego- que haya  puesto Mariano Rajahoy a un zorro a cuidar el gallinero. Eso en Galicia no lo hubiera hecho nadie, por lo que pienso que ha debido de ser un gesto humorístico, por su parte, para animarnos las pascuas y hacerle la competencia a José Mota. Que un directivo de Lehman Brothers vaya a dirigirnos la economía es un chiste de Venancio de los mejores que haya escuchado en mi larga andadura por México en los últimos trece años.
Me he preguntado varias veces, desde que sufrí el ataque de risa, hasta este momento que les escribo: ¿Quién habrá aconsejado a nuestro carismático Líder semejante desfachatez? 
Esta noche, en casa de mi cuñado viendo la importancia que para los gallegos tienen los centollos, no he podido dejar de imaginarme a Mariano Rajahoy, el día de la gran decisión, consultando con el centollo, como Shakespeare hacia con su calavera:

-¿Qué hago, centollo? ¿Nombro a De Guindos o no lo nombro?
 La calavera-centollo, haciéndole un guiño, le respondió.
-¡Nómbralo, Mariano, con dos cojones! 

Y así, de ese modo tan poético, a la par que suficientemente meditado, fue como el centollo, primo hermano del que mi cuñado Josiño nos preparó ayer, traicionó a Mariano Rajahoy y lo dejó en evidencia delante de todas sus fervientes huestes.
Tras una semana de mandato, ya anda mucha gente pensando si nuestro nuevo adalid no se habrá caído de un guindo.
Sin duda, todo esta por ver.
   

sábado, 24 de diciembre de 2011

Recorriendo instantes




Cuando hace casi dos años inicié, casi sin saber para qué, este blog, le puse de nombre, también sin pensarlo demasiado: Mi vida en fotos.
Si lo pensáramos un poquito, nuestra vida es una sucesión de momentos, que en ocasiones congelamos mediante una cámara de fotos o, en la mayoría de los casos, tan sólo guardamos en nuestra mente y allí se conservan frescos o los borramos de nuestro disco duro, sin más, para siempre.
Perfectamente este blog podría haberse denominado: Mi vida en collages, o Recorriendo instantes, que resultaría, inclusive, más poético, pero el bautizo se hizo sin pensarlo demasiado y así se llama este rollizo niño.
Un collage es un híbrido entre una foto y un dibujo; un mestizaje artístico cuestionado por los puristas y valorado por los vanguardistas. Todo lo nuevo se cuestiona. Los planteamientos innovadores y arriesgados hacia la evolución cuentan siempre con las guardias pretorianas que intentan bloquearlos y aplastarlos, con métodos que van desde la crítica ácida y corrosiva, hasta la más burda burla bufonesca.
La evolución es como un vehículo que no tiene freno de mano, tan solo cambio de marchas. A ritmo lento, cuando intenta pasar desapercibida, o a galope tendido provocando mareas humanas, primaveras árabes o movimientos mundiales de indignados.
Lo bonito es eso, la evolución,los pensamientos nuevos. La frescura de las ideas es tan necesaria como la frescura de los alimentos. Cuando nos tenemos que tragar una idea pasada de fecha, con toda seguridad, la digestión se nos tornará pesada y terminará por irritarnos el colon.
Pero volviendo a mi irreductible afición por el corta y pega, sin photoshop, quiero centrar el tiro de esta entrada en el valor de ir acumulando, en nuestro haber, millones de instantes vividos. Ese recorrido de instantes  que es nuestra vida, en ocasiones, la consumimos habiéndola titulado, sin pensarlo demasiado, como ocurrió con este blog, y luego arrastramos nuestro estigma para siempre. Dicho de otro modo, los errores se pagan.
Cada instante que vivimos es una humilde y sencilla maravilla, un auténtico regalo, sin cajita roja y sin lazo, que no disfrutamos por la única razón de que no lo reconocemos como tal. La vida en si misma es un auténtico regalo, una colección de instantes y experiencias que quedan plasmadas en fotos, las menos en collages y, todas las demás, conforman el verdadero tesoro inmaterial que vamos acumulando a lo largo de nuestra existencia.
En el fondo, ese inconsciente itinerario viene condicionado por el valor y el humanismo de quienes nos acompañan en nuestro camino. Dice un refrán popular: Dime con quién andas y te diré quién eres.
Gracias por haber compartido conmigo este instante. Lo recibo como un enorme y valioso regalo.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Conexión emocional




Días atrás me reuní con mi equipo para engrasar nuestras neuronas y prepararlas para el chaparrón que se avecina el próximo año en nuestro país e inclusive en la Comunidad Europea.
Cualquier entrenamiento es poco para intentar desafiar a las inclemencias y a las turbulencias de esos mercados desbocados, que nos afectan tanto al bolsillo como a la mente, convirtiendo nuestro trabajo en una rutina incapaz de ilusionar a nadie.
Un equipo comercial que no es capaz de ilusionar es un equipo predestinado al fracaso, por tal motivo, una de las dinámicas de trabajo más interesantes que nos planteamos, en esa reunión, iba encaminada a conectar nuestro trabajo con nuestras emociones.
Un vendedor sin ilusiones es como un jardín sin flores. Un comercial que no transmite ideas, iniciativas y estrategias en como un tronco en alta mar.
Vender barato no es sinónimo de vender más. El precio no lo es todo. El cliente necesita encontrar un valor añadido a su decisión de compra más allá de obtener un 10% más o menos por un producto de similares prestaciones. Lo que realmente marca la diferencia es la actitud y las emociones que trasmitimos a través de nuestros planteamientos y sobre todo a través de nuestros comportamientos.
Tanto dicen de nosotros nuestras palabras como nuestros gestos. 
En la batalla psicológica que se ha convertido nuestro trabajo, sólo los que estén preparados para convertirse en el segundo motor de los clientes, conseguirán hacerlos despegar hacía un nuevo futuro.
El cuerpo a cuerpo será vital. Quién lo rehuya seguirá hundiéndose en la miseria y quién lo afronte con valentía se comerá el mundo.
Habrá, sin duda, que trabajar el doble, para ganar mucho menos. Deberemos estar más unidos y comprometidos que nunca y exigirnos cada día mayor esfuerzo, tanto físico como intelectual.
Nadie se mueve sin un proyecto. Nadie inicia un viaje sin un destino. Nuestros clientes están agazapados a la espera que alguien los movilice, desde la ilusión, para conseguir salir de un ostracismo que los tiene bloqueados tres años y medio.
Si no somos capaces de replantearnos nuestra oferta de ilusiones de nada nos servirá ni la calidad del producto, ni su fantástico precio, ni tan siquiera los suculentos regalos que podamos ofrecer.
Cuando nos sentimos enfermos, no basta para curarnos que nos apliquen  paños calientes, ni que nos suministren calmantes, ni que nos compadezcan con palabras de aliento, lo que realmente queremos es curarnos.
Las enfermedades de nuestros clientes son muchas y variadas. Habrá que realizar un buen diagnóstico en cada caso, y establecer una batería de medidas encaminadas a poder alcanzar una mejora sustancial de su situación.
Después, insistiremos en el cumplimiento adecuado de la medicación, y apoyaremos la rehabilitación de nuestro paciente-cliente siempre y cuando este nos demuestre su predisposición a querer curarse.
Los buenos médicos siempre tienen lista de espera en su consulta, a los malos médicos no los quiere nadie.
Entre todos los asistentes a esta última reunión llegamos a la conclusión de que tenemos mucho que ganar si trabajamos desde las ilusiones. La gente nos necesita más que nunca. Quizás, el simple hecho de sentirnos necesarios debería de convertirse en el combustible que necesitamos para seguir avanzando en esta lucha, en la que todo mi equipo se está dejando la piel.
Para afrontar la batalla final estamos reclutando valientes.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

A punto


¿A punto de qué? Podrían preguntarse ustedes. A punto de todo y de nada. Tan a punto de vivir como de dejar de hacerlo. A punto de ser rico y de ser pobre. A punto de marcharme o de regresar. Siempre estamos a punto de hacer algo y al final de mucho trajinar somos los mismos pero más viejos.
Este collage pretende representar esa incertidumbre vital en la que nos desenvolvemos a diario y me trae a la memoria, no sé por qué, algo que les voy a relatar:
Estaba a punto de salir de Costa Rica cuando me dejé en el lobby del hotel, aunque me gusta más dicho en "cubano", repito: me olvidé en la "carpeta del hotel" un exquisito libro titulado:"El mapa y el territorio" del escritor francés Michel Houellebecq, el cual, curiosamente, estaba a punto de terminar de leer y ya, pues ni modo. Allí se quedo.
Ese libro estaba a punto de atraparme entre fotos y mapas de la guía Michelín. Yo visualizaba la obra de ese convulso y tumultuoso artista, que hacía de protagonista de esa interesante novela, y  no podía dejar de sentir una cierta complicidad con él, debido a mi obsesión compulsiva a utilizar fotos y palabras para arrojarlo todo a la thermomix de mi cabeza y regurgitar, tras mucho sufrimiento, una papilla de ideas de padre y muy señor mío, que ni Dios entiende.
La creación esta a punto de convertirme en un ser distinto. Me esta reformulando a su antojo, de tal manera que, cuanto más me atrevo a crear, inconscientemente, lo que estoy es provocando mi propia metamorfosis. Esta sopa de letras que intento explicar, es como un bucle infinito del que no se si podré salir algún día. Mi vida es así de complicada. Vivo preso en libertad, atrapado entre mapas y billetes de ida y vuelta, en un vasto territorio dominado por mi creatividad, donde siempre estoy a punto de llegar a algún destino, pero al final, nunca llego a ninguna parte.
Me sucede también -no se si a ustedes les pase- que, cuando estoy a punto de acostumbrarme a estar en algún sitio es cuando estoy a punto de marcharme. 
La vida en el fondo debe ser eso. Sólo eso.

martes, 20 de diciembre de 2011

El Pirulí y Joan Manuel Serrat


Esta mañana en Madrid he recorrido la calle Marroquina con la finalidad de hacer tiempo, entre visita y visita, y me he topado, a lo lejos, con el Pirulí. Mirándolo, fijamente, me he dado cuenta de lo pequeño e insignificante que soy.
Hacía en la capital, a esa hora de la mañana, un frío considerable que me helaba las manos y la punta de la nariz; a pesar de que el sol aportaba una luz majestuosa, este no calentaba lo suficiente. Paseando me he encontrado con una amalgama de historias y de realidades. Un collage de humanidad a   modo de catálogo de procedencias, culturas, y religiones de lo más variopinto.
Me he fijado en una pequeña peluquería latina de nombre "Azabache". En un locutorio de donde salían mujeres musulmanas con la cabeza cubierta. En una mujer india o paquistaní, ataviada con un vestido de llamativos colores. En unos niños chinos que jugaban en la puerta de su tienda familiar, mientras una pareja de rumanos discutía, a grito pelado, en un portal. 
Mi deambular me convertía en un improvisado espectador de decenas de realidades cruzadas. Como si viviera una película en la que se fueran entrelazando historias, en principio inconexas, pero que al final, por los avatares del guión, terminaran conectando mágicamente. 
En ocasiones nos vemos grandes y diferentes, y este sencillo y solitario paseo por la calle Marroquina, me ha hecho reflexionar sobre la diferencia que existe entre lo que somos y lo que creemos que somos.
En esa foto congelada de esta mañana, a parte de una anciana que recogía la caca de su perro del suelo con una bolsa de plástico, me veo a mí mismo muy pequeño al lado del Pirulí. Mirándome al lado de todas aquellas gentes desconocidas, me veo uno más, con las mismas u otras frustraciones, con los mismo u otros problemas, pero con la misma necesidad de ser feliz.
Y he ahí la cuestión:¿Qué es ser feliz? Me preguntaba a mi regreso en el lujoso coche de mi empresa durante casi cuatrocientos kilómetros de tranquila y cómoda autopista.
Lo he pensado por activa y por pasiva, al derecho y al revés, y cuanto más me esforzaba menos respuestas convincentes encontraba.
Al final, me he liberado de la obligación de tener que teorizar sobre la felicidad, y me he puesto a pensar en cosas que me la producen. Mientras hacía ese listado mental, por fortuna, he puesto la radio en el preciso instante que le entregaban, en Radio Nacional, un premio por su toda su trayectoria artística a Joan Manuel Serrat, el cantautor ha terminado diciendo unas palabras increíbles, llenas de compromiso y sinceridad: "Este premio se lo quiero dedicar a lo público, se lo dedico a la enseñanza pública, a la sanidad pública y a los medios de comunicación públicos, con la confianza de que sean plurales, como lo es la sociedad, de que nos representen a todos, sin exclusiones, sin partidismos y sin ninguna cortapisa que deje a nadie fuera de la realidad de la sociedad".
Tras escuchar estas inmensas palabras, rápidamente, mi mente ha vuelto a replantearse, descontrolada, la misma pregunta: ¿Qué es la felicidad? Sin dudarlo, a la segunda, ya supe que responder: La felicidad es escuchar y poder aprender de hombres sabios como lo es el Señor Don Joan Manuel Serrat.
Como soy un llorica: lloré.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Abrumado por mis lectores y mis compañeros



Abrumado por mis lectores y por mis compañeros, me he venido arriba y amenazo con escribir y trabajar, al menos, cuarenta años más. Pensándolo bien, no encuentro nada tan gratificante como el reconocimiento a mis palabras y a mis pensamientos, a mis locuras y a mis frustraciones, y es que, como la mayoría de las personas, necesito del aliento de los demás para sentir que vale la pena lo que hago.
El reconocimiento al esfuerzo, una palmada en la espalda o una palabra de apoyo suponen, siempre, un reforzamiento y el impulso necesario para seguir avanzando en la gigantesca lucha del día a día.
Que mis escritos, pese a sus deficiencias, sirvan de estímulo o de distracción, a propios y a extraños,  es un pequeño orgullo que me hace sentir útil y me obliga a reflexionar y ejercitar mi creatividad continuamente.
Ese gimnasio mental, abierto veinticuatro horas, en el que estoy convirtiendo a mi mente, es, sin lugar a dudas, un refugio en el que, inconscientemente, me resguardo de las cosas que no acepto de la sociedad. Soy, lo reconozco, un ser extraño y en peligro de extinción. Huyo de los tópicos y me recreo en lo cotidiano y en lo sencillo en todo momento. Adoro a las personas honestas y humildes, y rechazo, sin ambages, a las personas previsibles y estandarizadas.  
La autenticidad es y será mi objetivo.
Gracias a mis lectores, de aquí y de allá, conocidos y desconocidos, especialmente a todos aquellos, que, de vez en cuando, se dignan a escribirme sus valiosas y emotivas reflexiones.
Esta navidad, Papá Noel me ha traído de la mano la venta de mi libro en amazon:http://www.amazon.es/Momentos-ida-y-vuelta-ebook/dp/B006GGG09M/ref=sr_1_1?s=books&ie=UTF8&qid=1324161124&sr=1-1  se vende exclusivamente en formato digital, y ojalá que pueda ser leído por mucha gente, aunque, en realidad, no tengo demasiada esperanza de que se convierta en un best seller.
Mi blog -que nada me cuesta- me esta haciendo rico. Cuando lo inicié no imaginaba lo mucho que me iba a aportar.


domingo, 11 de diciembre de 2011

Reuniones de fin de año


Desde que a finales de 2008 la crisis nos pegara de lleno, resulta más difícil encontrar argumentos para orientar y motivar a los equipos para que estos alcancen sus metas el año próximo. Del mismo modo, resulta complicado plantearse los mecanismos para calcular las previsiones del año próximo y esto, sin ninguna duda, supone un quebradero de cabeza que, en ocasiones, no es adecuadamente entendido por los demás.
Esta claro que los objetivos mínimos a conseguir vienen marcados por las necesidades de la propia compañía para salir adelante. No son estos, por tanto, una cifra caprichosa e improvisada, si no que viene marcada por los gastos generales de la compañía con la intención de obtener unos resultados mínimos para mantener su estructura con las mismas capacidades productivas, de innovación y desarrollo y de imagen de marca que nos mantengan a flote en este mar de tempestades que nos ha tocado navegar.
El problema interno, aunque menos ruidoso que la crisis misma, provocado por la falta de implicación de los colaboradores ante la situación actual, es un auténtico lastre que nos empuja hacia abajo, y que en ocasiones no abordamos con la suficiente rapidez y contundencia.
Muchos de nosotros, nos empeñamos en seguir trabajando con los mismos planteamientos que antes de la crisis y estos no funcionan en absoluto. Todo esta cambiando a nuestro alrededor y nosotros seguimos empeñados en no cambiar. Esperamos un golpe de suerte, un milagro o un efecto mágico que nos arregle el mes, o el balance anual, pero en el 100% de los casos, estos ya no se producen y terminamos el año con un déficit importante sobre nuestras previsiones. 
El año próximo no se vaticina mejor que este que nos encontramos finiquitando. Requerirá de nosotros más esfuerzo, si cabe, que los anteriores, ya que los clientes se encuentran agotados, desmotivados y faltos de ideas para afrontar esta crisis que se prolonga más de lo previsto y de un modo que, la mayoría de ellos, nunca había experimentado durante toda su trayectoria profesional.
Las personas cuando nos vemos inmersas en un gran banco de niebla o sumidas en la más absoluta oscuridad necesitamos una luz con la que guiarnos. Buscamos, desesperadamente, un referente para salir de esa angustiosa situación. Nuestras propuestas deben ser esos faros en la noche. Debemos convertirnos en promotores y en motivadores de nuestros clientes, aunque, desgraciadamente, eso sólo lo conseguiremos cuando seamos capaces de generar propuestas y dinámicas que avalen nuestra capacidad y nuestra credibilidad. Quizás es ahí donde fallemos. Nuestro déficit personal  nos impide convertirnos en actores principales del resurgir de nuestros clientes, y esto viene dado por nuestra inseguridad y nuestra falta de preparación, provocando, con ello, que nuestras propuestas no prosperen al no inspirar la suficiente confianza en los clientes objetivo.
La crisis de muchos de nosotros, no se deriva tan sólo de la crisis económica actual, si no es también una crisis de capacidades y de valores. La bonanza económica maquillaba nuestras imperfecciones profesionales y la dichosa crisis, a actuado como una crema limpiadora dejando, a flor de piel, todas nuestras imperfecciones.
Otro año más, buscaremos justificaciones que actúen como maquillaje temporal o efecto flash, para pasar de puntillas por esas cansinas reuniones de fin de año, y de esa manera, avanzar hacia delante, sin pena ni gloria, pero buscando salir ileso y subvencionado, nuevamente, por el esfuerzo de los demás.
Para este nuevo curso, que se nos viene encima, deberemos de seguir haciendo enormes sacrificios y titánicos esfuerzos para alcanzar nuestras metas. A estas alturas de la película ya todo el mundo conoce el guión y el argumento, lo que faltan, realmente, son actores con la talla suficiente como para conseguir un final feliz para todo este interminable drama.
Cuando, nuevamente, el teatro del 2012 levante el telón y aparezca el mago en el escenario, con toda probabilidad el conejo no salga de la chistera.

sábado, 10 de diciembre de 2011

250 entradas, 250 sueños


Llegar hasta aquí me ha costado lo suyo. Pese a ser una persona paciente y constante he sufrido, lo que no esta escrito, para superar baches emocionales que me incitaban a tirar la toalla. He tenido, en ocasiones, que sacar fuerzas de flaqueza para seguir editando entrada tras entrada, idea tras idea, parto tras parto, estos mensajes en una botella con destino incierto. El éxito me ha venido de la mano de lo menos valioso, a mi modesto entender, y ha dejado pasar casi inadvertido lo que para mi tenía, y tiene, más fundamento.
El caca, culo, pedo, pis, el porno barato,la muerte y la gastronomía ganan por goleada a mis planteamientos filosóficos, éticos, políticos o artísticos. Los lectores, a través de los buscadores, allende los mares, llegan a las orillas de mi blog en muchos casos sin querer y sin saber para qué, y me regalan sus visitas, sus comentarios y hasta, de vez en cuando, algún inesperado alistamiento que me llena de motivación y felicidad.
Estoy intentando aprender a escribir, a sabiendas de que es un oficio muy complicado. A veces las palabras fluyen y aparecen de manera casi sobrenatural, y otros muchos días el lenguaje se espesa y empalaga de tal modo que no voy ni para adelante ni para detrás.
El estado de ánimo provocado por la situación personal, el estrés, los momentos sociales y políticos, la crisis económica o el resultado de un acontecimiento deportivo o cultural son condicionantes o escusas para crear una nueva entrada. Todo me parece noticiable. De todo me gustaría hablar y con todo el mundo me gustaría compartir, si no existiera la barrera del idioma.
Tras estas doscientas cincuenta entradas quiero informar a mis queridos y escasos lectores que voy a seguir esforzándome por mejorar. Publicaré reportajes de allí donde me lleve mi trabajo y mi ocio. Aumentaré la presencia de recetas de cocina. Abordaré más temas de sexo erótico-festivo. A petición de los aficionados a mis collages, de vez en cuando y sin abusar, iré colgando los más interesantes. Y por último, en este replanteamiento público de mi línea editorial, publicaré pequeños relatos inéditos que puedan añadir valor a las visitas y las lecturas de este blog.
He facilitado la inclusión de comentarios para, de ese modo, poder mejorar la participación de los lectores y crear una mayor intercomunicación entre todos.
Gracias por vuestro apoyo y por vuestras visitas, sin duda alguna, la razón de todo este esfuerzo en solitario.

lunes, 5 de diciembre de 2011

La última leyenda de Córdoba




Mucha gente pensará que todo cuanto voy a relatar, a continuación, es fruto de mi desenfrenada imaginación, pero me gustaría que me brindarán un margen de confianza y, por una vez, creyeran en mí.
Todo sucedió el pasado sábado en la noche. Habíamos llegado, mi esposa y yo, al cuarto del hotel, en plena judería de la Medina de Córdoba, cuando echamos en falta mi teléfono móvil. Ya era bastante tarde. La neblina cubría la milenaria ciudad y una luz tenue, proveniente de sus típicos faroles, impregnaba de misterio las estrechas y empedradas callejuelas de la vieja ciudad árabe.
Abrigándome todo lo que pude, salí en dirección a las afueras del recinto amurallado en busca de mi coche con la intención de recuperar mi teléfono, del que, desgraciadamente, no puedo separarme nunca.
El húmedo suelo estaba formado por un sinfín de guijarros, más adecuado, quizás, para el trotar de los caballos que para el caminar de las personas. Me fijé en sus estrechos callejones, en lo sinuoso de su trazado, en sus paredes encaladas y en los portones centenarios y majestuosos que dan acceso a palacetes de familias nobles, cuya historia, en la mayoría de los casos, se remonta a la oscura y triste época de la reconquista y, tras ello, a la expulsión de los musulmanes y los judíos que cambió la historia de la ciudad para siempre.
He de reconocer, en cierto modo, que mi mente se hallaba sugestionada por el hechizo de la ciudad, embelesado en su nocturna y solitaria belleza, cuando, de entre las sombras, surgió a lo lejos, la figura de una extraña mujer que pronto comenzó a pronunciar mi nombre como si me conociese de toda la vida. Aunque no soy muy dado a tales excesos de confianza, me paré a escuchar lo que decía:
-José, José, ven por favor, necesito tu ayuda - dijo tuteándome aquella mujer que, ataviada con un vaporoso vestido, había salido del Callejón de la Luna.
Sin dudarlo, dando rienda suelta al caballero -de la oronda figura- que llevo dentro, me dirigí hacia el callejón por donde se había adentrado la misteriosa dama, cuyo vestido me resultó mucho más antiguo, si cabe, que los que se compran a precio de saldo en los modernos outlet. 
-José, José, por aquí, ven raudo, por favor - volvió a chillar la señora, mientras su silueta se difuminaba entre las sombras de una callejuela contigua.
Sin saber por qué, decidí seguirla. Por momentos me sentía más confundido y angustiado entre aquel laberíntico entramado de origen Omeya. Era poco más de la una de madrugada y me extrañó no encontrarme con nadie por aquel barrio donde los judíos vivieron sus últimos días en Córdoba antes de su forzado éxodo hacia el norte de África.
-Estoy aquiiií, síguemeeeé, ya casi llegaaaamos -dijo la misteriosa mujer adentrándose por un callejón aún más estrecho que todos los demás.
Entré, con más miedo que ganas de cenar, por aquel angosto callejón que a mitad de su trazado se estrechaba dramáticamente. Pensé, de manera espontánea, que un obeso norteamericano adicto a mcdonald´s se habría quedado allí atrapado de haber intentado perseguir a tal escurridiza fémina. Yo conseguí pasar por la estrechez, a duras penas, y continué con la persecución de aquel espectro vestido de tul. Me encontré, sin saber si tenía o no relación con aquel enigma, una zapatilla Converse de pequeño tamaño, lo que me hizo suponer que podría ser de una chica joven, pero al no encontrarle relación al objeto con mi perseguida la dejé en su sitio por si su despistada propietaria regresaba a buscarla.
Mi sorpresa fue mayúscula cuando, unos pocos metros más adelante, el callejón se ampliaba para acoger, caprichosamente, a un limonero que se mostraba rebosante de molludos y olorosos limones. Tras él, un soberbio muro con un vieja puerta cerrada con un oxidado candado daba por finalizado aquel laberinto, sin dama ni fauno. Enganchado a una rama del resguardado limonero, como si fuese una señal del más allá, encontré un pañuelo arabesco que al acercarme a mi prominente nariz me brindó un dulce olor a jazmín.
De esa guisa, con el enigmático pañuelo arrimado a mi napia, regresé compungido sobre mis pasos. De pronto, escuché un grito que casi me provocó un ictus:
-¡Oye colega! Hip ¿Has visto por ahí una zapatilla? Hip -me preguntó una chica  que parecía haber ingerido, al menos, una arroba de calimocho.
-Sí, joven, aquí está -le dije mientras me agachaba a cogerla del suelo.
-Pónmela, hip, colega, que si me agacho me caigo, tronco, hip -dijo la jovencita.
Tonto de mí, me puse a complacer a la adolescente, como antes me dio por perseguir a aquella misteriosa señora del vestido vaporoso de color blanco isabelino, con la desdicha de que la intoxicación etílica que llevaba la puber le provocó -mientras yo ajustaba la Converse a su apestoso y ennegrecido calcetín- un tumultuoso vómito que me impregno, completamente, con una mezcla fétida de calimocho, salmorejo y restos magros de dudosa procedencia.
Curiosamente al salir de aquel callejón, muerto de asco, leí sorprendido un letrero que ponía: Callejón del pañuelo.
Así fue como regresé al hotel, con la fortuna de que mi esposa, que tiene tan fácil el dormir como el comer, estaba ya durmiendo a pata suelta.
Aprovechando la coyuntura que me brindaba su sosiego, me desnudé a la velocidad del rayo, metí la vomitada ropa en la bolsa de la tintorería que siempre hay en los armarios de los hoteles, que todo el mundo usa para meter la ropa sucia, y, vistiéndome de nuevo a la misma velocidad, salí de  la habitación con la apestosa bolsa en la mano en dirección a un contenedor de basuras.
Cuando me hallaba levantando la tapa de aquel metálico basurero, escuché, de nuevo, la misteriosa voz femenina que me reclamaba:
-José, José, ven, ayúdame por favor -dijo insistente la mujer.
Ahí fue cuando -discúlpenme mis queridos lectores- tuve que decirle a   aquella puñetera señora, perdiendo un poco la compostura:
-¡Qué te ayude tu puta madre, mi niña! -le respondí con cierto toque andaluz.
Así fue como sucedió todo. A buen seguro que muchos lectores dirán que nada de todo esto sucedió. De cualquier manera les aconsejaría que, si vienen a pasar unos días de vacaciones a alguno de los numerosos hoteles o pensiones que hay dentro de la antigua Medina de Córdoba, lleven mucho cuidado con la Señora de las Sombras, odia tanto a los turistas  como odió, en su día, a la Santa Inquisición.

martes, 29 de noviembre de 2011

La venda de los ojos


La diosa de la justicia lleva una venda en los ojos, aunque no es la única. Las personas tenemos el defecto de no querer ver las cosas. Esa ceguera parcial nos relativiza todo aquello que queremos asumir, y nos hace rechazar todo aquello que pensamos que no nos conviene. Nuestro cerebro interpreta la partitura de la vida bajo un prisma mediatizado por la comodidad. Constantemente nos hace huir del esfuerzo lo que viene a reflejarse en hechos tan simples como que algunas personas sólo corren cuando temen quemarse en un incendio o les persigue un doberman. 
La venda en los ojos nos impide dejar de fumar, nos impide dejar el alcohol o hacer deporte, nos impide estudiar, nos impide limpiar,  nos impide hacer tantas cosas que, al final, vamos limitando nuestra vida. Esta se va haciendo pequeña, mínima, apenas si disfrutamos con nada y nuestra existencia acaba por no tener sentido.
La vida sería maravillosa si fuésemos capaces de quitarnos la venda de los ojos, abrirnos al mundo: a los demás, a la naturaleza, a la creatividad y asumir nuestro rol de seres normales y sociales.

Todos somos seres humanos, no hay nadie por encima de nadie. Todo el mundo tiene que aprender y que enseñar algo a los demás. El valor más olvidado y en desuso es la humildad, que la sociedad, equivocadamente, a sustituido por la apariencia y el culto al ego. La victoria del YO sobre el NOSOTROS esta provocando una sociedad individualista y débil, en lugar de construir -entre todos- una sociedad unida y solidaria.
La crisis actual es un ejemplo de deriva moral. Una crisis provocada por una gran ausencia de valores y auspiciada, a la par, por la ostentación y la apariencia.
La difícil situación que vivimos presenta dos caras bien diferenciadas: por un lado, los que están conservando su estatus y se aferran a esa venda en los ojos, y por otro lado, a los que han perdido sus trabajos y están sufriendo un fuerte revés emocional y económico.
Esas dos caras de la moneda son dos visiones de una misma sociedad, una sociedad, que queramos o no, esta abocada a cambiar por estar cimentada sobre un modelo insostenible. Lo que prima es la obtención de recursos de manera individual, sea cual sea el método, con el convencimiento de que los recursos son ilimitados; frente a una necesaria regulación de los recursos por parte de los estados y las instituciones que, democráticamente, hayamos elegido.
Las sociedades nunca se han regulado solas. La naturaleza, sí. El neo-liberalismo ha fracasado por que abogaba por una regulación natural de los mercados, comparando al mercado como un gran ecosistema, cuando lo que debería de haber tenido como referencia era los modelos de convivencia humana que hemos tenido a lo largo de nuestra dilatada historia.
Esa cambio social que se vislumbra como necesario y urgente -para todos aquellos que no llevan una venda en los ojos- debería basarse en el convencimiento de que los recursos son limitados, de que el planeta es un ser vivo y tenemos que cuidarlo. Un modelo social donde la igualdad de las personas sea una realidad y no una simple declaración de intenciones. Donde haya unos límites adecuados y lógicos para acceder a los recursos financieros. Donde la cultura y la educación sean la base sólida de la sociedad. Donde en las empresas privadas prime la organización y la productividad con criterios sociales y morales, frente a métodos consistentes en la especulación y el abuso.
Cuanto más nos alejemos del camino adecuado, más trabajo nos costará el  retorno.
La sociedad anda buscando ese cambio de dirección, ese golpe de timón que nos lleve al Mar de la Calma, un viaje necesario y urgente, donde lo verdaderamente imprescindible será que seamos capaces de quitarnos la venda de los ojos y busquemos un modelo más humanizado de sociedad.
La situación requiere, al menos, una reflexión. Los grandes cambios sociales se fundamentan en millones de cambios individuales. Solamente tenemos que animarnos a dar un primer paso y este sería, bajo mi punto de vista, comenzar a ver la vida con menos rigidez y tratar, desde la empatía, de flexibilizar nuestros planteamientos.
Siempre me he postulado, frente a los que lo ven todo blanco o negro, como un defensor a ultranza de los grises. El día que me quité la venda de mis ojos, me di cuenta de que el gris, pese a ser, a priori, un color poco llamativo me aportó muchas de las respuestas que andaba buscando.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Che Guevara vive en Ucrania


Cuando todo el mundo lo daba por muerto y enterrado, yo estoy en condiciones para demostrar que Ernesto Guevara, más conocido como Che Guevara, sigue vivito y coleando. Todo lo que sucedió en La Higuera, una pequeña población de Bolivia, allá por el año 67, fue un montaje urdido, posiblemente, entre la CIA y el KGB.
Aturdido con un cóctel de psicotrópicos, esposado y metido en un saco de dormir que olía a pies, en el vientre de un viejo Antónov, voló rumbo a Ucrania donde le esperaban para curarle el catálogo de heridas que traía por  toda su admirada anatomía.
Después, sufrió las consecuencias de un experimento secreto que consistía en someterlo a descargas de corriente galvánica al mismo tiempo que le hacían ingerir grandes cantidades de caviar y vodka de garrafón.
Para aliviarle la ansiedad que le provocaba no tener un kalashnikov en las manos, el terapeuta decidió ponerle, en su lugar, una guitarra flamenca que había traído a Ucrania un chico español republicano antes de morir congelado una noche que salió del barracón a hacer de vientre sin percatarse de que fuera hacía 29º bajo cero. Como estaba estreñido, murió congelado dando apretones.
Tras las descargas y las terapias contrarrevolucionarias, por las que los corruptos dirigentes comunistas ucranianos recibieron un maletín de piel relleno de billetes de cien dólares y unos negativos con los mejores desnudos de Marilyn Monroe, el Che, de manera autodidacta, se convirtió en un virtuoso de la guitarra española y obtuvo gran reconocimiento dando grandes recitales en plena calle bajo la estatua de Lenin. Los boleros y las rumbas le daban, al menos, para comer todos los días una salchicha a la Kiev o una patata rellena, hasta que se casó con la viuda de un general del Ejército Rojo tras darse cuenta de que no era normal que, día tras día, le depositara en su boina negra, con la típica estrella de cinco puntas, un billete de 5.000 rublos.
La viuda, como no estaba para tirar cohetes, pronto fue víctima de tumultuosas infidelidades por parte del apuesto rebelde argentino, que siempre andaba rodeado de una corte de rubias que nunca aprendían a tocar la guitarra, pero se licenciaban, perfectamente, en el arte de tocar la zambomba.
La esposa, alertada por un viejo cosaco experto en ligarse a señoras con recursos, sorprendió al Che con las manos en la masa dando un Concierto de Aranjuez en pleno Allegro gentile, con dos hermanas gemelas cuyas trenzas de oro bajaban desde la cama hasta el suelo, y cuyos senos, tersos y erguidos, desafiaban la fuerza de la gravedad, confrontando, de ese modo, a las teorías de Einstein y Newton.
Luego, todo le fue a peor. Acabó dando clases particulares de guitarra española a razón de 1.000 rublos la hora y, a veces, hasta por menos. Lo mejor para él fue que las corrientes galvánicas, o el caviar y el vodka de garrafón, le quitaron la desazón por liberar de tiranos las tierras del mundo, sirviendo en bandeja a Fidel Castro el gobierno cubano hasta nuestros días.
La CIA y el KGB firmaron su alianza junto a Castro para quitarse de en medio al Che. De no haber surgido esta entente otro gallo cantaría.
Don Ernesto, a pesar de su edad, sigue dando clases en Kiev. Dicen que no lo hace mal, pero que no entiende nada de política.

martes, 22 de noviembre de 2011

La llave premonitoria de Kharkov


Dormía, plácidamente, bajo un edredón que olía a nuevo, en aquel apartamento ucraniano después de una paliza de tren de más de seis horas, que es lo que tarda el recorrido desde Kiev hasta la ciudad de Kharkov. Ese tren es conocido como el Expresso de Kharkov y el billete cuesta menos de diez euros. Como iba diciendo, yo roncaba a pata suelta, necesitado de descanso y calor, cuando en lo mejor del asunto escuché un fuerte golpe metálico proveniente del balcón.
Me desperté, súbitamente, como si el mundo se acabara por un ataque alienígena,  o de rubias ucranianas, que en ese momento de desconcierto, y haber tenido opción de elegir, hubiese preferido sucumbir bajo el ataque de las rubias -aunque fueran de bote- que en manos de unos adefesios mocosos y fétidos de color verde esmeralda.
Ni una cosa ni otra. Corrí la cortina, sobresaltado, sin encontrar a nada ni a nadie en aquel diminuto balcón. Ni una maceta con geranios, ni un bicho verdoso, ni una rubia despampanante, ni Papá Noel que se hubiese equivocado de fecha.
Muy confundido, corrí de nuevo la cortina buscando evitar la claridad que entraba de la calle e intenté recobrar el sueño y el calor perdido.
Me molestó el tic-tac incansable de un reloj de pared que curiosamente marcaba la hora de Moscú y de Nueva York. Me pregunté: ¿Para qué coño querrían saber los dueños de ese apartamento la hora que hay en esas dos ciudades al mismo tiempo? ¿Acaso serán antiguos espías del KGB? 
Decidí, para evitar el ruidoso tic-tac, descolgar el reloj y guardarlo en el armario ropero con espejos que había frente a la cama. Mientras, caí en la cuenta de que Artur dormía en la habitación de al lado y ni se había inmutado, lo que me hizo pensar que aquel estruendo metálico, que casi me provoca un infarto, había sido sólo fruto de una terrible pesadilla.
A la mañana siguiente me despertó, a la limón, el odioso sonido del despertador de mi vieja BlackBerry, y el trajín que Artur emitía haciendo gárgaras en el baño. Me levanté y corrí la cortina para favorecer la entrada al cuarto de luz natural y me quedé congelado, no por el hecho de que hiciese cuatro grados bajo cero, tras aquel cristal, no. No fue ese el motivo de mi soponcio mañanero; lo que me dejó petrificado, como un fósil del jurásico inferior, fue el hecho de encontrar una enorme llave de hierro sobre un felpudo de goma en aquel minúsculo balcón.
Tan sólo ataviado con una camiseta de dormir y un braslip abrí la puerta que me separaba de Siberia y de aquella enigmática llave. Tonto de mí, intenté coger la oxidada herramienta con una mano y casi se me quedó pegada en ella. Lo intenté de nuevo con ambas manos, soportando estoicamente su glaciar temperatura, de tal modo que pude calcular, no sé para qué, que aquella herramienta de la época comunista debía de pesar, por lo menos, entre tres y cuatro kilos.
Con ella en las manos, como si llevara una brasa ardiente, me dirigí al cuarto de baño, justo en el preciso momento en el que Artur abría la puerta. El grito que pegó fue impresionante.  Yo me asusté tanto como él y la llave me cayó sobre un pie, por lo que solté otro alarido que entraba en competencia directa con el que Artur acababa de emitir.
- ¡Hostias, Pepe, que susto me has pegado! pensé que me ibas a atizar con la llave -dijo Artur.
-¿Tú viste anoche esta llave en la terraza? -le pregunté a mi compañero polaco.
-Juraría que ahí tan sólo había un felpudo de color gris -respondió Artur.
-Pues yo creo que esta llave cayó anoche sobre el balcón. Me despertó el ruidazo tremendo que provocó al caer. Creo que eran las cuatro de la madrugada, ya que, al levantarme, aproveché para quitar el reloj de la pared que me estaba amargando la noche con su dichoso tic-tac y lo metí en el armario.
-Pepe, yo creo que eso es imposible, estamos en el quinto y último piso. Debes de haberlo soñado. Date prisa, si quieres desayunar, que se nos hace tarde para la primera visita.
Durante todo el día, visita tras visita y reunión tras reunión, no pude dejar de acordarme de aquel fenómeno paranormal. Aquella hercúlea y oxidada herramienta se había apoderado de mi subconsciente como un algoritmo en bucle o como una rueda de churros infinita de la que no tuvieras forma de comerte la porra.
Ya de regreso al apartamento de Kiev, cuya escalera se asemeja a boca de lobo, pese a estar el edificio a la espalda de un concesionario de coches de lujo y el más prestigioso puticlub de la ciudad, Artur  se tomó un té antes de irse a la cama y yo degusté un rico y refrescante kéfir  que siempre le hace bien a mi delicado aparato digestivo y me ayuda a dormir mejor.
El nórdico me cobijaba aportándome la tranquilidad necesaria para agarrar un plácido sueño. Y así fue. Dormí y dormí como un angelito hasta que, de entre unas nubes blancas, apareció Mariano Rajoy sentado en un gran trono. Observé cómo varios arcángeles se acercaban a él para entregarle una gran llave que traían sobre un cojín de terciopelo de color rojo chillón. Rajoy, con la sonrisa cáustica que le caracteriza y sacando su lengua díscola como siempre que se pone de los nervios, cogió con sus dos manos la llave de Kharkov y la alzó mostrándola a un montón de ángeles, arcángeles, santos, y monaguillos de más humilde condición, a lo que estos respondieron enarbolando banderas de España con la silueta de un toro de Osborne y poniendo, a todo volumen, la conocida melodía del Waka Waka de la escultural y satisfecha Shakira.
A la mañana siguiente, por razones que podrán entender mis lectores, no le dije ni media a Artur.
Dos días después de estos extraños acontecimientos, Mariano Rajoy, al tercer intento, ganó las elecciones generales en España.
Ahora que por fin tiene la llave, esperemos, por el bien de todos, que sepa cómo usarla.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Depende de Kiev

Depende es el título de una bonita canción de Jarabe de Palo donde queda en evidencia que todo es posible, a la par que imposible. Bonito y feo. Alcanzable e inalcanzable. Blanco y negro, e incluso gris. Según cómo se mire, decía aquel.
En boca de un artista, la palabra depende puede resultar filosóficamente atractiva, pero en boca de un político, a mi parecer, la cosa resulta bien distinta.
Cuando un político, durante todo su discurso, pronuncia continuamente la palabra depende, puede provocar hasta sarcasmo.
En esta campaña electoral, que anda dando sus últimas bocanadas, el futurible Mariano Rajahoy a abusado incansablemente de los dependes y de los posibles, evidenciando que no tiene ni la más remota idea de lo que va a proponer el próximo día 21, cuando sus posaderas, se esclafen por fin, en la poltrona que tanto tiempo había soñado.
Mientras todo esto discurro, sigo en Kiev. Quién sabe si mi futuro, depende de conseguir abrir otro mercado más, tan grande y atractivo como el ucraniano, gracias a las gestiones realizadas por mi amigo y camarada Artur Szustka y la paliza que nos hemos dado por estos lares.
He subido y bajado mil veces, en una semana, por las vertiginosas escaleras mecánicas que llevan al metro más profundo que hayan visto mis canijos ojos. He visto rostros serios, duros e irreductibles, con reminiscencias del antiguo régimen, junto a rubias de ensueño que hacían que mis ojos hicieran chiribitas y mi cuello crujiera al girarse, vertiginosamente, ante tanto derroche de belleza.
He comido arenque, pepinillos, patatas rellenas de mil cosas, empanadillas con y sin crema, he bebido vino georgiano, que dicen que, junto al armenio, pugna por ser el vino más antiguo del planeta.
He visto mendigos pidiendo en la puerta del concesionario Ferrari. Mafiosos con gabardina y gorros de pelo. Nostálgicos de Lenin y cubanos adaptados, increíblemente, a vivir con estas temperaturas.
Me ha sorprendido el campamento permanente, cerca de la plaza de la Independencia, que pide la liberación de la ex-primera ministra del país, Yulia Timoshenko, a la que se relaciona con ciertos tejemanejes financieros. Yo no sé si eso será cierto o no, pero esta mujer era lo único bueno de mirar cuando los líderes europeos se tomaban una foto de grupo. A mí su trenza  me ponía, y mucho.
Ucrania es un país por descubrir. Como yo descubrí el gran monasterio de las cuevas de los monjes, en lo alto de una colina, vigilando el paso del gigantesco río Dniéper. Los monjes enterrados por pasadizos infinitos, a modo de laberinto, representan una experiencia digna de contemplar. Pero más que las urnas de cristal que acogen a los expirados monjes ortodoxos, lo que impresiona es ver a la gente besando las urnas y llorando a lágrima viva.
Los dependes son bioindicadores de la incongruencia. Compañeros del desconcierto y amantes de la duda.
Rajahoy, aprentando el culo durante años, va a llegar, irremediablemente, a la Moncloa. Para él, el futuro dependerá de los mismos caprichosos designios que antes se lo negaron y ahora se lo sirven en bandeja.
Lo malo no es eso, lo peor es que, el gobernador de los dependes, va a dirigir de oído y leyendo el guión, moviendo sin control su lengua díscola y con el mismo atractivo que King Africa en calzoncillos.
Mi futuro depende de Kiev y, posiblemente, de un señor cuya única y conocida virtud ha sido, durante años, perder y esperar.
Cuando el otro cayó al suelo, el cojo ganó la carrera.
Lo de Rajahoy parece inevitable, lo que no deben evitar, bajo ningún concepto, es venir a Kiev.








lunes, 14 de noviembre de 2011

Barajas. Vuelos destino a la vida


Barajas, te odio tanto como te amo. Eres el aeropuerto que siempre he soñado, incluso en mis más horribles pesadillas. Eres el punto de partida de donde emanan mis sueños, mis proyecciones, mis dinámicas y mis fracasos. Beneficios o déficit surcan los vuelos desde tus pistas, rumbo a México, Polonia, Francia o Estonia. Perder o ganar. Casi un ser o no ser shakesperiano, en esta crisis donde te la juegas en cada afeitado.
Los trapecistas del comercio saltamos sin red, allí donde nos tiren, rezando a los dioses religiosos o paganos. Lo único que pedimos, casi limosneando es: un cliente nuevo, un pedido más o un contacto bien clasificado. De algún modo, luchamos por ganar una batalla en una guerra incierta contra un ejército que se metamorfosea continuamente como una Hidra de mil cabezas.
Los que subsistamos a esta épica, en la que se ha convertido la vida, seremos los nuevos dioses del Olimpo y las cornetas y las liras tocarán en nuestro honor.
Todo esto escribo desde la T4 de Barajas sin haber consumido psicotrópicos. Me basta con ver a un gentío plural, multiétnico y diverso. Parejas de enamorados junto a supuestos ejecutivos de altos vuelos. Jubilados del Inserso rumbo a Benidorm junto a chinos que inundarán las estanterías de los miles de almacenes de nuestros decrépitos polígonos industriales, antaño productivos y modélicos y ahora convertidos en factorías de telerañas y deudas.
Él, se afana en engullir a las diez de la mañana una hamburguesa doble con queso, con patatas fritas y un refresco de cola de un litro. Ella, frente a él, come una ensalada triste de lechuga fresca y un zumo de naranja natural (que ella no sabe que no es natural). Él sueña con el partido de mañana, España-Costa Rica, y ella con el chico que corre en la cinta de al lado, en su gimnasio, cada mañana.
Barajas cruza vidas. Millones de vidas que luchan. Millones de vidas que disfrutan. Millones de vidas que partirán rumbo a destinos, tan maravillosos como inciertos. Al final, vida. Barajas es mucho más que una aeropuerto, es un enorme vientre de alquiler.

domingo, 13 de noviembre de 2011

La escalera de la vida



A veces me siento inútil. Cuando esto sucede, recuerdo los inviernos fríos en los que me arrinconaba junto a la vieja cafetera italiana del Bar Josepe y me liaba a poner carajillos. Allí me reconfortaba con el calorcito que expandía la máquina de hacer café desde sus retorcidas y húmedas resistencias.
Cuando me siento inútil, añoro lo sencillo y detesto la complejidad. Pero luego, como un martillo pilón que golpeara mi conciencia, espabilo y me digo a mi mismo que: para atrás, ni para tomar carrerilla. 
Cuando me siento inútil, lo percibo todo como una carrera de obstáculos. Ahora una valla, luego una ría con agua fría, más adelante una pista de arena, después otra valla, y, más adelante, el pelotón intenta arrollarte a base de codazos y empujones. 
Cuando me siento un trasto, la sensación de que mi hígado es un calcetín doblado del revés se me acrecienta. Se me inflama como un balón de cuero aburrido de que lo arrastren por el lodo, harto de patadas . Como un viejo lobo herido que busca guarecerse en alguna abrupta y escarpada cárcava, a la espera de que le regresen las fuerzas, cicatricen sus heridas, y decida, de una vez por todas, hacía dónde va a encaminar sus  ya escasos y cansinos pasos.
La vida es como una escalera infinita. Los primeros pasos son joviales e inocentes. Posteriormente, las piernas adquieren fuerza y te crees el amo de la escalera, incluso algunos, hasta se plantean franquiciar escaleras para someter a los demás para que suban sus escaleras como a ellos les apetece. Imponen formas y estilos cobrando peaje.
Pasada esa etapa de soberbia, la escalera va perdiendo intensidad y belleza, se torna más compleja y los planteamientos que creíamos dominar se nos escapan como el agua entre las manos.
En el último tramo, cada escalón es un suplicio, un esfuerzo, un recuerdo y un dilema, en el que no sabemos si realmente necesitamos seguir forzando nuestros músculos, para ascender un peldaño más, o por el contrario, lo mejor sería quedarnos ahí o tirarnos al vacío.
Ayer hablé con un señor que encontré sentado en un escalón. Abrazaba sus piernas como un niño enojado y admiré su flexibilidad. 
-Señor: ¿Sube o baja? -le pregunté inocentemente.
-Eso estoy pesando desde hace varios días. No tengo fuerzas para continuar subiendo. Tampoco se lo que hay ahí arriba. No he visto a nadie  regresar. De tal modo que, me estoy planteando, el quedarme aquí viendo a la gente pasar.
-¿No piensa usted que sería mejor, intentar un último esfuerzo y que lleguemos juntos hasta donde se supone que debemos llegar?
-¿Realmente usted piensa que debemos de cubrir ese último y pesado tramo? -me preguntó un tanto incrédulo.
-Usted mismo lo dijo antes, todos suben y nadie baja. Es evidente de que ese es nuestro destino como humanos -expuse yo, sin saber realmente el contenido metafísico de mi respuesta.
-Si me acompañas, voy contigo -me propuso el señor con una enorme sonrisa.

Después le ofrecí mi mano, se incorporó y comenzamos a subir despacio aquellas escaleras que, súbitamente, adquirieron una luz más resplandeciente.
Mientras subíamos, escalón tras escalón, esfuerzo tras esfuerzo, sin que hiciera falta hablar, los dos nos dimos cuenta, que lo que realmente nos ocurría era que nos sentíamos solos. En compañía, todo adquiría otro sentido. El rol de viejo lobo solitario, es quizás un rol adecuado para especies menos evolucionadas que la nuestra.
Nuestra sociedad, es lo que es hoy, por el gran valor que tiene, para nuestra especie, vivir en compañía. Juntos podemos, en solitario nos comerían las alimañas.
Cuando las personas llegan a ser líderes se encuentran en la tesitura de tener que definir su estilo de liderazgo. Hay líderes que sólo pretenden serlo y, por el contrario, hay líderes que lo son para mejorar y engrandecer a los demás. 
He pensado dejar de escribir, por el momento, y continuar subiendo. Pretendo seguir acompañando y que me acompañen. Hay mucha gente maravillosa que merece la pena.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Tomadura de pelo en el Guggenheim




La marea que es mi trabajo me ha arrojado, en esta ocasión, a la Ría del Nervión. Más concretamente a las puertas del Museo Guggenheim, uno de los edificios más atractivos de Europa, sin ningún género de dudas; lo que me ha brindado la oportunidad de asistir a una esperpéntica exposición de escultura.
Considero un engaño el reclamo de una exposición con los nombres de dos artistas como Brancusi y Serra, y, visto lo visto, me ha parecido como el pecado católico que nos enseñaban los curas en la catequesis: No usarás el nombre de Dios en vano, o algo así. Esto me ha recordado la pobrísima exposición por la que me han cascado once euros.
Que el arte es un negocio, creo, a estas alturas, que no le sorprende a nadie, pero que nos tomen el pelo con reclamos de este calibre y luego veas las cabezas de Brancusi de siempre y los hierros de astillero de Serra, me parece demasiado. No he visto nada nuevo en este enfrentamiento artístico, del que, tonto de mí, esperaba algo más.
Está resultando difícil encontrar buenas exposiciones en este monumental museo, por lo que me gustaría dar un toque de atención a los gestores de esa institución para que vayan espabilando. Por mi parte, bajo mi modesto punto de vista, doy un suspenso rotundo al comisario y a los organizadores de esta tomadura de pelo.
Al menos, al llegar al hotel Silken Gran Domine Bilbao, me han aliviado un poco mi encabronamiento. El hotel es todo un espéctaculo de diseño y arte.
El equipo del artista y diseñador catalán Javier Mariscal a llenado de arte cada rincón de este majestuoso hotel, que gracias a Booking, encontré a un precio fantástico.
Al llegar a mi habitación me alegró encontrar estos monigotes sobre mi cama. Estos animalitos de goma, que pitan si los aprietas, me han parecido un detalle digno de mención.
Un diez por el Silken y un cero para el Guggenheim.
Por cierto, si no conocen Bilbao, ya están tardando... ni se imaginan como se come de rico por aquí.